Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Clarín y los bien pensantes

Las peculiares características que presenta la consideración de Leopoldo Alas, «Clarín», a lo largo del último cuarto de siglo, y aun desde antes. desde los años sesenta, posiblemente tienen más relación con la sociología o con la evolución dle las mentalidades que con la literatura. Para recuperar a Clarín se han esgrimido motivos de carácter secundario dentro de la propia obra del escritor, o hechos sucedidos a posteriori, como que el franquismo mostraba poca estima hacia la obra clariniana. Pero tampoco la mostró la democrática República. Clarín, después de su muerte, ocurrida hace ahora justamente cien años, fue apagándose como autor. No porque fuera un izquierdista terrible y un comecuras profesional, ya que la época en que vivió, la de la primera restauración borbónica, era como ésta, democrática y progresista. Pero Clarín, en vida, estuvo más valorado corno articulista que como novelista, y a su muerte sus artículos empezaron a ajarse, porque ya no poseían ese valor principal que posee la literatura que se escribe para los periódicos: la actualidad. Y Clarín era un crítico de actualidad: ni fue un teórico de la crítica ni escribió sobre autores a los que pudiéramos calificar como intemporales. Si los escritores de los que se ocupó Clarín hoy no se leen, ¿va a ser leído el crítico? En 1927, Narciso Alonso Cortés le reconoce como autor de «buenas novelas naturalistas, pero más famoso por sus artículos de crítica, que si alguna vez eran apasionados, encerraban las más muy claras y desnudas verdades». Y ésta fue la opinión generalizada durante mucho tiempo, aunque Angel del Río, por ejemplo, sitúa al crítico en su lugar («A pesar de haber sido el crítico más temido y respetado de su tiempo, no deja, sin embargo, estudios sustanciales de casi ningún tema o materia») y valora al novelista: «Hay algo en él de gran escritor frustrado, acaso porque se adelantó en sensibilidad y estilo a su momento». No cabe duda de ello, porque Clarín empezó a ser reconocido ochenta años después de la publicación de «La Regenta» y medio siglo después de su muerte. Pero no exageremos en esto, porque Clarín no es Stendahl.

Se ha pretendido rodear a Clarín de cierta aureola de escritor comprometido y perseguido; en realidad, era un escritor pequeño burgués, en quien el profesor universitario lastra no pocas veces al novelista y al periodista. También el señorito asoma la oreja en algunos momentos inoportunos, haciendo burlas de personajes de inferior condición. Clarín novelista:respetaba poco sus creaciones de ficción: en cambio, el profesor Alas se deja fascinar por representaciones de la burguesía local. Seguramente le hubiera gustado asistir a la tertulia de Vegallana.

El caso de Clarín es raro. Estuvo considerado como un escritor de segunda fila hasta pasada la segunda mitad del siglo XX. Desde luego se ha exagerado, para darle realce, la reacción clerical y política contra «La Regenta». Esta novela no se leía principalmente porque no tenía lectores. Las personas bien pensantes de la primera mitad del siglo pasado y las del régimen anterior, casi siempre en el estricto ámbito de Oviedo, la rechazaban exactamente por las mismas razones por las que la ensalzan ahora las personas bien pensantes de la actualidad. Si forzoso es convenir que Clarín sigue siendo el mismo desde la época en que escribió y vivió a ésta, lo que han cambiado son las personas bien pensantes. Hoy se es bien pensante por mantener todo lo contrario de lo que mantenían los bien pensantes de antaño. Antes se colocaba a Clarín entre paréntesis por republicano, demócrata, krausista, anticlerical, etcétera. Era, por tanto, un escritor adornado con todas las virtudes «progresistas» de su tiempo, incluida la pedantería. Esto tenía que producir rechazo entre las flores de sacristía que durante alguna época pasada monopolizaron la opinión pública. Ya hemos señalado que los nuevos bien pensantes son el reverso de aquéllos, es decir, flores de sacristía laicos y «políticamente correctos». Por eso, leer la defensa de una democracia elitista frente a «la democracia niveladora, aspirando al monótono imperio (le las medianías iguales» que Clarín hace en su artículo sobre el «Ariel», de José Enrique Rodó, les tiene que resultar citando menos decepcionante. Clarín no es lo que era, o lo que se pretendió que fuese. Aunque sería lástima que, como consecuencia de algunas opiniones de sus últimos años, los bien pensantes de hogaño coincidieran con los de antaño. Pero el mundo es así de relativo.

La Nueva España · 10 junio 2001