Ignacio Gracia Noriega
Necrológicas: Luis Arrones, César Rodríguez y Manolo, «El Campanu»
Ha muerto Luis Arrones. Con este motivo se recuerdan sus libros fundamentales y sus escarceos como autor teatral, con obras como «Un señoritu en la aldea», «Cayó-y al pelo» Y «Esfoyaza», que forman parte del repertorio asturiano, mientras que su «Historia coral de Asturias» y la «Historia de la ópera en Oviedo» son, como ha dicho el musicólogo Ramón Sobrino, «títulos de referencia que quedan para el estudio». También compuso las biografías de los tenores Lorenzo Abruñedo y Miguel Barrosa. Su libro sobre el teatro Campoamor, «Crónica de un coliseo centenario. Oviedo, 1892-1992», es el resultado de los conocimientos acumulados en los libros anteriormente citados. La Asturias coral y la ópera cosmopolita confluyeron sobre el escenario del teatro Campoamor. Asimismo, se le deben letras de canciones regionales y el himno del Día de América en Asturias. «En todas sus actividades dejó patente su profundo conocimiento de Asturias», escribió Francisco Tuero Bertrand en el prólogo a «Teatro Campoamor».
Sin embargo, al destacar su labor como musicólogo se ha olvidado un libro de Arrones muy notable, aunque tiene más relación con la historia anecdótica de Oviedo y con la literatura costumbrista que con la música; me refiero a su «Hostelería del viejo Oviedo» (Oviedo, 1974), obra de lectura amena y de consulta indispensable. Desde 1974 acá han desaparecido tantos bares y establecimientos hosteleros tradicionales y característicos del viejo Oviedo (que ahora es «nuevo» por obra y gracia, o desgracia, del aplastante empujón del progreso) que el libro de Luis Arrones de hace un cuarto de siglo merece un segundo tomo (acogiendo los establecimientos que desaparecieron en ese período) y la reimpresión de la obra original, que no sólo es una historia de la hostelería, sino la historia de Oviedo, del Oviedo más entrañable. Un tiempo que ya no volverá es evocado por Arrones, con amenidad y abundancia de noticias, en este libro de consulta obligada para quien pretenda rastrear la historia más profunda de Oviedo. Para escribir su «Hostelería del viejo Oviedo», Arrones se documentó concienzudamente e hizo «investigación de campo», como lo testifica una fotografía del autor con don Arturo Calzón, memoria viva de Oviedo, en la calle Mon. Y todas las noticias que contiene el libro, adquiridas por vía oral las más de las veces, han sido convertidas en reportajes primero y en libro después por Arrones, «con su probada sensibilidad, su captación de amenos reportajes, con su singular facilidad observadora y su bien demostrado amor a la ciudad», como escribió Antonio García Muñoz en el prólogo. Ciudad, Oviedo, que no olvidará a Arrones, ya que fue parte muy importante de ella y a ella le dedicó lo mejor de su esfuerzo intelectual.
La muerte no para. También por estos días han muerto dos buenos amigos de Llanes. César Rodríguez, que era de Gijón, se había asentado en Llanes desde hace más de medio siglo. En Llanes formó una familia (hija suya es la insobornable defensora de las cosas llaniscas María José Rodríguez), y vivió pacíficamente, reuniéndose con algunos amigos a cenar los viernes en Casa Lobeto, de Andrín, bajo la vigilancia tolerante del doctor Ramón Sobrino (caigo en la cuenta de que en este artículo cito a padre e hijo, del mismo nombre). César Rodríguez era gran entendido en balnearios y hombre cabal. Nunca cambió la chaqueta, y eso, en estos tiempos y viviendo donde él vivió, es muy digno de destacar.
Manolo, «El Campanu», Manuel Vega Amieva, propietario del restaurante El Campanu, era un gran tipo. Muy amigo de sus amigos y hombre tranquilo, había contribuido a cambiar el sentido de la hostelería en Llanes, en exceso rutinaria, de manera sencilla y eficaz: dando buen producto y presentándolo sin pretensiones. Raquel, su mujer, trabaja admirablemente el pescado. «El Campanu» estaba tan identificado con su bar que era difícil verle fuera de él, salvo los miércoles, que cerraba por descanso. Entonces salía a tomar unos vinos con Pocholo, su jefe de barra, por los bares del puerto. La muerte de «El Campanu» ha de ser una pérdida muy sensible, porque contribuyó a dignificar la gastronomía llanisca.
La Nueva España · 28 de junio de 2001