Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Ventanas de María Teresa García

Mi buen amigo, el doctor José Luis Carrera, me ha dado a conocer la obra poética de María Teresa García Díaz, de Nava, que, de momento, se compone de un libro publicado por cuenta de la autora, «Me asomé a mi ventana», que ya va por la segunda edición, y de otro inédito de próxima publicación. Poetisa tardía, pudiéramos decir que lo que predomina en ella es, ante todo, el temperamento artístico, ya que antes de escribir versos se dedicó a la pintura, y como pintora es conocida en su ámbito. La primera edición de «Me asomé a mi ventana» es de 1999. En su segundo libro, la poetisa continúa asomada a la ventana. De hecho, contempla el mundo «a través de mi ventana».

Ver el mundo a través de la ventana implica una determinada actitud ante él. La actitud del testigo, la de quien mira y ve las cosas y las personas pasar. No es ésta la actitud de María Teresa García, más efusiva y apasionada. No sólo mira al mundo y lo ve, sino que lo comparte y procura que sus lectores lo compartan con ella a través, mejor que de sus versos, de sus impresiones. La poetisa ve pájaros en el cielo, presiente la hondura del mar, le gustaría ser montaña; y quisiera ver a todos los hombres con horizontes de montaña, repletos de pasión y repletos de alma, y no ver las cosas mezquinas, ni la envidia, «ni oír el lenguaje torpe y vulgar / de las palabras tontas y lascivas». Para no ver todo esto se defiende refugiándose en el ensoñamiento de la poesía, aunque para no «oír el lenguaje torpe y vulgar», lo mejor sería no salir a la calle y, sobre todo, no enchufar la televisión, salvo cuando trasmitan corridas de toros o alguna película antigua.

Tanto percibe la poetisa sensaciones como colores, paisajes e interiores del alma:

Miré dentro de tus ojos
y vi tu alma

Lo que predomina, pues, en María Teresa García es la mirada, tanto hacia afuera como hacia el fondo de las personas y de las cosas. Muchas veces, es natural, las cosas que ve no le gustan, y entonces protesta con voz clara, como en el Centro Pompidou, tan lleno de chimeneas retorcidas, escaleras mecanizadas, pinturas modernas y gente joven como en actitud de protesta, diciendo: «No me gusta, no me gusta». Por lo menos, debemos agradecerle la sinceridad, ya que son legión (más bien manada) quienes admiten como sublime lo que les parece feo y desagradable, sólo porque se han rendido a la superstición de la modernidad (una superstición mucho más nefasta y estúpida que todas las que abrumaban a la Edad Media, y que tanto parecen escandalizar a nuestros «modernos»).

Otro material importante de la poesía de María Teresa García lo constituyen los recuerdos de la infancia; entre éstos, me llama la atención el de la criada que llenaba los cántaros de agua la noche de difuntos para que bebieran las ánimas que salían a los caminos, y que debe corresponder a alguna leyenda sobre la «hueste» poco conocida o que, al menos, yo no he leído anteriormente. También nos habla la poetisa de sus propios sueños («¿Adónde me llevan / los sueños que tengo?»), de su soledad, de su necesidad de «adentramiento» en los demás y en sí misma, de la fe que llena su vida, e incluso de la hipocresía predominante, de la de aquellos que quieren tener un «Dios a su medida». En un tiempo de tanta golfería y de tanto laicismo sórdido, donde Almodóvar y Gala son los «artistas oficiales del régimen», no es poco encontrar a alguien que sienta así. No afirmaremos que María Teresa García es una artista del verso, pero sí una mujer de sentimiento que silenciosamente guarda sus recuerdos, y eso también es importante.

La Nueva España · 1º de julio de 2001