Ignacio Gracia Noriega
Las fuentes de Cue
Mi pariente Tomás Sobrino, corito de pro, me hace algunas observaciones sobre las fiestas de Cue a propósito de mi artículo «El folklore floral de Cue».
Antiguamente, las fiestas del pueblo se hacían atendiendo a la división en dos fuentes, la de Arriba y la de Abajo, celebrando una de ellas a San Antonio y la otra a San Fernando, aunque la fuente de Abajo haya desaparecido por los años setenta del siglo pasado, víctima de alcaldada, y sus restos fueran aprovechados para el chalé de un veraneante de la villa (de Llanes). No obstante, y aún sin fuente, los de Abajo celebran San Antonio, y los de la fuente de Arriba, con fuente, celebran San Fernando. En los cantares de la fuente de Abajo, recogidos por Antonio Gea Gutiérrez en su notable trabajo «La canción de Llanes», se insinúa una colaboración entre ambas fuentes:
Que vivan las fuentes
sin olvidar la de Arriba,
pero ante todo digamos
la fuente de Abajo viva.
La fiesta de la sacramental, que cae por San Juan (pero no se celebra San Juan, sino la sacramental, como digo), es de todo el pueblo, que teje maravillosas alfombras florales que cubren la calle principal y la plaza de las Escuelas, hasta cerca de la bolera. Pero ello no implica colaboración, sino que los de cada fuente cubren el trozo de calle que les corresponde, y cada fuente, asimismo, eleva su propio altar, en el que se compite por hacer cada uno más florido y vistoso. Unos de los altares se sitúa a la entrada de la Escuelas, y el otro en el interior del pueblo. Durante los días y noches previos a San Juan, las mujeres de Cue reúnen infatigablemente pétalos de flores, de rosas, de hortensias, blancos, malvas, azules, morados, rosados, rojos, amarillos... Todos los colores del jardín alfombran la calle, componiendo delicados dibujos y figuras piadosas, el día de la fiesta mayor.
Los de la fuente de Arriba enraman la fuente por San Fernando; antes se enramaban las dos. Por San Antonio plantan la hoguera, que es un árbol o «mayo», que en el concejo de Llanes no se quema, sino que se baila en torno la él, o se «esguila», con el propósito de obtener los regalos que se han colocado en la copa. En cambio, en Cangas de Onís se hace hoguera con él por San Antonio. En Andrín, pueblo vecino de Cue, situado al otro lado de la sierra plana, a media ladera sobre el valle de Mijares, enraman la fuente la noche de San Juan con acompañamiento de romances y música de panderos.
«Cue ha sido el último reducto del rito de enrame», según Cea. Sus fiestas, de San Fernando, San Antonio y San Juan, son claramente fiestas de estío. Con el solsticio de verano termina el ciclo festivo de Cue, donde ya no habrá fiestas hasta el invierno, con la celebración de la noche de Reyes, en la que se escenifican los episodios de la Adoración de los Magos; pero esta festividad, aunque bellísima, no es tradicional, aunque el espectáculo y la escenografía mejoran de año en año.
Las fiestas de Cue entran de lleno en lo que Von Schroeder denomina «Lebensfeste» o fiestas de la vida, que se basan en rituales relacionados con el agua y el fuego, y de cuyos cuatro aspectos fundamentales (enramar fuentes, tejer coronas y guirnaldas; plantar un árbol como representante de la vegetación; llevar ramas, varas o cañas, y golpear con ellas a mujeres, animales o plantas, y desparramar hierbas, flores y ramos), en Cue se observan los dos primeros. Teniendo en cuenta, claro es, que como señala Caro Baroja, «de 1960 acá, el medio rural español ha experimentado gran decadencia».
No obstante, en Cue permanece vigente el mundo tradicional en cierta medida, y entre otras cosas, el recuerdo de sus antiguas ordenanzas, cuya última edición fue de 1923 o 1924. Estas Ordenanzas viejas, «de esencial y total patriarcalismo», como escribe Constantino Cabal, fueron modificadas, para estropearlas, en el siglo XVIII. En la actualidad, pocos vecinos conservan ejemplar de la última edición de las «Ordenanzas»; las cuales se distribuían entre todos los vecinos, lo que suponía la obligación de éstos de saber leer. Cuatro ancianos regían el pueblo, y sus decisiones eran inapelables. Ningún corito podía pleitear en el Juzgado de la villa si antes su caso no había sido examinado por los ancianos; cuando éstos determinaban que el vecino tenía razón, el pueblo entero contraía la obligación de apoyarle. Estaba severamente castigado ensuciar las aguas; se prohibían los juegos de envite y azar, maltratar a las mujeres, la irreverencia contra la religión y las cosas sagradas. Si alguna muchacha de Cue se casaba con un forastero, éste debía demostrar que sabía algún oficio, para no resultar una carga para el pueblo. Eran Ordenanzas que, como escribe Cabal, «hablaban de honradez y de nobleza, de caridad y de ayuda, y tenían providencias para todo, para el dolor y el esfuerzo, para la orfandad y la injusticia, y para el abandono y la maldad»; pues las inspiraba «el sentimiento generoso y puro, de plena esencia cristiana, de cien generaciones de hombres buenos».
La Nueva España · 5 de julio de 2001