Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Graciano García:
proyectos e imaginación

El reconocimiento de Graciano García como «Asturiano del mes» de junio, por LA NUEVA ESPAÑA, no hace otra cosa que señalar a uno de los asturianos más singulares del último cuarto de siglo pasado y de lo que queda de éste. Predomina en Graciano la imaginación. No es la imaginación una cualidad que se aprecie demasiado entre asturianos, y yo, la verdad, no sé por qué, pero ahí tenemos a nuestros escritores más destacados (don Ramón de Campoamor, Clarín, Armando Palacio Valdés), que se distinguen por la ausencia más absoluta de la imaginación y de la fantasía, hecho que se evidencia mucho más si los comparamos con nuestros vecinos gallegos, como Ramón del Valle-Inclán o Álvaro Cunqueiro, sin ir más lejos. ¿Cómo es posible que Clarín y Palacio Valdés hubieran nacido vecinos de Valle-Inclán y contemporáneos suyos? Por su mundo literario y por la manera de abordarlo parecen alejadísimos, tanto espiritual como geográficamente. En cambio, el montañés Manuel Llano participa de ese espíritu fantasioso y suave –¿lo llamaremos céltico?– que le empareja, más que con Valle-Inclán, con José María Castroviejo. Clarín rehúye el misterio, y cuando éste se presente, como en «Supercheria» (que hubiera podido ser una novela corta a la manera de Henry James), Clarín se marcha por otros derroteros: prefiere el olor a «olla podrida» del comienzo de «La Regenta». A partir de 1970 no niego que haya habido algunos escritores que pretendieron hacer cierto tipo de literatura imaginativa, pero se trataba de desplegar una imaginación postiza, calcada de Borges. Para ese viaje no hacían falta las alforjas del milonguero bonaerense.

Digo esto para justificar que si me preguntan por un asturiano imaginativo de estos últimos treinta y tantos años, y aún de más, no me queda más remedio que citar a Graciano García. Se me objetará que no es un escritor de ficción. Da igual. Graciano García fue el proyectista y motor de empresas como «Asturias Semanal», «Asturias Diario» y la Fundación Príncipe de Asturias, que supera a cualquier ficción. El proyectista, término que José María de Cossío empleaba para describir a Gumersindo Laverde, hombre de mil proyectos que casi nunca pasaban de esa fase, o que ejecutaba en su lugar Marcelino Menéndez Pelayo, es, más que un hombre de ideas, un promotor de ideas (así se titulaba, si mal no recuerdo, una novela de Fernando Morán), un agitador de ideas, un vendedor de ideas, un realizador de ideas, pero pocas veces se hacen realidad los proyectos del proyectista. Creyendo poseer fundamentos sólidos, el proyectista generalmente edifica en el aire, porque lo único sólido del proyecto es su convencimiento. Hace falta convencer a los demás. Para hacer «Asturias Semanal» digo yo que habrá sido necesario convencer a mucha gente, empezando por los «familiares» del santo oficio de la Delegación de Información y Turismo, pero el proyecto funcionó aunque ahora parezca descabellado, habida cuenta la época, todavía muy suspicaz, en que empezó a publicarse la revista. Y es seguro que, sin esa revista, la Asturias actual hubiera sido de otra manera, aparte que de ella salieron las figuras más brillantes del periodismo asturiano de los últimos treintaitantos años. «Asturias Semanal» abrió una ventana a Asturias; no se trataba de un gran ventanal, y acaso no la haya abierto enteramente, pero era lo que podía intentarse por aquellos días, y el intento dio sus frutos. El otro proyecto, «Asturias Diario», resistió con bravura durante un año justo menos pocos días, pero ni los periódicos ni las naves suelen resistir a los elementos cuando son adversos. Entonces fue cuando Graciano llamó a capítulo al Graciano imaginativo y al Graciano proyectista y entre los tres, que hacen uno, urdieron la cosa más formidable que imaginarse pueda: convertir por un día a Oviedo en Estocolmo, al teatro Campoamor en el palacio de conciertos de la mencionada ciudad nórdica, y a los Reyes de España en monarcas suecos. Y el proyecto se hizo realidad, y fue a más, y el premio «Príncipe de Asturias» se reafirma como la versión latina del premio Nobel, y de este modo, la Corona, como le gusta decir a Graciano García, se vincula a Asturias por lazos firmes. Parece mentira las muchas cosas que consiguió Graciano: materializó sueños y luchó lealmente por Asturias, méritos de sobre como para que sea el asturiano del último cuarto de siglo. Navegó tempestades y buscó bonanzas, y por saber, supo hasta perderse en Muniellos.

La Nueva España · 28 de julio de 2001