Ignacio Gracia Noriega
Obras de don Ramón de Campoamor
Como era de esperar, no están teniendo la misma repercusión los centenarios simultáneos de las muertes respectivas de dos de los escritores asturianos más conocidos, don Ramón de Campoamor y Leopoldo Alas, «Clarín», muertos ambos en 1901. También es cierto que en vida era Campoamor mucho más estimado, conocido y prestigioso que Clarín, así que vaya lo uno por lo otro. Además, y pese a que Campoamor ya no está de moda y Clarín se ha convertido en autor muy bien visto por la progresía intelectual que desde hace cuarenta años, cuando menos, impone las modas de carácter cultural en este reino, las conmemoraciones de Campoamor están resultando dignas y son más numerosas de lo que se esperaba. Como el juicio político aplicado a la literatura todavía sigue vigente, se está empezando a descubrir que Campoamor era menos reaccionario y Clarín menos progresista de lo que habitualmente se supone. Durante su intervención en los cursos de verano de La Granda, el escritor Manuel Lombardero apuntó, por ejemplo, que Campoamor era un reaccionario desconcertante, señalando que era contrario a la pena de muerte (aunque, siendo gobernador civil, firmó una) y al sufragio universal. Se entiende, es claro, que ser contrario a la pena de muerte es una actitud progresista, mientras que serlo al sufragio universal indica enconada reacción. No obstante, un faro del progresismo universal como Lenin, o en nuestra época Fidel Castro, o los jerarcas chinos, no tienen inconveniente en aplicar la pena de muerte cuantas veces haga falta y no aprueban el sufragio universal. En España, otro escritor muy reaccionario como Pereda tampoco admitía la pena de muerte, y, en cuanto a que a Campoamor no le entusiasmara la monarquía constitucional, debemos recordar que Valle-Inclán, que se hizo de izquierdas al final de sus días, escribió en ésta su última etapa que los reyes constitucionales debían estar sometidos a dieta vegetariana. Campoamor era un señor muy conservador que, como escritor, defendía la libertad de prensa, de la que tanto desconfían los políticos, empezando por los más «progresistas» y societarios (puedo aportar ejemplos).
No estamos considerando aquí a Campoamor como político, sino como escritor. O a lo que permanece de Campoamor como escritor, si se prefiere. Ha pasado la época en que las damiselas de antaño se pasaban unas a otras copias manuscritas de los versos campoamorianos y de las rimas becquerianas, obras bien distintas de poetas en todo diferentes, Campoamor y Bécquer, pero que contaban con el mismo público fervoroso, y mayoritariamente femenino. En esta época a nadie se le ocurre hacer copias manuscritas de las doloras o de los pequeños poemas. Pero tampoco hay dificultades para leer a Campoamor, si alguien pretende hacerlo (cosa que no se puede decir de otros escritores, incluso más prestigiosos que él, en la actualidad). Tenemos una excelente «Antología poética», publicada en Cátedra en 1996, en edición de Víctor Montolí; también es asequible su «Poética», sin duda el más vigente e interesante de sus textos en prosa. Y en Asturias se han hecho unas «Obras selectas» de Campoamor, muy bien editadas por Hércules Astur de Ediciones, dentro de su colección de grandes autores asturianos. En esta edición, con prólogo de mi docto compañero de carrera Álvaro Ruiz de la Peña, se incluyen muestras del verso y de la prosa del poeta de Navia, lo que resulta estimable y es de agradecer en este tipo de recopilaciones, en las que, si se trata de la obra de un poeta, parece norma olvidar la prosa. Ciertamente he de hacerle una objeción a la selección, y es que incluye el texto de «Lo absoluto», supongo que íntegro, cuando hubiera resultado más provechoso para los lectores poco versados en Campoamor, e incluso para la imagen actual del poeta, hacer, ya que de obras selectas se trata, una selección más amplia y variada de su prosa, incluyendo incluso algo de su numerosa contribución al periodismo. Pero cada antólogo tiene su criterio, y, a fin de cuentas, lo importante de una antología es que refleje lo esencial del autor antologado. Y Campoamor es poeta tan peculiar que ciertos poemas suyos aún se recuerdan; de ningún modo pueden faltar algunos que pertenecen al subconsciente colectivo. ¡Cuántas veces se cita a Campoamor sin saberlo!, cosa que no ocurre con poetas de mayor consideración. A su manera, Campoamor era un poeta «de su experiencia», que solía escribir con sentido común (aunque no siempre), y que, entre humorada y humorismo, procuraba no darle importancia a que al final llega la muerte y confunde «aras, ídolos, luz, galas y templos».
La Nueva España · 9 de agosto de 2001