Ignacio Gracia Noriega
Tesoros en Morcín
El concejo de Morcín, a pesar de su tradición minera (en La Foz se encuentra el pozo Monsacro, uno de los grandes de la minería asturiana), y de su proximidad con Oviedo y Mieres es arcaizante y mágico.
Apartado de la carretera general hacia la sierra del Aramo, rodea al concejo de Quirós por el Norte, con un abrazo de montañas. Pedroveya es la aldea situada más al norte de Quirós, al otro lado de los montes, por lo que su salida natural es por Morcín; siendo Jama alcalde de Morcín, les llevó el agua y se lo agradecen. Pedroveya se encuentra debajo de un recodo, y a pesar de la afluencia, sobre todo dominical, de excursionistas, se conserva bastante bien, con sus hórreos venerables.
Por aquí lindan los concejos de Morcín, Quirós y Santo Adriano; es zona con grandeza de montaña alta, al pie del Aramo, de colinas suaves, pradería y matorral.
El río Barrea, que corta la sierra del Aramo, nutre Alfilorios y desemboca en el río Caudal, es el límite de Morcín por esta parte. Regresando hacia el interior del concejo de Morcín, nos detenemos en Peñerudes, el otro pueblo, ya morciniego, que es centro de reunión de excursionistas antes de seguir hasta Pedroveya para tomar el desfiladero de Las Xanas, una garganta del Cares en miniatura, con salida a Santo Adriano, en la cuenca del río Trubia. La torre de Peñerudes se mantiene erguida sobre un cerro, en la antigua senda que viene desde Palomar, aunque buena parte de las piedras de sus muros fue aprovechada por los aldeanos para murar su fincas. Desde los ventanales de Casa Milio, vemos el gran espectáculo de La Mostayal.
Comemos en La Puente, a la entrada de La Foz, en el bar de Luisa, en un amplio comedor sobre el río, viendo la senda que conduce a las alturas de Somonte. Primero, un suculento cocido de verduras, y después huevos fritos con chorizo y patatas, plato que nunca falla. Estamos allí reunidos Mario, José Antonio Martínez Allende (es decir, Jama) y yo, recordando al buen amigo Cachero, que nos dejó hace un año, pero cuya bondad y sentido de la amistad no se olvidan.
El cura no pudo venir porque está en Cudillero. Hace poco murió su hermano, por lo que le acompaño en el sentimiento.
Morcín es tierra de ayalgas, no podía ser menos, dado que su monte central es el Monsacro, donde estuvo refugiada el Arca Santa, llena de tesoros y reliquias antes de ser trasladada a la iglesia de Oviedo.
Se decía que tal era el esplendor de lo que contenía, que su luminosidad podía dejar ciego a quien se atreviera a abrirla. Pero todavía sigue habiendo tesoros en este monte sagrado y tormentoso, que desde Oviedo se ve negro; según leemos en el «Manuscrito de tesoros de Asturias», publicado por Perfecto Rodríguez. «En dicho sitio de Monte Sacro en La Magdalena, junto a un llanito, hay tres mojones o finos labrados, entre ellos está un tesoro a seis pies de hondo», y «en la cueva de la Mora, debajo de una esquina, está un tesoro de baja al río Caudaloso, término de Piedra del Agua a la Vecerra, de aquí al Poniente del Sol, en un muredal grande, está otro tesoro».
Asturias es tierra rica, si no en tesoros, en leyendas sobre tesoros. Los romanos venían a buscar ríos y minas de oro, y consideraban su explotación tan rentable como para emprender la conquista de lugar tan lejano y quebrado. Curiosamente, un cuento del escritor portugués Eea de Queiroz, desarrollado en una Asturias imaginaria, e imaginada sin conocimiento directo ni remoto, trata de unos aldeanos semisalvajes que encuentran un tesoro. La afición a buscar tesoros dio lugar a que aquí también circularan, como en Galicia, «gacetas» o « gacepas», que son «antiguos papeles manuscritos (...) en los cuales aparecen indicaciones precisas de la existencia de tesoros ocultos en distintos parajes» (Perfecto Rodríguez). A estas riquezas escondidas se las llaman tesoros en la Asturias oriental, «ayalgas» en Morcín, Ríosa, Belmonte y Allande, y «chalgas» en Teverga y Somiedo. El nombre de «ayalga» deriva de «hallazga» o «hallazgo», pero los asturianos convirtieron el hallazgo en un ser mágico, y lo integraron en su mitología. El primero en hacerlo fue Tomás Cipriano Agüero, que identifica a las ayalgas («ninfas hechiceras que ocultan inmensas riquezas») con las xanas. Sensatamente, Ramón Baragaño reconoce la falsedad de este mito, producto de manipulaciones eruditas del siglo XIX (también se refirieron a él Gumersindo Laverde, Juan Menéndez Pidal y Félix Aramburu). En otros casos, el tesoro está guardado por un moro espantable, armado de una maza, y que custodia también a una cristiana cautiva. La presencia del moro armado o que el tesoro se encuentre en el fondo de una cueva o en lo alto de un monte indican que el tal tesoro sólo se logrará con mucha dificultad. La historia de un tesoro escuchada en Morcín se encuentra en las «1001 noches». Otra historia de «ayalga» es la que sigue: un hombre rompe el arado con una piedra redonda. Enfurecido por ello, arranca la piedra de la tierra y la arroja vertiente abajo. Esta piedra, bajando, choca con una roca y rompe, dispersando sobre la hierba polvo de oro en tal cantidad que el prado brillaba por las noches de luna llena como si le estuviera dando el sol.
La Nueva España · 11 de agosto de 2001