Ignacio Gracia Noriega
Lloviendo mujeres fuertes
Aunque vivimos en el mejor de los mundos posibles (cosa que yo he afirmado reiteradamente desde estas páginas), hay personas que se resisten a creerlo, y eso nos libera de la literatura monocorde hoy al uso, en la que sólo venden el conformismo socialdemócrata y el cosmopolitismo un tanto postizo y de «caleya» de autores jóvenes y no tan jóvenes que descubrieron las grandes posibilidades del «tzriler» (como dice la chica de Guillén Cuervo, en su infame programa televisivo para enaltecer a los amiguetes que hacen cine), olvidándose de aquella argolla a la que ataba su abuelo la burra cuando bajaba a la villa, según constaba en una lápida colocada en la plaza Mayor de Villadiego (hasta que llegó un alcalde «progre» y mandó retirarla; o, al menos, lo supongo, porque ahora esa lápida tan instructiva y recordatoria ya no está).
Entre los descreídos del actual y portentoso «progreso», es decir, entre los que creen firmemente que, antes de que todos los españoles fueran demócratas, estuvieran buena parte del año de vacaciones y tuvieran coche o coches, sus antepasados se desplazaban en burro, figura el escritor poco convencional y dado a decir verdades (o si se quiere, sus verdades) Millán Sacramenia Artedo, seudónimo evidente que encubre a un conocido periodista, muy vinculado a Asturias, aunque no haya ejercido su profesión en esta tierra. Millán Artedo me hace llegar dos libros, ambos impresos en papel ecológico y por cuenta del autor, los dos recorridos por el mismo espíritu de reafirmación y denuncia (pues la denuncia no ha de ser exclusiva de quienes se sitúan en los aledaños de la izquierda). Uno, novela –«Quién encontrará a la mujer fuerte»–, y el otro, biografía o, más exactamente, hagiografía –«Lloviendo rosas»–. El primero, dominado por la indignación; el segundo, por la piedad. «Quién encontrará a la mujer fuerte» es, según Millán Artedo, «pura ficción futurible». Convencido de que «el hombre que alza la voz antes que nadie en nombre de la verdad y prescindiendo de convencionalismos es tenido por héroe o temerario» (gran verdad, formulada por Pedro Álvarez Quintero en 1997), Artedo considera que su familia y España constituyen la razón de su vida. No hace falta señalar que tanto la familia como España han sido fuertemente desprestigiadas en este reino democrático, las más de las veces con subvención oficial. «Quién encontrará la mujer fuerte» es literatura militante. Durante el régimen anterior, los libros incómodos eran perseguidos por la censura; ahora arrojan sobre ellos la losa del olvido. Es mucho más eficaz el procedimiento actual que el pretérito, y una vez más debo recordar a las personas dispuestas a creer en las libertades individuales que la «corrección política» es la más sibilina, pues se esconde bajo diferentes formas, y maligna forma de presión ideológica, ya que se presenta como una norma totalizadora para bien pensantes, y en nombre de la democracia y de la modernidad incluso nos impone el separatismo, obligándonos a decir «A Coruña» o «Lleida», por ejemplo, cosas que los españoles que decimos Londres y no London no tenemos por qué decir ni admitir.
«Lloviendo rosas» es una biografía de Santa Teresita de Lisieux, declarada doctora de la Iglesia universal por Juan Pablo II (y aquí me permito corregir una errata que aparece tanto en la contraportada como en el texto: Santa Teresita murió en 1897, pero no, evidentemente, en 1997, como aquí figura). Hoy no se cultiva, es natural, el género hagiográfico, un delicado regalo de la piedad medieval que se extiende hasta la literatura moderna. Este año, por ser el del centenario del nacimiento del gran escritor francés Daniel Rops (1901-65), he leído su colección de vidas de santos, que titula «La leyenda dorada», a la manera medieval; un libro muy bello, pues Rops es un escritor excelente, aunque poco conocido. Millán Artedo cierra el suyo con unas páginas curiosas e inesperadas sobre la devoción mariana de Clarín. Estando un día Clarín en la playa de Carreño con un libro en la mano, se le apareció la Virgen, entre nubes desgarradas y en las espumas de las olas, rodeada de Arcángeles, Dominaciones y Potestades. De ahí nace la devoción que le llevó a escribir: «Reza a esa Virgen pura, / tierna madre de Dios de cielo y tierra». Así lo refiere Artedo; sólo nos queda añadir: ¿y por qué no?
La Nueva España · 18 de agosto de 2001