Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

La ley del silencio

Desde hace tiempo no me ocupo ni de pasada de los asuntos de Llanes, mi villa natal y de residencia, porque entiendo que los principales responsables de ellos son los propios llaniscos, que votan, callan y otorgan por conveniencia o miedo. Me incita a intervenir en cuestiones que denuncié ya hace muchos años el ajustado reportaje de Ana Paola Santoveña, titulado «Silencio elevado al cubo», a propósito de una fenomenal tomadura de pelo de la que nos ha hecho víctimas a todos los llaniscos, que seremos quienes paguemos la broma y el alarde.

En la sección de los lectores de LA NUEVA ESPAÑA del pasado día 9 de agosto, don Ramón Llamas Menéndez aseguraba, refiriéndose al puerto de Llanes pintarrajeado por Ibarrola, que se niega «a ver el traje del emperador si éste no lleva traje». Yo, asimismo, creo que lo de pintar el puerto de Llanes es una falta de respeto a los llaniscos, cuya villa es caótica y está hecha una basura, sin aparcamientos, con las calles polvorientas y llenas de baches, y con las noches ruidosas y sin vigilancia. ¿Qué intereses y de qué tipo hubo para dar a un lugar así la categoría de «excelencia turística»? Mas esto, a fin de cuentas, recaiga sobre la responsabilidad de quienes votan al alcalde Trevín. Volvamos al pintacubos Ibarrola, a quien con toda seguridad el jefe Quintana Pedrós trajo a Llanes en recuerdo de aquellos tiempos del cuplé de publicaciones como «Ruedo ibérico». Resucitando a Ibarrola, Quintana resucita su pasado; sólo que a costa de los llaniscos. De este modo, Trevín extiende su sombra política hacia las Vascongadas, como la ha extendido también hacia las Américas menos recomendables, aprovechándose de su cargo de alcalde de Llanes y de su actual cargo de proyecciones ultramarinas y multimillonarias.

Considero puro camelo obras como la que se está desarrollando en el puerto de Llanes. Poner colorines sobre un puerto es tan grotesco como empaquetar un edificio, a la manera del artista Christo. Y, es natural, tal absurdo va a costar, de momento, muchas decenas de millones de pesetas que no se sabe quién pagará, mientras que en los pueblos llaniscos de Cue y Andrín las cañerías están completamente tupidas por la cal, por lo que es urgente, es indispensable que se haga una depuradora de aguas que, según el cálculo de Asturagua, vendría a costar algo más de tres millones. Es decir, hay cuarenta millones (de mano) para el pintacubos Ibarrola, pero no hay tres millones para Cue y Andrín. Vergonzoso. En compensación, el pintacubos, que probablemente no se enteró hasta el otro día de la existencia de Llanes, viene a ayudarnos a «recuperar la memoria llanisca». A la desvergüenza añaden el descaro. Si hubieran dicho que se trata de un capricho del señor Quintana, pase, pero que pretendan darle un sentido entre histórico y sentimental, es lo que peor soporto. Y todavía falta el documental que dicen que va a rodar Gonzalo Suárez, siempre atento a cualquier oportunidad que se presente. Eran pocos y parió la abuela. Y aunque calculo que la pérdida de la gran obra de Ibarrola no represente una desgracia para Llanes y para el arte universal, ¿qué sucederá cuando Trevín empiece a construir ese macropuerto de los cinco mil millones, del que, por cierto, ya no habla tanto?

Y los llaniscos, que son los afectados por la obra de Ibarrola, no se atreven a opinar sobre ella. No hablan a favor porque no les gusta; no hablan en contra porque temen represalias. En el Llanes de Trevín impera la ley del silencio: no es secreto para nadie. Y los llaniscos, que no se preocupan de otra cosa que de calcular si este año hubo más turistas que el pasado y de repetirse entre ellos que las fiestas llaniscas son las mejores del mundo, ahora murmuran en voz muy baja que Ibarrola puede atraer la mirada etarra sobre Llanes.

Pero callan, por si hay moros en la costa y porque temen más las represalias de Trevín. Quien calla, otorga, pero yo, como no tengo miedo ni otorgo, no callo. Las pinturas de Ibarrola son un abuso del dinero de los llaniscos y un insulto a su buen gusto. ¡Y todavía hay quien dice que gracias a esas pinturas saldremos en los catálogos! Supongo que se referirá al catálogo de la memez universal, si lo hay.

La Nueva España · 26 de septiembre de 2001