Ignacio Gracia Noriega
La canción de Mieres
Mieres es una de las capitales del folklore asturiano. A Mieres llevó Aurelio de Llano a Ramón Menéndez Pidal para que viera bailar la danza prima, anotando el ilustre filólogo después de escuchar «¡Ay!, un galán de esta villa» que, seguramente, era el romance más antiguo que se puede escuchar en España en este tiempo. Mieres es población musical, cantarina y filarmónica, como bien nos documenta Julio León Costales en su libro «Las bandas de música de Mieres y otros aspectos del folklore», donde leemos, a propósito de la canción asturiana: «Canciones en los llagares, endechas en la llende, de ronda... crearon una escuela de hombres y mujeres que sentía la pasión por el canto, cuyas voces fueron nutriendo los coros que surgieron en este municipio; otros destacaron como solistas, cantautores en algunos casos de sus propias letras». De Mieres han surgido grandes intérpretes de la canción astur; a la cabeza de todos ellos (y de los de Asturias entera, hoy por hoy) figura el gran Juanín de Mieres, irrepetible almirante de nuestra tonada. No cito a otros, también muy buenos, por no hacer un catálogo en lugar de un artículo. «La referencia más antigua que hallamos acerca de los cantores de Mieres está tomada de una publicación del año 1909, sobre un festival folklórico celebrado en Oviedo a beneficio de los soldados de África» –señala Costales–. Desde entonces acá, mucho se ha cantado en Mieres y sobre Mieres, tema de muchas canciones.
Para que haya cantantes es preciso que existan canciones. Ismael González Arias recopiló recientemente un libro breve, que ya va por la segunda edición: «Las cuarenta principales. Cancionero popular de Mieres» (Colección Temas de Mieres, n.º 5), cuyo título, inevitablemente evocador de un famoso programa radiofónico, apunta, por otra parte, que se trata de una selección. No se trata este libro de un cancionero al uso, sino que cada canción lleva su correspondiente transcripción musical, debida a Alberto Varillas. El prólogo es erudito y está muy bien ordenado, y va impreso en bilingüe, página de la derecha en la «llingua» del lugar, página de la izquierda en la de la lengua del Imperio; alarde un tanto pedantesco, porque quien entiende el bable, también entiende el español. No estoy de acuerdo en que el bable sea la lengua mayoritaria de la tonada astur, ni en que ni más ni menos que treinta y cuatro canciones de este cancionero de cuarenta lleven la letra en esa lengua, aunque salvo las tres que señala el prologuista, como castellanas, en las demás aparecen algunas incorrecciones («toas», «tá», etcétera) que se conoce que se toman por bables; o bien, basta con transcribir «nueche» por «noche» y colocar un apóstrofe para bablizar «Carretera de Avilés». En mi opinión, «Fui al Cristo y enamoreme» se canta en español, a no ser que se tome por bable el arcaísmo «malhaya». Y podríamos seguir aportando ejemplos. Acaso sería más exacto señalar, admitiendo la presencia de una o más voces bables en un texto que más bien suena a español, que las canciones son bilingües, teniendo en cuenta la acertada apreciación de Eduardo Martínez Torner: «Todas estas incorrecciones, en fin, que con alguna frecuencia se encuentran en las canciones populares hacen pensar que letra y música no fueron compuestas a un tiempo y conservadas fielmente en su primitiva forma, sino que una de las dos ha sufrido modificaciones o que a una melodía dada se le ha aplicado una nueva letra, de distinta acentuación rítmica». Aquí no se trata de una modificación rítmica, sino más bien ideológica.
«Las cuarenta principales» incluye también una canción medio en gallego, «Naveira», y «Villaviciosa hermosa», «El Carmín de la Pola», «El Cristo de Candás», una de las letras del pericote, etcétera. Lo que indica que este cancionero es más que de canciones de Mieres, de las canciones que se cantan en Mieres, por lo que es válido para toda Asturias. González Arias recopila, entre estas canciones, algunas de las más populares de Asturias; también de las más hermosas. No se ha reparado suficientemente en la belleza del cancionero musical asturiano, en el que la letra, con mucha frecuencia, alcanza gran altura poética. Razón por la que algunas canciones se pueden leer con ausencia de la música y queda entonces algo que sin exageración podemos llamar poesía.
La Nueva España · 20 de octubre de 2001