Ignacio Gracia Noriega
Campoamor y la sonata de otoño
Estamos en año de conmemoraciones literarias: el del fallecimiento de don Ramón de Campoamor y del comienzo de la publicación de la «Sonata de otoño», de Ramón del Valle-Inclán: cronológicamente, la primera de las «Sonatas», y la más hermosa, que aparece como libro en 1902, año verdaderamente importante para la nueva literatura española, pues en él se publican también «La voluntad» de Azorín, «Amor y pedagogía», de Unamuno y «Camino de perfección», de Pío Baroja. Campoamor pertenecía a otra época, a la que tanto los libros que he citado, como sus autores, contribuyeron a devaluar. Como poeta, don Ramón de Campoamor nos habló de amores melancólicos, dulcificados por el paso del tiempo y por su humorismo que a veces es escepticismo y otras veces pura socarronería. Leyendo, una vez más, la «Sonata de otoño», no nos viene a la memoria don Ramón de Campoamor ni nada suyo. ¿Es que en esta «Sonata» no hay melancolía? La hay, y magnífica; pero también hay tragedia, y la tragedia anula a la melancolía.
Leyendo a Valle Inclán y a Campoamor, uno se pregunta qué relación puede existir entre ambos, salvo la de llamarse Ramón uno y otro. ¿Qué puede haber en común entre el Valle-Inclán esteticista y rebelde de sus primeros libros y Campoamor, famoso y respetable poeta de la Restauración, hombre con sentido del humor y sentido común, acomodaticio y pacífico, gobernador civil y diputado por Romero Robledo? Campoamor le da la puntilla al romanticismo con su poesía pedestre, y Valle-Inclán, por el contrario, intenta resucitar el espíritu romántico en el marqués de Bradomín; aunque, al no conseguirlo, porque no era la suya época romántica, le degrada y convierte en fantoche en «El ruedo ibérico». ¿Un fantoche como Campoamor? Pero nuestra sorpresa no puede ser más grande cuando Valle-Inclán confiesa que Bradomín es Campoamor. Ahí es nada. Y lo dice con todas las letras de ambos nombres: «Confieso que mi marqués de Bradomín está inspirado en Campoamor, y muchos de sus rasgos no son autobiográficos, como creen algunos, sino que pertenecen al autor de las "Doloras"».
Estamos desempolvando una conferencia titulada «Semblanzas de literatos españoles». Nos ha puesto sobre su pista el libro «Valle Inclán y el novecientos», de Obdulia Guerrero. Puede tratarse de una broma. El malévolo cosmopolita bonaerense solía decir, por embromar, que el mejor escritor argentino era Arturo Cancela; lo que a Cantela le parecía muy mal, porque un elogio así le olía a chamusquina. Pero no es el caso de Valle-Inclán. En la mencionada conferencia no se limita a decir que Campoamor es Bradomín, sino que, además, afirma: «Campoamor era franco en sus sátiras, aún cuando le afectaban». Y, más adelante: «Era hombre generoso y espléndido. Baste decir que regaló todas sus obras a los editores, porque no concebía el arte como lucro». ¿Le habría prestado dinero a Valle-Inclán en sus días de bohemio, y éste, teniendo en cuenta que don Ramón no concebía el arte como lucro, no se lo habrá devuelto? Valle-Inclán era muy sensible a los mecenazgos. No hace falta explicar por qué, siendo carlista, se hizo azañista. Para él, alguien debía correr con los gastos del artista, y si no lo hacían los particulares, valía el Estado. Por eso no tenía inconveniente en proclamarse socialista o mussoliniano, que es lo mismo.
La «Sonata de otoño» nace (y con ella, la mayor en edad y la mejor en calidades poéticas y sensitivas, ese prodigioso cuarteto de «Sonatas», joyas únicas y altísimas de la prosa artificiosa y plástica), al tiempo que muere don Ramón de Campoamor. Estamos demasiado acostumbrados a ver a don Ramón gordo y patilludo, sentado en un sillón junto a la chimenea. Pero en su juventud tuvo amoríos con las madres de esas hijas deliciosas que ahora besan su calva, y se batió en duelo. La primera entrega de la «Sonata de otoño», se publica el 28 de julio de 1901 en «La Correspondencia de España» con el título de «¿Cuento de amor? (Fragmento de las memorias del marqués de Bradomín)». Campoamor no pudo conocer ni siquiera esta remota prehistoria de Bradomín, ya que había muerto el 12 de febrero de ese año. Otros textos que incrementan el ámbito de la «Sonata de otoño» se publican a lo largo de 1901 -«Sonata de otoño», «Don Juan Manuel», «Corazón de niña» y «Piadoso legado»- y en 1902 -«El palacio de Brandeso», en «El Imparcial», 13 de enero-, antes de su aparición como novela. Las «Sonatas» son la culminación de la prosa modernista. Valle-Inclán es modernista en sus primeras prosas y en sus primeros versos; remoto sobrino nieto de Campoamor, por tanto, ya que Rubén Darío debe a Campoamor la liberación del lenguaje poético romántico. En algún verso, en alguna rima, en algún humorismo de Valle-Inclán acaso pueda rastrearse la huella campoamoriana. Valle-Inclán, poeta humorista, no renuncia, por ejemplo, al prosaísmo, en el verso. Poseedor de un excepcional oído para la prosa/en el verso de Valle-Inclán cabe todo. ¿Por qué no también Campoamor?
La Nueva España · 20 diciembre 2001