Ignacio Gracia Noriega
Mandi
Ya no volveremos a ver a Mandi sentado a la entrada del estanco de la plaza de las Barqueras, leyendo el periódico y haciendo comentarios sobre lo que leía a la clientela. Mandi era fiel a dos periódicos, a «ABC» y a LA NUEVA ESPAÑA. Algunas veces me decía:
— ¡Mucho sabe de fútbol Melchor!
— En eso que escribió el otro día, Melchor está equivocado. Tienes que decírselo.
En su opinión, todo lo que se escribe sobre fútbol en este periódico era obra de Melchor o pasaba por sus manos. Como buen futbolista que había sido, a Mandi le gustaba que los periodistas que escriben sobre fútbol, sepan de fútbol propio, primero leía y luego juzgaba, por lo que decía a veces: «Esto fue así y está bien escrito» o «Esto no fue así», y lo que no fue así, está mal escrito. Guardaba perfecta memoria de su vida deportiva y de la época en que jugó. A veces hablábamos de Falín y de Facio, que habían sido muy amigos míos, y de Emilín y Herrerita, que eran de la generación de «los mayores», por lo que merecían afecto y respeto.
En materia política coincidía bastante con «ABC». A mí me preguntaba siempre por Vigil y por Juan Benito. A Vigil yo no le trato desde hace años, y, Juan Benito está muy bien, hecho un «gentleman farmer», como dice Lucio, en la casa de Puelles. Y aquí se producía una cierta confusión, porque, por no sé qué cálculos que Mandi había hecho relativos a las edades de los vecinos de la calle Marqués de Teverga, salía que Vigil era de su quinta, y como yo había ido al colegio con Vigil, también ando alrededor de los setenta años.
— Entonces, Vigil es de la edad de Teófilo Heres.
— Que no. Tiene cincuenta y seis años.
— ¡Ah, bueno! ¿Y qué te parece Vigil?
— Excelente persona, aunque de carácter caprichoso y variable, y como político, nefasto.
El Oviedo de Mandi era un poco el mío, aunque con catorce años de antelación: El Manantial, La Perla, El Bar Cantábrico, Pepe Velasco, Pepe Cosmen... Su amigo del alma, su referencia constante, era José María Ladreda. Siempre que yo iba a Oviedo me mandaba recuerdos para José María Ladreda; siempre que iba él, me traía recuerdos de José María. Muchas noches, cuando el Bar Cantábrico cerraba tarde y Pepe Velasco estaba en plena forma, hacíamos allí tertulia nocturna. Ahora Pepe Velasco sigue en plena forma, pero quitó el bar para dejar sólo el restaurante. A Mandi siempre le gustó comer bien, y muchas veces salía a cenar con su mujer. Su criterio en materia gastronómica, como en el fútbol o en la política, era certero, de buen conocedor. Hace unos meses, vinieron a verme a Llanes Pepe Cosmen, José María Ladreda y Javier Batalla, y fuimos a comer a Andrín, al restaurante de la hermana de Javier Batalla, donde son magníficos los mariscos y los pescados, algunos de los cuales pesca personalmente Pepito; así que pescado más fresco, imposible. Antes de subir a Andrín (y de tomar un blanco, como aperitivo, en el bar de Lobeto), fuimos a buscar a Mandi al estanco, pero ya había cerrado. En eso de cerrar el estanco era de una puntualidad taurina. Cerraba siempre a la hora en punto, ni un segundo antes ni un segundo después; no sé si para abrir sería tan puntual. Cuando le dije que le habíamos ido a buscar, hizo gesto de decir «¡mecachis!», y añadió:
— Otra vez será.
— Otra vez será –reafirmé yo.
Y no pudo ser.
Andaba a grandes zancadas y hablaba con rapidez. «Oye, escucha...» y lo decía él todo. A veces andaba solo, a veces con Vallejo, uno de los ovetensistas más característicos de Llanes (a la villa me refiero, porque el más ovetensista del concejo es Ramón Díaz, el «Capi»). Le gustaba ir, como a mí, al bar Rompeolas, que tiene un aire que recuerda a los desaparecidos El Manantial y La Perla, verdaderos emblemas de la ciudad de Oviedo.
Mandi, es decir, Armando Fernández Prieto, fue un extremo derecho muy rápido, que del Unión Ovetense pasó a jugar en el Real Oviedo en los primeros años de la década del cincuenta, y de ahí al Barcelona. Hubiera llegado muy lejos Mandi en el fútbol de no haber sido por una lesión en la rodilla que le impidió jugar en la selección nacional. Sin embargo, no abandonó el fútbol, jugando sucesivamente en el Jaén, Caudal, Unión Popular de Langreo y La Camocha. Últimamente tenía un estanco en Llanes. Ahora acaba de morir en Oviedo, a los sesenta y nueve años. Representaba muy bien al Real Oviedo de los años cincuenta, y en general, el espíritu de la ciudad de Oviedo, de la que siempre se sintió vecino y hacia la que siempre tuvo nostalgia.
La Nueva España · 2 de enero de 2002