Ignacio Gracia Noriega
Isaac Ortega
Poco a poco se van marchando por el camino de las sombras las viejas figuras del socialismo asturiano. Ayer se fue para siempre Avelino Cadavieco, gran persona (aunque por su baja estatura y por su juventud durante la guerra civil de 1936 le llamaban «el Capitanín») y excelente y afectuoso amigo, y hoy se va Isaac Ortega. Y poco después que Cadavieco murió su vecino «el Porretu». Hay ya muchas ausencias, muchos huecos en el animoso socialismo de Latores, la única localidad del concejo de Oviedo que contaba con una sección socialista organizada antes de que se constituyera la Agrupación Socialista ovetense, en septiembre de 1976. Esta sección, en rigor, fue la primera de la Agrupación Socialista ovetense, y ya funcionaba, con comité local propio, antes de que existiera formalmente la Agrupación Socialista ovetense. También había un conato de organización en Limanes, aunque con menos miembros que en Latores. A Latores bajaba el comandante Mata a refugiarse durante los inviernos, descendiendo de las alturas nevadas de Peña Mayor; y en Latores, Amalio me presentó al comandante Flórez, otro guerrillero de leyenda. Era un hombre pequeño y cansado, muy diferente, en el aspecto físico, del comandante Mata, erguido leal y con el pelo negrísimo a pesar de los años y de las penalidades pasadas durante once años de guerrilla. En 1976, el más joven de la sección socialista de Latores era Pepín el de Latores, que ya peina canas (y me parece que también de aquélla). A Latores estaba asimilado el enorme Emilio Llaneza, residente en Cabornio: otro que se fue después de más de setenta años de limpieza ejecutoria socialista. Y con él se fueron José Albajara, Leonardo Velasco, Alejandro García de Paredes, Serrano... Si estuviera a mi lado Jesús Zapico, memoria viva y espíritu vivo del más puro socialismo asturiano, saldrían algunos veteranos más; pero no muchos más.
Isaac Ortega, que acaba de fallecer a los 88 años, procedía del socialismo de Cangas del Narcea, de donde también era oriundo el comandante Flórez y de donde procedían socialistas de la primera hornada de la transición, como Alipio. Algunos de estos socialistas eran muy críticos, pero ahí estaban. Isaac Ortega luchó durante la última guerra civil como oficial al servicio de la República (aunque hay muy serias dudas, expresadas incluso por Azaña y Prieto, de que lo que se defendía en aquella guerra, y desde aquel ejército, fuera la segunda República; pero ésta es otra cuestión). No es que fuera militar profesional, como se ha insinuado, sino que recibió su instrucción para ser oficial en la Academia Militar de Bilbao (en la que se formaron también, en cursos apresurados, Avelino Cadavieco, los comandantes Mata y Flórez, y tantos otros), algo equivalente a los alféreces provisionales del bando nacional. Naturalmente, estos oficiales ascendieron por méritos de guerra y alguno, como Manuel Sánchez Noriega, «el Coritu», llegó a tener mando de general. Asimismo, los grados de comandante de Mata, Flórez, Fausto, etcétera..., no eran como el de Fidel Castro, sino que obedecían a ascensos obtenidos por acciones militares, dentro de un ejército convencional. También conviene distinguir entre «militares», como Cadavieco y Ortega, y «guerrilleros», como Mata y Flórez. Pero ello se debe tan sólo a que Mata y Flórez, formados asimismo en la Academia Militar de Bilbao, continuaron luchando como guerrilleros después de la liberada Asturias, mientras que Cadavieco y Ortega fueron hechos prisioneros y condenados a muerte; tres años permaneció Ortega en esa situación, en el penal de Puerto de Santa María. Posteriormente se dedicó a la minería sin, por este motivo, y la mejora de la situación económica, abandonar la lucha en la clandestinidad. Y lo que conoció Isaac Ortega así fue clandestinidad pura y dura, que no tenía nada que ver con la situación de los años setenta, a la que llaman también «clandestinidad» muchos socialistas de nuevo cuño.
Si hubiera que calificar a Isaac Ortega de algún modo, yo le calificaría como un caballero. Era un hombre educado, irreprochable en el trato, que sabía escuchar; por lo tanto, también sabía hablar y tenía mucho que decir. Formaba un buen trío con Avelino Cadavieco, más exuberante, y con Rafael Fernández. Yo lamento la muerte de este buen amigo. Siempre que me despedía de él, tenía la impresión de que habíamos hablado poco. Adiós, Isaac Ortega.
La Nueva España · 3 de enero de 2002