Ignacio Gracia Noriega
Luis Suárez Fernández
y la España del Cid
El historiador gijonés Luis Suárez Fernández, académico de la Historia y ex rector de la Universidad de Valladolid, ha recibido el Premio Nacional de Historia 2001. Refiriéndose a su oficio de historiador, Suárez Fernández declaró recientemente a La Nueva España: «No es un oficio que pueda dar hoy grandes satisfacciones públicas». Tampoco personas como Luis Suárez, que no oculta su condición conservadora, suelen recibir premios en esta monarquía. Los premios de reconocimiento intelectual, que son numerosísimos, parecen más bien destinados a personas que transitan por otra órbita y a hispanoamericanos en general, de quienes, al publicar su «currículum», se destaca, invariablemente, que son escritores progresistas y «comprometidos» (viejo anacronismo que a estas alturas sólo resulta atractivo en España), antes de exponer qué escribieron, si es que escribieron algo. Luis Suárez Fernández ha escrito mucho, y lo ha hecho bien, pero se le tacha de «franquista», que es una forma de tachar, pero no con tinta, sino con alquitrán, debido a que fue director general de Estudios Universitarios con el régimen anterior y a su vinculación actual con la Fundación Francisco Franco. Por otra parte, dice lo que piensa, lo que no es precisamente un modo de hacerse simpático a la ortodoxia oficial: defiende el estudio de las humanidades («Las humanidades, en el sentido más amplio, están sufriendo un abandono casi total en los sistemas educativos, y eso supone una desestructuración de la educación y, lo que es peor, de la única arma que tenemos para seguir siendo hombres y ejercer la capacidad crítica»), estudia a Isabel la Católica (señalando que «en el prefacio de la Constitución americana hay unos principios cuya primera aparición histórica está en el codicilo del testamento de Isabel la Católica»; aunque casualmente los mismos que condenan a la reina rechazan también la Constitución norteamericana) y no tiene inconveniente en declarar que «la cultura europea es superior, por cristiana». Algo parecido dijo Berlusconi a raíz de los atentados del 11 de septiembre, y los bien pensantes del progresismo y de la «corrección política» se le echaron encima como lobos. De modo que un jefe de Gobierno democrático y europeo no puede referirse en términos elogiosos a la religión de la mayoría de los europeos con motivo de la brutal agresión sufrida por otro país y amigo y aliado, cuando estamos acostumbrados a que los dirigentes islámicos digan lo que les da la gana y de la manera más violenta. Pero a Luis Suárez no le preocupa la «corrección política»: «Cuando uno dice algo de esto nunca falta quien proteste. Parece que estamos ofendiendo a alguien. Pero dígame, ¿quién ha abolido la esclavitud, acuñado los derechos humanos, concedido igualdad de derechos a la mujer, levantado al Estado moderno? No toco campanas para presumir. Enumero hechos». En España, pocos han enumerado tales hechos, dedicándose muchos más a la defensa solapada de los sistemas islámicos y del terrorismo, con el pretexto de que la respuesta a la agresión de Bin Laden podía ser desproporcionada y causar víctimas inocentes. Cuando menos, Luis Suárez y Gustavo Bueno, desde planteamientos distintos, proclamaron la superioridad de la cultura cristiana y europea.
Tengo ante mí una de las publicaciones de Luis Suárez Fernández más recientes. Un volumen muy bien impreso, titulado «La España del Cid», con los sellos de la Fundación Menéndez Pidal, de la Fundación Ramón Areces y de la Real Academia de la Historia, que recoge un ciclo de conferencias pronunciadas en Madrid, en noviembre y diciembre de 1999, en conmemoración del novecientos aniversario de la muerte de Rodrigo Díaz de Vivar y en homenaje a don Ramón Menéndez Pidal. Luis Suárez es el autor del prólogo y de la conferencia que abre el volumen, «La España del Cid, parte de la Cristiandad». Las demás conferencias tratan sobre «Realidad histórica y leyenda en la figura del Cid», de Diego Catalán Menéndez Pidal; «Estructuras jurídicas y comportamientos sociales en el siglo XI», de José Manuel Pérez Prendes; «Al Andalus en el siglo XI», de Joaquín Vallvé; «Alfonso VI», de Julio Valdeón; «El Cid y los Condados Pirenaicos», de Salvador Claramunt, e «Islam y Cristiandad en la "España del Cid"», de Álvaro Galmés de Fuentes (que titula también «Islam y Cristiandad» su importante recopilación de escritos de Ramón Menéndez Pidal, en dos volúmenes). La impresión es del año 2001. Estamos ya metidos «a tenazón» en «Europa». Pero Europa no es una invención de hace cuatro días, por lo que no está de más que Suárez señale que «la época de Alfonso VI es la que señala el impulso hacia lo que podríamos llamar "europeidad"», ni que afirme que «la reforma de la Cristiandad estuvo precedida por movimientos que no se proponían objetivos políticos», sino espirituales. Esta «Europa» a la que nos llevan con paso tan alegre como el de Fernando VII cuando entró en «la senda de la Constitución» por lo menos está incompleta. Faltó lo que creó a Europa en el pasado. Sólo se habla de holganza y dinero. Supongo que Suárez tendría mucho que añadir al europeísmo actual.
La Nueva España · 23 de enero de 2002