Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

¿Dónde nos metieron?

Ya nos metieron en las carteras, nos guste o no, el prodigioso euro, y, ¡andando!, a correr, a gastar y a consumir, que son cuatro días. Personalmente, no me gusta el euro ni siquiera por la forma; como dice una amiga mía, han hecho unos billetes tan cutres que con ellos no se siente uno en el extranjero. En mi opinión, con tantos brillos parecen papel de envolver regalos en un comercio pobretón del «quiero y no puedo». Además, las monedas populares producen alergia. Bien empezamos: que un español de esta Monarquía le tenga alergia al dinero es el colmo. Pero no es esto lo peor. Se quiera reconocer o no, el euro ha encarecido la vida. Yo, cuando menos, puedo rectificar aspectos mínimos, pero en economía, lo mínino nunca es deleznable. En muchos bares donde hasta ahora cobraban el vino blanco a 75 pesetas han redondeado y lo han subido a veinte duros. Así se empieza. Y si el euro es el primer paso para que haya sueldos «europeos», no digo cómo se va a poner esto. La gente se organiza líos muy considerables con la nueva moneda y no estamos libres de que surjan contratiempos en los que nadie ha pensado.

En mi opinión, la peseta era un progreso con respecto a los céntimos; ahora hemos regresado a los céntimos, precisamente en nombre del «progreso». Dicen que esa moneda está hecha a la medida de Alemania, aunque no debe extrañarnos, porque la unidad europea se hizo asimismo a la medida de Alemania. El resto sirve de comparsa con la digna excepción de Inglaterra y de algún otro país. El destino de Inglaterra fue siempre la resistencia frente a Europa y si España hubiera mirado también al otro lado del Atlántico, otra Europa nos cantaría; pero a ésta nos metió González, a tenazón y por la puerta de los criados, sin preguntar. Y a nadie le pareció mal; o si le pareció mal, no lo dijo. Curiosamente, el español, que es un pueblo en general retrógrado, siente como ningún otro la superstición del progreso y de la modernidad. Todo lo que suene a «moderno», se acepta sin pensarlo. Con lo que, por desdicha, hemos entrado en «Europa», de un modo bien poco «europeo».

En primer lugar, es indignante eso de «hemos entrado en Europa», porque, de no haber existido España como nación y como imperio, jamás hubiera sido posible la Europa mercantil de los «eurócratas» y, probablemente, ninguna otra Europa. Para mayor información, lean «España frente a Europa», el gran libro de Gustavo Bueno. Pero no es esto lo que importa señalar ahora, sino que nos han metido en Europa a la fuerza, con fe de carbonero, sin tolerar dudas; y no olvidemos que Unamuno recomendaba dudar incluso de la duda para no dudar. Como escribe Jacques Le Goff en un librito que debería ser de indispensable lectura en esta época de frenesí europeista, «La vieja Europa y el mundo moderno» : «La civilización griega propuso valores fundamentales que en la actualidad siguen siendo instrumentos intelectuales y éticos para los europeos: la idea de naturaleza, la idea de razón, la idea de ciencia, la idea de libertad y, sobre todo, tal vez el concepto de duda y su práctica. ¿No ha sido el espíritu crítico una de las herramientas esenciales del pensamiento y de la acción de los europeos y no sigue siendo en la actualidad una de sus grandes bazas frente al ritualismo y al fundamentalismo de otros pensamientos que no han sabido acoger la duda metódica?».

Sin embargo, y paradójicamente, en España se ha efectuado el ingreso en Europa prescindiendo por completo de la duda. A Europa se ha entrado sin información suficiente, al menos para los ciudadanos de a pie, y sin tolerar la duda ni la disidencia. Los socialistas nos metieron en Europa diciéndonos: «Hay que estar aquí», y el Gobierno de «centro derecha» mantuvo idéntica política: «Hay que seguir haciendo lo que nos manden». La información y el debate han sido sustituidos por toneladas de demagogia. La unidad europea va a ser el mejor de los mundos posibles; pero no se ha explicado por qué, ni se han insinuado los posibles riesgos. ¿Alguien nos ha dicho algo sobre la importancia de esta apuesta y sobre lo que puede suceder si se pierde, que lo de Argentina va a parecer una fruslería? No, desde luego. Tan sólo hemos escuchado demagogia y más demagogia. Últimamente, lanzan las campanas al vuelo por el éxito del euro. ¿Qué clase de éxito es ése, si han retirado las pesetas, de modo que no hay competencia posible? Así ganaba Fernando VII las partidas de billar, y Franco los referéndum.

Entre las escasísimas voces críticas que se han alzado sobre el presente europeismo figura la de Otero Novas, que presentó su libro «Fundamentalismos enmascarados» en Oviedo, flanqueado por Gustavo Bueno y por el empresario Francisco Rodríguez. No conozco el libro, pero comparto todo lo que se ha dicho en la presentación, según el resumen de LA NUEVA ESPAÑA. Estamos en puertas de un fundamentalismo europeista, totalmente contrario al espíritu europeo y esta Europa del mercado es esencialmente intervencionista, que es lo opuesto del libre mercado. ¿Y qué ocurrirá si fracasa la «sociedad de servicios» ? A eso ya contestó Jünger: «Un camarero no puede ser reconvertido en pastor».

La Nueva España · 13 de febrero de 2002