Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Garci: a por los trescientos

Recuerdo haber oído contar a mis padres que en los días de la II República, José María Gil Robles se había fijado como objetivo electoral conseguir trescientos diputados. De haberlos conseguido, acaso la historia reciente de España hubiera sido de otra manera. Pero por desgracia no los consiguió. Tanto mi padre como mi madre eran simpatizantes de la CEDA y recordaban cierto día que Gil Robles se detuvo en Llanes, de paso para Covadonga, e improvisó un «mitin» ante el Ayuntamiento, donde volvió a exponer su propósito de ir «a por los trescientos» diputados. De aquella, Llanes era un pueblo fuertemente conservador. Hoy también lo es, pero los intereses le dan otro aspecto. Personalmente siento nostalgia del Llanes del pasado y mucha preocupación por el Llanes del presente, que se encamina hacia su rápida e inevitable destrucción. Pero cada pueblo tiene lo que se merece, y ahí sí que no se puede hacer nada.

También va Garci a por los trescientos: pero no a por trescientos diputados, sino a por los trescientos programas de «Qué grande es el cine» El señor Sardá acostumbra a repetir a sus numerosos oyentes que ya está en el programa setecientos y pico, en el ochocientos, etcétera. Pero es mucho más difícil conseguir los trescientos programas de Garci que los setecientos de Sardá. Y con esto no digo que hacer «Crónicas marcianas» sea fácil, aunque muchas veces incurre en las facilidades más chabacanas (otras, en cambio, resulta divertido; pero ya está bien de groserías y procacidades del peor gusto, como si las grandes preocupaciones de los españoles fueran la mariconería, Carmina Ordóñez, hacer pis, hacer aguas mayores y hacer eso otro que los mejicanos llaman «coger»). Garci no se dirige a ese «público fisiológico», al que parece que en ocasiones están dirigidas las «Crónicas marcianas». El público de Garci es culto, bien educado y de mediana edad. Un público, por lo demás, decidido y fiel, porque de lo contrario no se hubiera llegado a los trescientos programas. Un público entendido que ama el cine y que le gusta asistir a la disección crítica que sigue a la proyección de la película (de gran calidad siempre, aunque, como para gustos se hicieron los colores, unas películas gustan más que otras). Sin embargo, tiene razón Gustavo Bueno, que en más de una ocasión me dijo que le gusta mucho ese programa, pero no le gusta que se emita tan tarde; porque Gustavo es sabio madrugador, y por la noche le entra el sueño.

No tengo inconveniente en afirmar que «Qué grande es el cine» es el mejor programa cultural de la TV española. El programa de Armas Marcelo es aburridísimo y el de Sánchez Dragó resulta insultante por la verborrea incontenible y por la pedantería sin límites del presentador, tan excesivamente locuaz que muchas veces, por lucirse él, no permite que abra la boca el invitado. Y luego, cuando se pone en plan budista uno no sabe si eso es un camelo o se está riendo de nosotros. En cambio, los invitados de Garci no sólo se expresan correctamente, sino que respetan los turnos de intervenciones. Son señores de fundado y sólido juicio, con corbata y lo suficiente «incorrectos» como para fumar ante las cámaras. Esa moda que parece que se impone ahora de llevar americana y camisa abierta es una solemne horterada. Garci dirige muy bien a sus invitados y si hay atisbo de discusión procura cortar con algún comentario oportuno. Lo más endeble del programa, en mi opinión, es el estamento femenino, que parece obedecer más al consabido 25 por ciento femenino que a un verdadero conocimiento cinematográfico por parte de las intervinientes, que van desde la modosita a la desenvuelta. Pero lo más lamentable es que estas señoras se creen en la obligación de arrimar el ascua a la sardina femenina cada vez que intervienen. Yo preferiría que hablaran de cine, no que aportaran su «punto de vista femenino», porque entiendo que en materia cinematográfica, como en cualquier otra materia, la mujer no debe opinar porque sea mujer, sino porque es entendida en el asunto que se está tratando.

De los demás invitados, a quienes Garci llama sus «amigos», Juan Cobos me hace muchísima gracia. Qué barbaridad. Un día iba por la Quinta Avenida de New York cuando le llamó Nicholas Ray desde un taxi y le grito: «Johnny, dale recuerdos a Orson Welles». Otro día le telefoneó Budd Boetticher para preguntarle la dirección de Randolph Scott. Sabe que los mejores «cocktails» son los del bar del «Algonquin», pero cambian mucho cuando los prepara Dick, de cuando los prepara Charlie. «Es que Charlie les da un toque de ginebra», interviene Garci con humor. Jamás vi a persona más cosmopolita que a Juan Cobos, que debió haber sido un activísimo hombre de relaciones públicas. En cambio, los que verdaderamente entienden de cine son Miguel Lamet, Eduardo Torres Dulce y Miguel Marías. Da gusto oírlos cuando se reúnen los tres. Por la parte asturiana suelen ir Eduardo y Juan José Plans, a quien Garci llevó al coloquio de «Tierras lejanas» de Anthony Mann, porque esa película se desarrolla en Alaska, que es un territorio en el que hay mucha agua, como en Asturias: un motivo no sólo lógico, sino también formidable.

Algunos seguidores del programa se impacientan porque las más de las películas que se proyectan son americanas. Pero dice Mariano Antolín, refiriéndose al cine americano: «¿Es que hay otro?». No obstante, también se proyectaron grandes películas de Ozu, de Renoir, de Rossellini, de Feyder, de Marcel Carné... Por no mencionar el inesperado y estimulante éxito de «La palabra», de Dreyer. No comparto, sin embargo, el entusiasmo de Garci y su equipo, y en general de la «progresía» española ilustrada, por el recientemente fallecido Billy Wilder. A mí Wilder me resulta muchas veces aburrido. Que me perdonen los cinéfilos.

No sé si Garci llegará a leer este artículo, pero me gustaría pedirle un favor, para terminar. ¿Por qué no dedica un programa a mediometrajes, a «Una historia inmortal», de Welles, y a «Simón del desierto», de Buñuel, por ejemplo? Sería un programa de lo más adecuado.

La Nueva España · 2 de abril de 2002