Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Gregorio Salvador,
en la cátedra «Alarcos»

Nadie más apropiado para inaugurar las actividades de la cátedra «Alarcos», creada por el Ayuntamiento de Oviedo y acogida por la Universidad ovetense, que Gregorio Salvador, vicedirector de la Real Academia Española, reconocido lingüista y ciudadano que sabe llamar al pan, pan, y al vino, vino. A propósito de esta cátedra, recordaba Josefina Martínez unas palabras de Emilio Alarcos (dichas con motivo del inicio de los premios «Príncipe de Asturias» ) que no debemos olvidar, por lo que me permito reproducirlas íntegramente: «La tierra de Asturias es ámbito propicio de entusiastas empresas. Pero también es tierra en que las jubilosas alharacas iniciales se apagan insensiblemente con mayor o menor rapidez, bien por las reacciones adversas del incrédulo entorno, bien por el puro cansancio paulatino de sus promotores. Esperemos que no suceda así con este proyecto. Los deseos ilusionados de sus creadores pretenden no verse sumergidos en las habituales aguas muertas de la abulia, de la envidia, de la inercia, del desencanto. Para ello hay que aunar el esfuerzo disperso de tantas personas y conducirlo prudentemente al fin que se propugna: el desarrollo cultural de las gentes hispánicas. Porque si el proyecto es asturiano (y con ello se entiende que sus raíces económicas están en esta tierra), la razón de sus frutos no ha de limitarse al terreno de Asturias, sino, huyendo del localismo angosto de campanario, deberá alcanzar a todas las áreas hispánicas».

Por fortuna, los premios «Príncipe de Asturias» superaron la «abulia», mal tradicional de los asturianos, y el «localismo angosto de campanario», mal moderno que se presenta revestido de pretensiones a largo tiempo internacionalizantes. Año tras año, unas veces con mayor acierto, otras con menos, los premios asentaron su sólido prestigio. El prestigio de la cátedra «Alarcos» no debe asentarse sólo en el nombre ilustre que lleva. Su presentación, en su doble faceta editorial y conferenciante, augura «frutos sazonados y duraderos» : de una parte está el magnífico libro «Notas a «La Regenta» y otros textos clarinianos», que recopila la «obra completa» de Alarcos sobre Clarín, y de otra, la conferencia de Gregorio Salvador.

Gregorio Salvador no sólo está de actualidad por esta conferencia en la que se pregunta por la decadencia de la literatura, sino por sus declaraciones, siempre oportunas y sensatas, aunque el «entreguismo» predominante, de un lado, y la «militancia disolvente», de otro, pretenden colocarle el sambenito de la «incorrección política» : sambenito doloroso para algunos, aunque bien recibido por otros que saben que tal «incorrección» implica estar limpio de cursilerías modernizantes y progresistoides.

No he asistido a la conferencia de Gregorio Salvador, porque vivir a cien kilómetros de Oviedo (y a otros cien de vuelta) obliga a renuncias. Pero desde luego que la crítica literaria de hoy no está dispuesta a descubrir a los clásicos del siglo XXI, sino a promocionar a los escritores que, por su ideología política, nacionalidad e incluso tendencia sexual, resultan interesantes al sistema, y a venderlos, a ser posible como si fueran frigoríficos. No me interesa demasiado esta cuestión, aunque es evidente que hay escritores que escriben para sí (aunque tengan que esperar tanto como Stendhal para ser reconocidos) y otros que lo hacen para ser anunciados por la TV.

Mayor trascendencia tiene Salvador cuando hace declaraciones, como las que hizo a este periódico, de aspecto apocalíptico: «No quiero imaginar el futuro en manos de chicos crecidos en ese horror de la ESO». De la ESO, y de sus poderosas fuerzas auxiliares, el «botellón», la «litrona», las noches de sexo y éxtasis, la permisividad social y la tolerancia abusiva de partidos demasiado acostumbrados a pescar en río revuelto. Hay jóvenes que dan miedo sólo de verlos, y la mayoría «passa» de todo. La mala educación no es atribuible sólo a la ESO. Sobre todo son responsables de ella los padres de esos jóvenes, que, por dejadez o porque creen que son así más modernos, se desentienden de ellos, o piensan que la democracia consiste en que cada uno haga lo que le da la gana. Y sobre los padres, el Estado, que desde que dio la vuelta la tortilla se ocupa de crear demócratas, pero no ciudadanos. Porque el ciudadano tiene derechos y deberes, y aquí parece que todo el mundo sólo tiene derechos. Que buena parte de la «progresía» se haya puesto de parte del extranjero que pretendía imponer que su hija fuera escolarizada con vestimenta según el uso de su tierra es sintomático; porque sólo se consideraron los discutibles derechos de ese individuo, no sus deberes en cuanto que miembro de una sociedad occidental. Considerar que quienes se opusieron a que la niña fuera a clase con velo son intolerantes indica, tal vez, que el padre que obliga a la niña a observar arcaicas imposiciones es un modelo de tolerancia y «progresismo». El problema de «este país» es de mala educación. Y Gregorio Salvador no tiene inconveniente en señalarlo.

La Nueva España · 07 de abril de 2002