Ignacio Gracia Noriega
La guerra de Conchinchina
La lectura de «Cruzada española en Vietnam. Campaña de Conchinchina» (Madrid, 1972), firmada por F. Gainza y F. Villarroel, obra de sostenido interés cuyo conocimiento debo a mi buen amigo fray Manuel González Pola, historiador de las misiones dominicanas en el lejano Oriente, nos informa sobre una guerra lejana y olvidada, en escenarios exóticos que más tarde se harían tristemente populares, y a la que está vinculado en gran medida nuestro gran santo asturiano, fray Melchor García Sampedro. A pesar de ello, poco se ha escrito acerca de ella aquí; que yo sepa, tan sólo un artículo de Jesús Evaristo Casariego, aparecido en LA NUEVA ESPAÑA, el 14 de julio de 1991, es la única referencia a esta guerra en los tiempos recientes. Asturiano y brioso ante todo, Casariego lo titula: «La guerra motivada por el martirio de San Melchor García Sampedro». No se produjo esa guerra a causa del martirio de fray Melchor, sino del de su antecesor, fray José Díaz Sanjurjo, vicario apostólico del Tonkín central, decapitado en 1857. Fray Melchor, que actuaba como su coadjutor desde 1856, le sucede como vicario apostólico del Tonkín y escribió el relato de su muerte con el título de «Martirio del venerable padre fray José Díaz Sanjurjo, O. P.», publicado en «El Correo Sino-Annamita» en 1859, cuando ya el propio fray Melchor también había muerto (y de forma más terrible que Sanjurjo).
«Cruzada española en Vietnam», que en la portada aparece como libro firmado por dos autores, en realidad se compone de dos obras: de un trabajo sobre el padre Gainza, debido al padre Fidel Villarroel, O. P., y de la «Campaña de Conchinchina», del padre Francisco Gainza, relato de su experiencia personal en esa guerra, en la que intervino como capellán, y a la que se añaden, en apéndice, diferentes artículos sobre la campaña publicados por el padre Gainza en periódicos de Manila y Madrid. Gainza fue un personaje notable, nacido en Calahorra en 1818, y que, después de hacerse dominico en Burgos, desarrolló toda su carrera en Oriente, llegando a ser por el convento de Santo Domingo de Manila procurador general de la provincia dominicana de Filipinas y obispo de Nueva Cáceres desde 1562 hasta su muerte, ocurrida en Manila en 1879.
La campaña relatada por Gainza fue una expedición militar punitiva de tropas franco-españolas, desarrollada en 1858 y 1859, con motivo del asesinato de varios misioneros españoles y franceses en el curso de una bárbara persecución antieuropea y anticristiana desencadenada por las autoridades annamitas. En el Tonkín el sentimiento xenófobo no era inferior al de la China. Me podrán objetar los espíritus comprensivos que nada se les había perdido a los misioneros en aquellas lejanías y que cada pueblo puede organizarse como sea siempre que sea tercermundista, aunque, como en este caso, sea víctima de una tiranía brutal. Con la mentalidad de ahora, se puede acusar a los gobiernos español y francés de intervencionistas y colonialistas; probablemente lo eran, pero también defendían los intereses y la integridad de algunos de sus ciudadanos, masacrados de mala manera en tierras extrañas.
Con motivo del apresamiento del obispo Sanjurjo, fray Melchor García Sampedro tomó la pluma para salir en su defensa y ver qué se podía hacer por él. Entre otros argumentos, el santo asturiano expone: «Ya por esto, ya porque uno de los oficiales de Estado Mayor dijo que había llegado orden real reclamando al preso a la Corte, pero que estos tres grandes mandarines habían apelado en forma de súplica para que fuera decapitado aquí, nos apresuramos a mandar los cursores para ver si V. R. puede conseguir que alguno de los embajadores mande una comisión a la Corte, reclamando al preso. Ni tengo tiempo ni es propio de nuestra amistad aducir razones para ello continúa, dirigiéndose al padre Hermosilla, vicario apostólico del Vicariato oriental. La caridad y el bien de ciento cincuenta mil almas lo exigen y, de lo contrario, no sólo es nuestro Vicariato, sino también en todo el reino ha de correr mucha sangre...». A lo que comenta el Padre Villarroel: «He aquí un paso arriesgado y atrevido. Es la primera vez que los misioneros españoles dirigen a la Europa un acento suplicante; es la primera vez que invocan el derecho de gentes en favor del catolicismo bárbaramente calumniado y perseguido; es la primera vez que, no contentos con la protección del cielo, buscan en la tierra un brazo vigoroso y robusto que intervenga en su favor y garantice la libertad de su laborioso apostolado».
Fray Melchor no pudo verlo, porque los annamitas, por el camino de la sangre, le condujeron a la santidad. Pero su petición angustiada no fue desoída. Más de diez mil cristianos blancos y asiáticos habían sido asesinados por el señor de Hue, que dominaba las costas occidentales de Indochina. «También en todo el reino ha de correr mucha sangre», escribió fray Melchor. No exageraba. El 28 de julio de 1858 él mismo fue asesinado en Nam-Ding de manera horrorosa. Primero, le cortaron las piernas, luego, los brazos, después, la cabeza. Al fin pasaron un elefante por encima de sus restos ensangrentados.
La reacción europea no se hizo esperar. Intervinieron tropas de desembarco españolas enviadas desde Filipinas, al mando del coronel Bernardo Ruiz de Lanzarote, y la escuadra francesa de Oriente, que mandaba el almirante Rigault de Genouilly. La tropa de Ruiz de Lanzarote, de 1.650 hombres, compuesta por peninsulares y tagalos, desembarcó en la bahía de Turana, cerca de Hue, y casi de inmediato tomaron las ciudades de Turana y Hue, a punta de bayoneta.
Las operaciones continuaron hasta Saigón, cuya gran pagoda fue tomada, espada en mano, por el capitán don Ignacio Fernández. En estas operaciones tomaron parte muy activa los frailes dominicos, los cuales, según consigna Casariego, comportándose como «mitad monjes, mitad soldados, escalaron murallas y dominaron poblados espada en mano; y es que, como reconoce Pío Baroja en un episodio de "Las inquietudes de Shanti Andía", en el que unos dominicos se comportan valerosamente durante un asalto de piratas chinos: "El fraile español es duro de pelar"». La tropa española fue reforzada directamente desde la Península por un cuerpo expedicionario al mando del coronel don Carlos Palanca, de quien dijo Liautey que había sido su maestro en política colonial. De esa guerra procede la presencia francesa en Indochina, luego Vietnam.
La Nueva España · 30 de abril de 2002