Ignacio Gracia Noriega
Úrculo y los cien mil
hijos de Joe Louis
Entro el otro día en Casa Fermín y encuentro a Eduardo Úrculo en la barra, rodeado de ejecutivos. Vestido de negro, muy a la moda de Hollywood de los años cuarenta, está como siempre, acaso con más arruguillas en torno a los ojos, de tanto reírse y pasarlo bien. Además, está muy contento. Hace poco comió en un restaurante de Madrid con Robert de Niro y, por otra parte, está haciendo campaña en favor de los Cien Mil Hijos de Joe Louis, la asociación promovida por José Luis Garci en defensa del boxeo. Yo me apunto también a ella, naturalmente. Ya me había hablado Gómez Fouz de su existencia, y me parece muy bien que se defienda al boxeo de la persecución que se está orquestando contra él en nombre de la «progresia» más rancia. ¿Que el boxeo es violento? Eso son pamplinas. ¿Y no son violentas las carreras de coches, de motos o el fútbol, o, en general, cualquier deporte, o si lo apuramos, cualquier actividad humana, salvo acaso rezar, cosa que, por lo demás, ahora se hace poco? También se arguye como el argumento del siglo que el boxeo es peligroso. ¿Y no es mucho más peligroso el alpinismo, y nada digamos de las ya citadas carreras de coches y de motos, o cualquier deporte e incluso salir de casa? El boxeo es violento y peligroso, pero hay pocas actividades humanas que no lo sean. Desde hace años, la mentalidad oficial y la TV oficial intentaron imponer el baloncesto. ¿Como modelo de deporte pacífico? No lo creo, porque muchos partidos terminaron a puñetazos. Hasta en una carrera ciclista dos ciclistas abandonaron sus bicicletas y se improvisaron en púgiles, liándose a bofetadas. Nada digamos de algunos parlamentos constitucionales, donde algunas veces hay golpes y otras, tiros. Que el boxeo es violento no es disculpa suficiente para perseguirlo. Que detrás de él hay mafiosos, tampoco, porque en España, en este ámbito, no hay mafiosos, todo lo más hay «chorizos», como dice Gómez Fouz. Y dicen también que no hay afición. ¿Cómo va a haberla si no hay combates? Yo asistí a algunos combates últimamente, y estaban llenos hasta rebosar. Y debo añadir ya lo he señalado en anterior ocasión llenos de un público correcto y entendido, sin el menor asomo de violencia. La violencia entre el público suele producirse en los espectáculos multitudinarios, en los que, como en el fútbol, sin ir más lejos, se enfrentan grupos de personas que actúan en equipo. En cambio, cuando el espectáculo es individualista, como los toros o el boxeo, es muy improbable que los espectadores reaccionen violentamente.
Además, el boxeo tiene ilustre estirpe. Píndaro jamás cantó a un futbolista o a un motociclista, pero sí al púgil Agesidamo, hijo del Arquestrato, locrense, que venció junto al altar olímpico «por la fuerza de sus brazos». Los Cien Mil Hijos de Joe Louis parten de una idea muy estimable; no es otra que la de devolverle al boxeo su dignidad y el apogeo que tuvo en España hace años. A ese apogeo no fue ajena Asturias, que en pocos años dio dos campeones de Europa de la categoría de Gómez Fouz y Gitano Jiménez.
Eduardo Úrculo, también como Hijo de Joe Louis, comió recientemente con Robert de Niro, como digo, y publicó la crónica de esa comida en un periódico madrileño; el bueno de Paco Calahorra me la envió fotocopiada. Robert de Niro, entre otros muchos papeles, interpretó a La Motta en «Toro Salvaje», de Martin Scorsese. Se trata de un actor del que podría decirse lo que se dijo de Lon Chaney sr.: que es «el hombre de las mil caras». En «Los intocables de Eliot Ness», de Brian de Palma, donde interpreta a Al Capone, es igualito que Juan Luis Rodríguez-Vigil. Con eso no pretendo insinuar, ni mucho menos, que Al Capone sea como el digno ex presidente del Principado. Pero vuelvan a ver ustedes la película y comprobarán el parecido. Yo la volví a ver para escribir esto, y tenía la impresión de que era Juan Luis Rodríguez-Vigil quien estaba en la pantalla. Doy, en fin, estas explicaciones porque esa gente de la política suele ser mal tomada.
Robert de Niro interpretó a La Motta de manera impresionante. Antes que él, grandes actores interpretaron a boxeadores: el olvidado John Garfield, en «Cuerpo y alma», de Rossen; Kirk Douglas, en «El ídolo de barro», de Robson; Paul Newman, en «Marcado por el odio», de Wise... De Niro está a la altura de aquellas grandes películas. Dicen que para interpretar a La Motta tuvo que engordar una barbaridad de kilos, y luego volvió a bajarlos. Engordar no tiene ningún mérito, pero bajar kilos deber de ser difícil. Desde luego, es más difícil que aprender a montar a caballo, para rodar un «western».
Úrculo conoce a muchas figuras del cinematógrafo. Con Giuliano Gemma trabajó en una película de Duccio Tessari, haciendo de «malo», y Jack Palance fue cliente suyo. Palance, que fue al estudio de Úrculo a comprarle una vaca, le confió que lo que verdaderamente le gustaban eran las vacas, y lo que ganaba con las películas que hacía lo invertía en comprar vacas para su rancho, o, en el caso de la vaca de Úrculo, para su salón. Con Robert de Niro habló de todo, mientras comían, y acabó llamándole «Bob». También le habló de los Cien Mil Hijos de Joe Louis. ¿Qué menos que hablar de boxeo con el intérprete de Jake La Motta? Garci y Úrculo estaban muy interesados en que De Niro diera su bendición a los Hijos de Joe Louis. Pero De Niro, al despedirse, les dijo: «No me gusta el boxeo». Gran jarro de agua fría. Pero Úrculo sobrevivió.
La Nueva España · 4 de mayo de 2002