Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Luis Cernuda en la cátedra Alarcos

Muy oportunamente la cátedra Emilio Alarcos Llorach, dirigida por la profesora Josefina Martínez Álvarez, ha programado un ciclo en homenaje al poeta Luis Cernuda con motivo del centenario de su nacimiento (ocurrido en Sevilla el 21 de septiembre de 1902). Calculo que se va a producir un verdadero aluvión de homenajes, conferencias, publicaciones diversas, etcétera, en recuerdo del poeta; hasta es posible que el Ayuntamiento sevillano le dedique una calle, como si no hubiera leído el sarcástico poema «Birds in the night». La cátedra Alarcos se ha adelantado al alud que se avecina, y eso es sensato, porque ahora todavía se puede hablar del poeta con un poco de sosiego, antes de que Cernuda y su obra sean sepultados y se vuelvan invisibles bajo las bambalinas oficiales y los cacareos de los cernudianos profesionales. De momento, pues, esta feliz iniciativa de la cátedra Alarcos y la publicación de la antología «Música cautiva», hecha por el poeta Fernando Ortiz, son las avanzadillas, de auténtica calidad, del centenario. Ojalá los actos que sigan, y que se presagian numerosos, estén a esta altura.

Desde hace mucho tiempo se viene anunciando la inevitable recuperación de Luis Cernuda, poeta que vivió en el purgatorio en vida y que empezó a salir de él después de su muerte, como es tan corriente. Pero no ha salido del todo, aunque indicios no faltan de que la recuperación va a ser sonada. Ya no es raro leer o escuchar que Luis Cernuda es el máximo poeta español de su generación; yo mismo lo he escrito en este periódico hace unos quince años. Algunos incluso añaden que es el gran poeta español del siglo, y Fernando Ortiz afirmó recientemente que es «el último gran poeta europeo». Apreciación que dista mucho de ser exagerada. En 1970 hacía notar Luis Maristany en el prólogo a «Críticas, ensayos y evocaciones», recopilación de textos críticos del poeta no incluidos en los dos volúmenes de «Poesía y literatura», que «la labor de Cernuda, libre ya de la cuarentena en que lo pusiera el exilio, se ha ido imponiendo como una de las experiencias líricas más hondas, depuradas y coherentes de la poesía española contemporánea». Precisamente esa hondura, esa depuración y esa coherencia son los mayores obstáculos para el reconocimiento total del poeta; también, acaso, que su biografía está exenta de episodios más o menos espectaculares, como las de García Lorca o Alberti. No es probable que quienes intentaron hacer bandera con cierta tendencia personal de García Lorca puedan repetir la misma maniobra con Cernuda. Pero es que García Lorca se convirtió, sobre todo a partir de su muerte, en un símbolo, después de haber sido en vida un personaje bastante público, en tanto que la vida de Cernuda siempre tuvo lugar en el ámbito de lo privado. Ni siquiera como en el caso del piloto irlandés del poema de Yeats, el ansia de soledad le llevó al tumulto. Cernuda es lo más ajeno al tumulto. Tenía demasiado buen olfato y captaba enseguida la plebeyez de lo multitudinario.

La conferencia «Luis Cernuda y la historia de la poesía española», inaugural del ciclo, corrió a cargo de José Carlos Mainer y se dijo en el paraninfo de la Universidad de Oviedo, lleno de público, entre otros, Antonio Masip, que me dijo que acaba de ser abuelo; y la profesora Dolores Mateo Dorado: la cito para que no diga que la «ninguneo», como el otro. Y aquí se termina la gacetilla social.

La conferencia de Mainer fue modélica, amena y muy bien documentada. Tan sólo me sorprendieron dos o tres cosas que dijo. La primera, que Cernuda había leído algunas novelas de Galdós que no figuran entre las más conocidas, como la serie de Torquemada. Esto no me parece excepcional: también yo las leí, y no soy un lector especializado en Galdós, ni escribí sobre él, como Cernuda, que la España de los libros de Galdós es «más real y entresoñada que la otra». Cernuda, buen lector, solía denunciar lo que otros se jactaban de haber leído; por ejemplo, señala que Juan Ramón Jiménez no pudo haber leído a Hölderlin en las fechas que dice, comienzos del siglo XX, porque entonces el poeta no era conocido ni en Alemania. Cernuda declara a quienes leyó, mientras que a otros, como a Juan de Arguijo, seguramente lo leyó, aunque no lo declara. Pero lo normal en un galdosiano es que lea a Galdós. A Unamuno, en efecto, le hace serias objeciones, que como él mismo escribe «no impiden que Unamuno sea probablemente el mayor poeta español que España ha tenido en lo que va de siglo». Esto se publica en 1957. Hasta el nuevo siglo, que corrieron años, no nació poeta alguno equiparable a Unamuno (ni al propio Cernuda). En fin, a León Felipe no lo elogia exactamente, y a Ramón de Basterra lo cita en «Estudios sobre poesía española contemporánea», pasándolo de largo.

Una cuestión de poca monta, pero que, sin embargo, pudiera tener algún interés en Asturias es que el apellido «Cernuda» es asturiano, de la zona vaqueira, si no me equivoco. Hay numerosos asturianos apellidados Cernuda, y dada la mucha emigración de asturianos hacia Sevilla, bien documentada a partir del siglo XVIII, pero existente en el siglo XVI ya, con personajes como el jurado Juan de Oviedo, que llegó a ser caballero veinticuatro de la ciudad de Sevilla, cabría imaginar un lejano antecedente en el poeta. Aunque no parece que la genealogía cernudiana vaya por ahí. El padre del poeta era comandante de ingenieros y había nacido en Maguabo (Puerto Rico), hijo de un indiano de Pontevedra. Por parte de madre se apellidaba Bidón, «cosa que impide levantar a un poeta para nunca jamás», según apunta Umbral, maliciosamente.

La Nueva España · 14 de mayo de 2002