Ignacio Gracia Noriega
Pedro Díaz Cueto,
soldado en Cuba
Cuando se habla de la guerra de Cuba, generalmente se hace referencia a la que termina en 1898, con el resultado conocido de la pérdida de la colonia. Pero no fue ésta la única guerra que tuvo lugar en la isla antillana, por lo que algunos historiadores, como Carlos Vila Miranda, prefieren hablar de «las guerras de Cuba», ya que tienen en cuenta la que tuvo lugar entre 1868 y 1878, también conocida como la Guerra de los Diez Años. Como esta guerra se ganó, parece que se le concede menor importancia. «A pesar de ser prácticamente desconocida por los españoles de hoy, que probablemente sólo identifican la guerra de Cuba con la del 95 al 98, ésta fue una de las más largas y sangrientas guerras de nuestra historia, en la que, por cierto, no faltaron las de estas características», escribe Carlos Vila Miranda. «La explicación de este olvido puede estar en que esta primera guerra de Cuba se desarrolló en una época en la que estaban sucediendo en la Península acontecimientos de gran trascendencia, ante los que palidecía la guerra de Cuba. La situación de España era de las más calamitosas de nuestra historia, y no puede hablarse de un suceso tan importante como fue la Guerra de los Diez Años sin indicar, siquiera sea someramente, cuál fue el escenario en el que se desarrolló. Pocos veces fue tan desfavorable la situación política interior de España como en aquel tiempo».
Efectivamente: en 1868, año del comienzo de la guerra, acababa de ser destronada Isabel II. Mas con esto no se solucionaron los graves problemas que aquejaban a España, sino que se agudizaron. Si con la monarquía se resolvían mal, con el desgobierno sencillamente empeoraron sin resolverse. Al efímero reinado de Amadeo de Saboya sucedió la no menos efímera República, que tuvo cuatro presidentes en menos de un año, y ninguno de ellos verdadero presidente, ya que por faltar, faltaba hasta constitución republicana. Aprovechando la situación, a la que puso término la restauración de la monarquía constitucional en la figura de Alfonso XII, hijo de la reina derrocada, se sublevaron los cantonales y estallaron la tercera guerra carlista y la de Cuba. A río revuelto, ganancia para nadie.
La revolución de septiembre de 1868 que destronó a Isabel II, y a la que en aquellos momentos de entusiasmo se denominó la «Gloriosa», aunque en realidad tuviera muy poco de sensata y de gloriosa, precipitó los acontecimientos de Cuba, donde se debió pensar que si la metrópoli andaba en insurrecciones, ¿por qué no había de levantarse también la colonia? Si España se libró de la monarquía, Cuba, que no iba a ser menos, aspiraba a librarse de España. Y de este modo, el hacendado Carlos Manuel de Céspedes, en su finca «La Damajagua», inició formalmente la insurrección el l0 de octubre de 1868, con lo que se conoce como «el grito de Yara». Todas las intentonas revolucionarias e independentistas hispanoamericanas comenzaban a gritos, desde que el cura Hidalgo dio el suyo en Dolores, primer paso para la independencia de México. El grito de Yara fue el inicio de la Guerra de los Diez Años, que se extendió desde Bayamo y Camagüey por toda la mitad oriental de la isla.
A diferencia de la guerra de 1895-98, en la que, como escribe Valentín Andrés Álvarez, en Asturias la «contienda no estaba en un frente lejano, sino entre casas y fincas de hijos, nietos y sobrinos de convecinos nuestros», la de los Diez Años fue una guerra lejana, incluso en Asturias. Lo que no fue inconveniente para que algunos asturianos participaran en ella, y se comportaran valerosamente, entre otros Pedro Díaz Cueto, natural de Hontoria, en el Valle de San Jorge, hijo de Ramón Díaz Cuevas y de María Cueto Bada. La estancia en la guerra de Cuba del antepasado pervive en sus actuales familiares, que son llamados los del Capitán, y uno de ellos es Ramón Díaz, el «Capi», ingeniero de la vida, aunque Pedro Díaz Cueto no se retiró de capitán, sino con el grado de comandante.
Pedro Díaz Cueto había nacido el 6 de diciembre de 1845, e ingresó en el Ejército como soldado voluntario el 3 de octubre de 1864. El 1 de enero de 1865 asciende a cabo segundo por elección, y en diciembre de 1866, a cabo primero por antigüedad. Consigue el grado de sargento segundo en 1868 por gracia general, siendo confirmado en él en 1869 por antigüedad. En 1870 consigue los galones de sargento primero por méritos de guerra.
Curiosamente, el comandante Díaz Cueto desarrolló la totalidad de su carrera militar en Cuba, ya que sienta plaza como soldado en el regimiento de Infantería de Tarragona número 8, destinado en el Ejército de Cuba y de guarnición en Santa Clara. En 1869 pasa al Tercio de la Guardia Civil, de nueva creación, en la jurisdicción de Santa Clara, volviendo a prestar servicio en el regimiento a finales de ese año. En 1870 prestó servicio de campaña, auxiliando la construcción de fuertes y distinguiéndose en la acción de Potrerillo, por la que obtuvo el ascenso a sargento primero, como arriba queda dicho. Aunque asciende a alférez por antigüedad en 1874, el grado de teniente también lo obtiene por mérito de guerra en 1875. En 1876 es destinado como auxiliar en la subinspección de Infantería y Caballería y el capitán general le concede la Medalla de Cuba por su actuación durante la guerra. Ésta concluye en 1878, año en el que Díaz Cueto asciende a capitán de Infantería, con la antigüedad del 1 de agosto de 1877, y es recompensado por sus servicios con la Cruz de Isabel la Católica.
Pedro Díaz Cueto continuó prestando servicio en Santa Clara hasta que en 1881 pasó a mandar una compañía en Cienfuegos; luego estuvo destinado en el regimiento de infantería de Asturias, en el que desempeñó las funciones de cajero. Se retiró del Ejército en 1888, con el grado de comandante y un sueldo mensual de sesenta y seis pesos; con lo que regresó a su valle natal, estableciéndose en Hontoria al cabo de veinticuatro años en Cuba, diez de ellos en guerra y parte de éstos en campaña. Si puede hablarse del «reposo del guerrero», pocas veces mejor que en este caso.
La Nueva España · 16 de mayo de 2002