Ignacio Gracia Noriega
Severino García Vigón y el espíritu del capitalismo
Toma Severino García Vigón posesión de sus cargos, recién ganados, de presidente de la Cámara de Comercio de Oviedo y de la FADE, diciendo cosas claras, poniendo cada cosa en su sitio y aclarando conceptos. Esto último es fundamental. Ha degenerado tanto el lenguaje en España en los últimos veinticinco años, lo han hecho degenerar tanto los políticos demagogos o simplemente, personajes públicos que no saben qué dicen, que es inevitable aclarar conceptos cuando se trata de decir algo. Sin ir más lejos, recuerdo a un político profesional de los días de la transición que se presentaba como liberal, como miembro de un partido liberal de efímera vida y que, como él decía, era tan liberal que incluía en su programa la liberalización de la Banca. Y como yo me echara las manos a la cabeza, aquel buen hombre no sabía por qué. Seguramente creía que ser liberal se reduce a cantar el «Himno de Riego». Mi maestro Gustavo Bueno acostumbra, antes de pasar a otras cuestiones, a hacer precisiones de carácter terminológico. Porque cada palabra tiene un significado preciso. Otra cosa es el significado gaseoso nebuloso que le den los políticos profesionales, entre los que deberemos recordar al ahora renaciente F. González Márquez como el peor destructor de la lengua española del pasado siglo. Fue implacable ese individuo con los significados. En cambio, Severino García Vigón, en una entrevista concedida en La Nueva España y publica-da el pasado domingo, 5 de mayo, ha. sido claro en algo fundamental: «Los empresarios no estamos para crear empleo, sino riqueza». Algo que ya le escuché yo a José Cosmen hace muchos años; y el que diga lo contrario, miente o es un demagogo y, en consecuencia, un mal empresario. La demagogia del «puesto de trabajo» es de las más burdas que existen. Cuando alguien pretende cometer un desaguisado, por ejemplo urbanístico, invoca los puestos de trabajo sin decir cuáles; pero se trata de puestos de .trabajo temporeros de albañil o camarero. Naturalmente, un empresario serio y responsable, cuando se refiere a puestos de trabajo, no está pensando en los muy honestos gremios de la albañilería y de la hostelería. Tampoco debe valer para el empresario la concepción que hoy se tiene en muchas mentalidades absorbidas por la demagogia del «puesto de trabajo», y que para muchos no es otra cosa que un sueldo fijo, fines de semana garantiza-dos, «puentes», vacaciones y jubilación anticipada. No se trata esto de una exageración; pero la demagogia jamás se ha distinguido como buena educadora de ciudadanos ni de trabajadores.
«Los empresarios no estamos para crear empleo, sino riqueza», ha dicho Severino García Vigón. McCauley escribió exactamente lo mismo: «El cometido de un gobierno no es hacer rico al pueblo, sino protegerlo mientras se enriquece por sí mismo». A esto se le llama liberalismo.
Hay empresarios que a todas horas está hablando de liberalismo, que si Karl Popper, que si Dalmacio Negro, que si el liberalismo... Pero debe hacerlo por tener un tema de conversación, porque no excluye la colaboración con un alcalde socialista. El liberalismo es lo contrario del socialismo. El socialismo es el intervencionismo del Estado y el liberalismo la iniciativa privada. Son dos maneras de entender la economía incompatibles. El 26 de agosto del pasado año, Eduardo García publicó una entrevista en La Nueva España con la profesora Zulima Fernández Casariego, la cual dictaminó a propósito de la actual situación económica de Asturias: «Demasiado intervencionismo». Y añadió: «Llevamos muchos años con políticas de este tipo que no nos han llevado a ningún sitio. Aquí no hay varitas mágicas, hay que ser humildes y dejar de esperar que vengan de afuera para arreglarnos las cosas. La economía asturiana no es labor de cuatro cabezas ilustradas; la economía se arregla a base de muchas iniciativas y muchos fracasos también». Y ante el ejemplo del desplome de los alojamientos rurales precisó que «eso es ley de mercado» y que «El Principado de Asturias, los poderes públicos, no tiene que meterse a calcular cuántos alojamientos rurales tienen que existir». Por eso, si algunos inversores, demasiado acostumbrados a confiar en los poderes públicos, se pegan la torta, añade Zulima Fernández Casariego, literalmente, «que se la peguen, no pasa nada».
Por el camino de la subvención y, por ella, de la dependencia política vamos hacia el PRI, como acaba de denunciar Valledor, que no es precisamente un político de derechas, pero sí un político honesto. Zulima Fernández Zapatero, discípula de ese gran economista asturiano que es Álvaro Cuervo, dice lo que hay. Y en esa línea se sitúa Severino García Vigón. No se puede decir lo contrario de lo que hay sólo para que unos cuantos duerman tranquilos, o para que voten por los cuentos de hadas. Estamos en un sistema de mercado (al que contribuyeron a meternos los socialistas, no lo olviden los propios socialistas), y en ese sistema, sólo si se genera riqueza se crea empleo. El empresario, como suele decir Pepe Cosmen, tiene la obligación de ganar dinero: ésa es su función y no otra. El empresario no es un sindicalista ni una oficina de colocaciones. En la actual circunstancia, el empleo es una consecuencia de la prosperidad. Y los problemas serios no se solucionan con subvenciones ni con paños calientes. La lección de las elecciones francesas no es que se haya detenido a Le Pen, que, a fin de cuentas, continúa con los mismos electores que en las primarias (no ganó en la segunda vuelta, pero tampoco perdió), sino que el Partido Socialista ha desaparecido. Severino García Vigón representa a los empresarios en la excepción socialista al norte de Madrid. Nos alegra comprobar que sabe dónde pisa y que lo hace con la cabeza despejada. Es consciente de que el problema de Asturias es grave y que no hay varitas mágicas, como dice Zulima Fernández Casariego. Porque, si nos detenemos a pensar, veremos que ese problema no es económico, sino político.
La Nueva España · 18 mayo 2002