Ignacio Gracia Noriega
Vital Aza
Con motivo de la pasada Feria del Libro de Oviedo se distribuyó una preciosa edición facsimilar de una colección de versos de Vital Aza titulada «Pamplinas», editada en Barcelona por Antonio López, editor, Librería Española, Rambla del Centro, N.º 20, el año de 1904, y de la que sólo se conservaban dos o tres ejemplares. Esta reedición, más la edición de «Obras selectas», de Hércules Astur en su serie de Grandes Autores Asturianos, nos acercan a uno de los buenos poetas asturianos, más citado que leído, como es frecuente. La edición de Hércules Astur lleva prólogo de Jesús Neira, sabio lingüista y dialectólogo, que por ser de Pola de Lena, como Aza («Nací en la Pola de Lena / hermanos villa asturiana»), le ha dedicado diversos trabajos («Vital Aza, autor clásico», «Vital Aza y Asturies», «Vital Aza: recuerdos del Centenario», el artículo «Vital Aza» en la Gran Enciclopedia Asturiana, más este prólogo, en el que Neira resume su conocimiento profundo y afectuoso del poeta paisano. Aunque más conocido por sus importantes contribuciones lingüísticas, Neira es un excelente crítico literario, como lo certificarán sus notables ensayos en este campo (por desgracia escasos): «Quevedo y Garcilaso: dos actitudes ante el mito clásico», «Culteranismo y conceptismo en un soneto de Quevedo», «El sentido de la lectura en Quevedo», «Antonio Machado, poeta de España», «Antonio Machado y Ortega: dos interpretaciones paralelas de Velázquez», «Lección y simbolismo de "Las encinas"», «Clarín, símbolo de Oviedo y de Asturias», «En torno a don Ramón Gómez de la Serna». Del poeta Vital Aza nos dice que «tuvo el secreto de la rima, la capacidad de versificar de modo que parece normal. Por eso su poesía no es poesía prosaica. En ella apenas se encuentran ripios. Es, además, una poesía dirigida a todos. No se escribe para un grupo, no se precisa para entenderla una preparación especial. Pero es poesía, porque a través de los versos el poeta logra transmitir al lector las impresiones del autor». El propio Aza afirmó que «el poeta nace y el orador se hace»; y en el poema «¡Prosa! ¡Prosa!» dice: «No me pidas poesía / pero en cambio pide amor».
Aza era comediógrafo de éxito y poeta festivo; algunos de sus versos, como los dedicados a la sidra, todavía se recuerdan:
Como no soy en sidra competente
pues no bebo más que agua de la fuente.
Entre la sidra y el agua, más vale no beber; también es contrario a la cerveza, en la que señala su «sabor ingrato»; aunque en otros versos, pese a que sigue rechazando la cerveza, no se muestra tan abstemio: «Tratándose de aguardiente / dame todo lo que quieras» («¡Eh! ¡A la plaza!»). Cultivó un tipo de poesía humorística, bienintencionada, sin complicaciones ni pretensiones y, en muchas ocasiones, de circunstancias. Lo mismo presenta en sus versos costumbres asturianas que le da la vuelta a Campoamor, que brinda «en la inauguración del balneario de Borines, propiedad de los señores Ballesteros (don Serafín y don Lázaro)». Aza era médico y muchos de sus versos están dedicados a esa profesión, bien refiriéndose a anécdotas relativas a ella, bien satirizándola sin seña; sabido es que el médico, el juez y el tabernero han sido sujetos de continuas sátiras; recordemos a Quevedo. Pero la sátira de Aza es benévola («La visita del médico»), porque, a fin de cuentas, los médicos eran sus colegas, y también, porque el tipo de verso que cultivaba no admitía la acritud. Sospecha el poeta, por lo demás, que «esos versos festivos y ligeros, / sin importancia, insustanciales, hueros, / son baldón de la dulce poesía». Es preciso, es indispensable, dice al comienzo de la oda («o lo que salga») «Al mar», escribir «algo serio, algo notable». Y comienza su poema más largo de lo habitual, con otro aliento en apariencia, y que remata de la manera consabida: «Cuelgo la lira y voyme de paseo / a ver si se me quita este mareo...». A veces tiende también Aza a la «poesía filosófica» a la manera de Campoamor, aunque en tono menor, incluso en relación con el autor de las «Doloras»; algunos de los «Cantares filosóficos» de Aza caen en la chuscada («Tu dentadura es de perlas», «Los ríos van a los mares», etcétera); otras se aproxima más a Campoamor («Ayer pasé por tu calle»), con una salida muy campoamoriana en unos versos que demuestran que para Aza, como para Campoamor, no hay lenguaje poético preestablecido y tan poético que puede resultar «una flor en el suelo», como «la escoba del barrendero»: «¡La escoba del barrendero / me detuvo en mi pasión». Evidentemente, Aza no se dirigía a un público con un sentido del humor refinado; más bien predomina en él la sal gruesa. Pero su ausencia de pretensiones, su inevitable tendencia a mostrarse como es (dentro de un oficio, el de poeta, tan dado a la pedantería y a la cursilería), le hacen simpático y estimable. En cuanto a su labor teatral, nada hemos de añadir sobre el éxito, en su día rotundo, de obras como «El sombrero de copa», «El rey que rabió» o «La praviana».
La Nueva España · 14 de junio de 2002