Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Discursos de Alejandro Mon

Acaban de publicarse en edición facsimilar los discursos parlamentarios de Alejandro Mon, en un grueso volumen de más de mil quinientas páginas de papel biblia, a cargo del profesor Emilio de Diego, titular de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid. De Diego es un buen conocedor de la figura de Mon, como lo certificó en anteriores trabajos e intervenciones, y él mismo reconoce al comienzo de su valiosa introducción a esta obra que «cuando me propusieron la edición de los discursos parlamentarios de Alejandro Mon acepté complacido por dos razones: la primera no fue otra que la notable importancia, a mi juicio, de los textos a publicar; la segunda, la injusticia con la que los historiadores españoles hemos condenado, poco menos que al ostracismo, a uno de los políticos más destacados en la España del segundo tercio del siglo XIX».

No sólo los historiadores condenaron a Mon. Azorín, en el artículo «Palabras. Diputados de 1850», incluido en «De un transeúnte», presenta a Mon en el Parlamento y ofrece, como quien no quiere la cosa, algunos juicios adversos de sus contemporáneos acerca de él. Pretende Azorín resultar objetivo, y entre los juicios contrarios, otro, igualmente contrario, contiene en cierta medida un elogio. El conde de Romanones dice de Mon: «No es estadista, pero tiene la pretensión de regir el país con cierta política peculiar suya, y aún lo hemos de ver presidir el Consejo de Ministros». Y Azorín se apresura a precisar: «Tardó un poco, dieciséis años. Lo presidió en 1864». De acuerdo con los juicios aportados por Azorín, Mon no es estadista, no es economista: «El señor Mon es un empírico que carece en absoluto de instrucción para el manejo de los asuntos públicos». Éstos y otros prejuicios sobre Mon procuran ser desvanecidos por Emilio de Diego: «Mon ideó y realizó un vasto y completo plan con el fin de sanear la Hacienda española y sacarla de la angustiosa situación en que se encontraba; centralizó y reorganizó los servicios de inspección fiscal; remodeló el Banco de San Fernando como entidad emisora, inmediato predecesor del Banco de España, y reparó el entuerto desamortizador dando solución económica al clero español». Esto, sólo como ministro de Hacienda. La reforma tributaria de 1845 fue la medida gubernamental más trascendente de su tiempo, «una fecha que divide con nitidez la frontera entre dos etapas fiscales, la del Antiguo Régimen y la de la modernidad». Por ello, y por los otros cargos políticos (el más sobresaliente, presidente del Consejo de Ministros durante unos meses en 1864) y diplomáticos que ocupó, De Diego no tiene inconveniente en considerarlo como «quizás el hacendista más sobresaliente de la España contemporánea y uno de los gobernantes de gran talla que registró nuestro siglo XIX». No afirma el profesor De Diego a tontas y a locas, sin respaldarse. Le respaldan, uno tras otro, los discursos que Mon pronunció a lo largo de su vida parlamentaria. Del 12 de julio de 1837 es su primera intervención, sobre el abono de los sueldos a los empleados en comisión, aunque tiene mayor enjundia la de tres días más tarde, sobre la supresión de diezmos, que inicia citando a Cicerón. La última es del 23 de mayo de 1866; en ella cita a Thiers. Entre 1837 y 1866, mucha agua ha discurrido bajo los puentes, y también sangre por los campos o sobre los paredones. Pero lo cierto es que España va cambiando. La Revolución francesa ha retrasado en medio siglo el establecimiento de régimenes liberales en Europa. Mon había partido como revolucionario y llegó a ser condenado a muerte por la represión fernandina. Luego sería una de las cabezas del conservadurismo español. Todavía en 1850, el diputado por Astorga acudía a las Cortes ataviado de maragato. Pero a partir de ese año, la renta por habitante aumenta a un ritmo medio anual muy pequeño, pero no desdeñable. Mon lleva al Parlamento una maleta-cartera llena de papeles, «que sólo le sirven para tenerlos en la mano, llevando con ellos el compás, como los maestros de capilla». El diputado se levanta, tose, cruza las piernas, se rasca la cabeza, saca dos papeletas, «se levanta un poco las mangas para que vean que no hay trampa»... Toda la vida parlamentaria de Mon queda contenida en las páginas de este libro, y la vida y la obra del diputado se resumen en las magníficas páginas de la introducción escrita por De Diego. Una introducción en la que no falta nada esencial y en la que nada sobra y de la que podría decirse, como resumen, que retrata «el perfil de un liberal». Liberalismo que avala una cita del propio Mon, merecidamente reproducida en la contraportada.

La Nueva España · 1 de septiembre de 2002