Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Historia y reivindicación de los godos

Casi resultan los godos un pueblo extraño para los españoles, a quienes, por cierto, en América llamaban «godos» durante las guerras de independencia. Hoy por hoy, los godos sólo son recordados, entre la gente mayor, como instrumento de tortura, a causa de las famosas tablas de los reyes godos, que se aprendían de memoria en las escuelas. Saber los nombres de los reyes godos no es gran cosa, pero es mucho más que aprender la historia que se enseña en las «ikastolas», y en la que no se menciona a Carlos V. Los godos quedan para la mentalidad del español medio como una nebulosa de gente rubia y muy bruta, que llevaba el pelo largo; sabemos que a Wamba le raparon la cabeza una noche que le venció el sueño, y ello significó su destronamiento, porque para ser rey, había que ser peludo como condición indispensable, lo mismo que para ser «progre» hace veintitantos años. Los godos invadieron España como consecuencia del impulso que tomaron después del saqueo de Roma por Alarico el año 410; el 414, Ataulfo entra en Hispania. No guerrearon contra la población hispana, y, en general, el español admite mucho mejor haber sido invadido por los romanos y por los godos que por los moros y por los franceses. Como si fueran personajes de los libros de Tácito, resolvieron sus asuntos, las más de las veces de manera sangrienta, en su propio ámbito, sin que sus luchas intestinas, habitualmente, trascendieran a la población que vivía al otro lado de los palacios. Con la invasión musulmana, los godos se fundieron con los indígenas hacia los que antes habían mirado poco (es el caso de Asturias, después de la victoria de Covadonga), entendiendo de este modo unos y otros quien era el enemigo común.

Los godos, en la actualidad, gozan de escaso prestigio en España, sobre todo si lo comparamos con el creciente de los celtas. Del Duero arriba, algunos voluntaristas de la Historia aspiran a ser celtas, del mismo modo que de Despeñaperros abajo surge cierto fervor islámico. Y es que los descontentos con su cultura no saben qué hacer para parecer otra cosa. Lamentablemente, los celtas vocacionales y voluntaristas lo son más por la IRA que por el recuerdo del rey Arturo. En cualquier caso, en España hubo mayor presencia de los godos que de los celtas, y la presencia de los godos está mejor documentada, aunque, según E. A. Thompson, la «Historia de los godos» de San Isidoro de Sevilla, única fuente continua de información sobre los reyes godos españoles desde Gesaleico a Liuva, «es indigna de haber sido escrita por el famoso sabio».

Esa enorme niebla que son los godos para la mayoría de los españoles, se disipa en parte con la publicación de «Origen y gestas de los godos», de Floranes (Cátedra, Madrid, 2001), en cuidada y clara edición de José M Sánchez Martín. Unos sencillos apéndices y tres mapas ayudan al lector a situarse en el texto. El editor destaca el aspecto «políticamente correcto» de este libro, ya que en él «es la primera vez que Roma y su imperio no ocupan el papel protagonista y el eje de los acontecimientos, sino que se convierten en parte marginal del relato, en función de la historia goda».

Este hecho puede tener mayor o menor relevancia, según la importancia que se le quiera conceder a Roma. En otro libro, en el bíblico de los Macabeos, Roma aparece también en posición secundaria, bien que entonces se encontraba en su espléndido amanecer, y en el relato de Jordanes en su coloreada decadencia. Edward Gibbson, en su «Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano» (que acaba de publicar Alba Editorial) concede a los godos la importancia que merecen; pero la protagonista, hasta el final, es Roma. Otro caso es que el libro de Jordanes sea la historia nacional de los godos, como Gregorio de Tours escribió la historia de los francos, Pablo Diácono de los longobardos y Beda de los anglosajones.

De Jordanes se sabe poco: ni siquiera si era godo o alano. Era, en cualquier caso, hombre letrado y buen latino, de quien se conservan dos obras, ambas de carácter histórico: la «Romana», o proyecto de historia universal, y esta «Historia goda», iniciada con una descripción general de la Tierra, a cuyo norte se encuentra Escandia, y que concluye con las conquistas de Belisario en Italia. Fue compuesta hacia el año 550 y es obra de vigor épico excepcional: Pues en ella late un pueblo que respira con más fuerza que sus caudillos. A pesar de la presencia de grandes individualidades (Alarico, Teodoredo, Atila, Teodorico), los verdaderos protagonistas son los godos: un millón de ellos se extendieron hacia el sur, en lo que Gibbson califica como «migración formidable».

La Nueva España · 8 de octubre de 2002