Ignacio Gracia Noriega
Ceferino Martínez Riestra: un escritor
«Anduve a tiros con la carabina a caballo, a pie y en tren»
Nacido en Orizón, cerca de Navia, el 29 de julio de 1880, con doce años embarcó hacia Cuba, participó en la Revolución mexicana y fue un prolífico periodista y literato
El caso de Ceferino Martínez Riestra es un tanto singular. Se trata de un asturiano que emigró a América, caso frecuentísimo. Y en América se dio a conocer como escritor y llevó adelante una notable carrera literaria. Caso que, desde luego, no es infrecuente. Hubo muchos, muchísimos asturianos que iniciaron su carrera literaria en América, y luego la desarrollaron allí, o bien de regreso a España, como hicieron Constantino Cabal, Juan Antonio Cabezas y tantos otros. Pero lo normal era hacer la carrera literaria en Cuba, donde había abundante prensa española, y de modo muy especial el «Diario de la Marina», que fue escuela de multitud de periodistas asturianos. Pero Ceferino Martínez Riestra, tal vez para demostrar su originalidad, hizo su carrera literaria en México, en el México turbulento y ensangrentado de la Revolución. Constantino Suárez, que incluye uno de sus cuentos, «El tema obligado», en su antología «Cuentistas asturianos», escribe a propósito de él: «La pluma de Martínez Riestra ha compartido admirablemente el periodismo con la literatura, y en este aspecto cuenta una copiosa producción, que da prueba fehaciente de notable fecundidad en quien tiene que librar la lucha por la subsistencia en medio de menesteres menos idealistas. Con la misma facilidad ha cultivado la novela, el cuento, la crónica, el artículo de combate...». Y añade Constantino Suárez: «La literatura de Martínez Riestra, como escritor sincero que es, responde a su temperamento, imaginativo y romántico, como su vida, que viene a ser una verdadera e interesante novela».
En la actualidad, Martínez Riestra vive en Oviedo, algo apartado de la actividad literaria, según se ha escrito y él niega.
Lo que sucede es que no soy hombre de tertulia, ni de andar por ahí perdiendo el tiempo. Pero eso no quiere decir que con mi regreso a la patria haya abandonado para siempre la actividad literaria. Desde que estoy aquí he publicado tres novelas: «Se adoraban», publicada en Ávila en 1924; «El hombre que no encuentra mujer», publicada en Madrid en 1925 y reeditada en 1930, y «Ella tuvo la culpa», publicada en Madrid en 1928. Además, colaboró con artículos y cuentos en el diario «Región». No, no creo estar apartado de la vida literaria.
—De acuerdo. Ahora voy a hacerle una pregunta de carácter personal. ¿Es cierto que no le gusta llamarse Ceferino?
—¡Pero cómo se le puede ocurrir a usted eso! Si no me gustara mi nombre de pila, para eso están los seudónimos, para poder llamarme Federico, o Roberto. Lo que sucedió es que, cuando Constantino Suárez reunió su antología de «Cuentistas asturianos», encontró que abría el volumen «El ángel bueno y el ángel malo», de Ceferino Suárez Bravo; y más al interior figuraba mi cuento «El tema obligado», con lo que se producía la casualidad de que en un volumen que reunía veinte cuentistas, había dos de nombre Ceferino. Razón por la que Constantino Suárez me dijo, en confianza: «Mira, Ceferino. Cualquiera que vea esta antología sin ser asturiano va a pensar que la mayoría de los asturianos se llaman Ceferino. ¿Te importaría figurar en el índice como «C. Martínez Riestra» en lugar de hacerlo como «Ceferino Martínez Riestra»? Yo no opuse inconveniente, y no hubo más.
—¿Dónde nació, Ceferino?
—En la aldea de Orizón, próxima a Navia, el 29 de julio de 1880. Mis padres eran labradores de posición modesta. Mi padre se llamaba Teodoro Martínez y mi madre Vicenta Riestra. Dos buenas y sacrificadas personas.
—¿La situación de su casa fue lo que le impulsó a emigrar?
—Claro. Con 12 años y sin apenas instrucción primaria embarqué para Cuba, donde tenía un pariente lejano. Nada más llegar a Cuba, el pariente me puso a trabajar como ayudante de un carretero de arena, trabajo durísimo y más para un niño que no había cumplido todavía los 13 años. Como no podía con aquel trabajo, mi pariente me consiguió un trabajo como aprendiz de dependiente en un comercio de la localidad de El Rosario, en la provincia de Pinar del Río. El trabajo era bastante mejor que el de carretero, pero el amo del comercio era un déspota y, cansado de aguantarle, decidí escapar e irme a la aventura. Como tenía algunos ahorrillos, al llegar a Bahía Honda compré el pasaje en un vapor con rumbo a La Habana, llamado «El Tritón», pequeño y viejo. Por el camino se desató una fuerte tempestad, y «El Tritón» no pudo resistirla: se fue a pique, y yo fui uno de los supervivientes de aquella catástrofe. De este modo tan accidentado llegué a La Habana. Como no tenía intención de volver a El Rosario, me dirigí a un tío que vivía en Veracruz, el cual me pagó el viaje a México y consiguió un empleo en una casa de comisiones de Veracruz, en la que llegué a ser tenedor de libros. Pronto volví a Cuba.
—¿Por qué?
—Porque me había entrado la locura literaria y se me presentó la oportunidad de empezar a colaborar en el «Diario de la Marina», el prestigioso periódico de La Habana. Allí publiqué mis primeras crónicas y cuentos; también pude colaborar en otras publicaciones habaneras. pero las perspectivas económicas eran mejores en Veracruz, como tenedor de libros, por lo que allá volví, aunque también trabajando en los ratos de ocio como corresponsal del diario «El Mundo».
—¿De manera que no se desvinculó del periodismo cubano?
—No, ni modo. Aunque vivía en Veracruz, yo era un apéndice del periodismo cubano. Entonces fue cuando se me ofreció la oportunidad de trasladarme a Tampa, para trabajar como tabaquero, que era oficio de buen rendimiento y porvenir. Mientras yo lo aprendía, me di cuenta de cómo vivían los humildes trabajadores de las tabaqueras, por lo que empecé a publicar una serie de artículos titulados «En pro del obrero», que firmaba con el seudónimo de «Hasta mañana». Y así fueron las cosas, hasta que en la empresa donde trabajaba se enteraron de que «Hasta mañana» era yo, por lo que me pusieron de patitas en la calle por agitador.
—¿Y qué hizo usted entonces?
—¿Qué iba a hacer? Había que buscar otro modo de vida. En esas estaba cuando mi tío me avisó de que había vacante una plaza de escribiente en la Aduana de Veracruz. «A ver si por una vez saber escribir te va a valer para algo de provecho», me dijo. Pues mi tío consideraba que ser escritor era lo más parecido a ser maleante. En fin, me presenté a las oposiciones, obtuve la plaza, y después de varios años llegué a desempeñar el puesto de secretario de la Aduana.
—Y a todo esto, ¿qué había sido de sus aficiones literarias?
—En ningún momento dejé de escribir, ni abandoné las actividades de publicista, publicando artículos en periódicos de Veracruz y México. En Veracruz fundé una revista artística y literaria, titulada «Gente nueva», teniendo a otro asturiano, Ricardo de Alcázar, como socio. Pero la revista fue de mal en peor, y alcanzó un año de vida solamente, causándome constantes disgustos y sacrificios. Por aquel entonces yo empleaba a veces el seudónimo de «Mercurio», y en 1907 me di a conocer como novelista con la novela «Los dos huérfanos», publicada en Veracruz en 1907. Poco después, en 1909 reuní cuentos y crónicas en un volumen al que titulé «Productos de la afición». Aquellos dos libros me llenaron de orgullo, porque gracias a ellos ya no era yo solo un escritor de periódico.
—¿Y por qué no volvió a publicar libros hasta bastantes años más tarde?
—Porque estalló la Revolución. La «bola», como dicen en México. Se trataba, en un principio, de derrocar al presidente don Porfirio Díaz, y aquella causa, que yo veía encarnada en don Francisco Madero, me pareció tan noble que en plenos sucesos revolucionarios, en noviembre de 1910, me trasladé a la capital y allí me dediqué a redactar unas hojas volanderas que aparecían firmadas por la Comisión Revolucionaria. Fueron días de romántico entusiasmo. Pero al triunfar la contrarrevolución y ser asesinados los señores Madero y Pino Suárez, las cosas se me pusieron terriblemente difíciles. Fui detenido y encerrado en las mazmorras de la prisión militar de Santiago de Tlatelolco, de la que todas las noches eran sacados grupos de detenidos para ser pasados por las armas sin formación de causa. Allí viví días y sobre todo noches de angustia, esperando ser fusilado de un momento a otro.
—¿No hizo valer su condición de español?
—¡No! ¿Me cree loco? De haber sabido aquellos cabezapeladas que yo era un chingado gachupín, como dicen ellos, me hubieran fusilado sin más trámite.
—¿Cómo salvó la vida?
—No lo sé, pero lo cierto es que aquí estoy. Recuperada la libertad, me incorporé inmediatamente como soldado al Ejército constitucionalista, y anduve a tiros con la carabina 30-30 por diferentes lugares de la República, desplazándome a caballo, a pie y en tren. La Revolución mexicana está llena de balaceras y de trenes.
—Y de corridos.
—Es cierto. Yo creo que porque existía impulso popular.
—¿A las órdenes de quién luchó?
—A las órdenes de mi general don Venustiano Carranza.
—¿Hasta dónde llegó como soldado?
—Hasta que tomamos Veracruz, y se fundó el periódico «El Pueblo», que defendía la causa de Carranza. Yo pasé a ser redactor de ese periódico, al tiempo que servía como soldado en la guarnición de Veracruz. Por fin, con el triunfo de Carranza, fui reincorporado al cuerpo de Aduanas, primero como secretario de la Dirección General y más tarde como jefe de la sección de Juicios. Por este tiempo publiqué la novela «A la vera de la muerte», en 1915, y estrené en 1917 la zarzuela «La gran plancha», en colaboración con Leoncio Viña y con música del maestro Gascón. Fue un gran éxito del teatro Lírico en México. En 1919 decidí abandonar el Distrito Federal y solicité el traslado a la Aduana fronteriza de Ciudad Juárez con el cargo de contador. Estaba cansado de la vida de la capital, y además mi salud empezaba a resentirse. Había aprendido inglés en Tampa y esa lengua me fue de utilidad en Ciudad Juárez. En El Paso (Tejas) publiqué dos novelas, «El poder de una carta» (1920) y «Amor y dolor», y una recopilación de artículos de asuntos asturianos, «La mio tierrina», de la que hay una segunda edición prologada por Baltasar Fernández Cué.
—¿Cuándo regresa a España?
—En 1923. Primero fijé mi residencia en Madrid, y al fin decidí que era mejor vivir en Oviedo. De cuando en cuando, colaboro en los periódicos de Cuba, de Tejas, de Buenos Aires y de Madrid.
La Nueva España · 14 de octubre de 2002