Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Grandas de Salime
y el Museo Etnográfico

Descendemos hacia Grandas de Salime después de haber pasado el puerto del Palo, de 1.146 metros. Puerto relacionado con oscuras leyendas en las que a veces se presenta, entre la niebla, Satanás en persona, señor del mundo. El paisaje es imponente: me recuerda las grandes extensiones, redondeadas y silenciosas, del puerto de Lunada, que comunica los valles pasiegos con la montaña de Burgos. En Montefurado percibimos grandeza, brezos y niebla; en Berducedo, praderas. Con el embalse cambia el paisaje y se suaviza un tanto. Al fin entramos en Grandas de Salime. Viniendo desde Pola de Allande, en seguida se llega al centro. La Fonda Nueva y La Raigada, que fueron instituciones hosteleras importantes, de poderosa y sabrosa cocina, están juntas, una tras otra. No hay zonas de Asturias que prepare mejor el cocido de garbanzos, con su consiguiente sopa espléndida que esta del río de Navia. El menú constaba de tres platos: la sopa, el cocido y lo que viniera; y luego el postre. A veces, si había suerte, se bebía un vinillo de Negueira, muy agradable. Estoy evocando recuerdos de hace más de veinte años. Pero el paso del tiempo no parece haber afrentado demasiado a Grandes de Salime. La iglesia de San Salvador ocupa el centro del pueblo. La portada románica, que ahora se encuentra en el interior del templo, y las forjas de hierro, semejantes a las de la iglesia de San Francisco de Tineo y de la catedral de Lugo, figuran entre sus galas. Luego, con el siglo XVIII, vinieron las reformas. San Salvador fue colegiata, con abad y tres racioneros. Hoy sigue siendo algo que identifica a Grandas. La iglesia y Pepe el Ferreiro.

No se puede pasar por Grandas sin hacer parada. Llueve, en una tarde de cielo gris, al alcance de la mano. Nada más descender del coche, al primero que encontramos es a Pepe el Ferreiro, con boina y una chaqueta azul, como de marinero. Entramos a tomar una copa de orujo en una cafetería que hace veinte años acababa de ser inaugurada y que se conserva estupendamente: también como Pepe el Ferreiro. No digo que no pasen los años por él, porque los años pasan por todos; pero no se le notan veinte años de golpe, que son los que hace que no le veo. En la cafetería está Juan el de la Fonda Nueva. Apreciado amigo.

Ya digo que no se puede pasar por Grandas de Salime sin hacer una parada, sin ver a Pepe el Ferreiro y sin visitar el Museo Etnográfico, que es la gran obra de Pepe el Ferreiro y una de las grandes obras realizadas en Asturias en el último cuarto de siglo. El museo se inauguró el 2 de junio de 1984, pero la afición a coleccionar cosas, a recoger los residuos de un pasado rural que la «modernidad» había desechado, le viene desde mucho antes. Recuerdo cuando las bases materiales del museo se albergaban en el bar, al otro lado de la iglesia, si la memoria no me falla. Esta afición a conservar objetos considerados como «viejos» a «inútiles» es la manifestación del gran amor de Pepe el Ferreiro hacia su tierra y hacia las cosas de su tierra. Conocida es la famosa frasde de Gautier: «Una cosa cuando es útil dejar de ser bella». En la sociedad de consumo dejaron de ser útiles tantísimas cosas que los desvanes se llenaron de belleza. Una plancha de hierro o unos palillos de tejer evocan un mundo ido, definitivamente ido, pero también un trabajo bien hecho, sólido y exquisito. Aquellos artesanos que hacían una canada o un estribo no sabían, seguramente, que estaban fabricando piezas únicas y objetos de museo, pero es indudable que en cualquier objeto conservado en este museo hay más belleza, más refinamiento y más amor al trabajo que en cualquier artefacto complicadísimo y carísimo fabricado en serie. Para bajarle los humos a esta sociedad de consumo y modernísima, europeísima y demás, Pepe el Ferreiro ha colocado una sabia sentencia a la entrada del museo: «Si no hubiera habido arados, no habría ordenadores».

El Museo de Grandas es un emocionante viaje el pasado. Pasado que hemos conocido los que todavía no sumamos tantos años. Por eso, en el individuo que sólo usa el ordenador y come comidas desnatadas y desgrasadas, hay un poco de superchería. El museo reproduce la casa rural asturiana, con sus aperos, dependencias y menaje. Hemos vuelto emocionadamente al pasado, pero no crean los urbanícolas modernos que al de los reyes caudillos, sino al de ayer. En el bar-tienda, exactamente reproducido, Pepe nos invita a chorizo y al vino de la comarca. La gata esá muy atenta al chorizo. Para que no falte detalle, sobre una mesa, el tapete verde y la baraja de don Heraclio Fournier. Cuando salimos, ya es de noche y sigue lloviendo. ¡Vaya si merecía la pena haber parado en Grandas de Salime!.

La Nueva España ·19 de Octubre de 2002