Ignacio Gracia Noriega
Los líricos griegos arcaicos
La lírica griega arcaica es uno de los grandes rótulos de la poesía occidental, junto con la poesía latina y la poesía metafísica inglesa, la barroca española, la romántica alemana y la simbolista francesa. Pero, como sucede con todo rótulo, éste, a la vez, dice verdad y la distorsiona. Por resumir, dice mis de lo que es: o menos. El rótulo de «simbolista» difícilmente acoge a los grandes poetas francesas del siglo XIX, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud y Stephane Mallarmée, si no es grado de precursores o maestros; pero sirve para que nos entendamos En cuanto a la poesía lírica griega, considerada como tal la que no es homérica ni hesiódica, debe tenerse en cuenta la observación de M. L. West:
El resto de la poesía griega arcaica hasta el siglo V a. C., aproximadamente, se agrupa a veces de manera imprecisa como «lírica», lo que es desafortunado, porque implica que dicha poesía tenía una unidad de la que carecía y porque el término «lírico» tiene connotaciones que en su mayor parte no son apropiadas. En un contexto antiguo se refiere propiamente a la poesía cantada con acompañamiento de la lira, pero al menos los rapsodas que recitaban poesía épica se acompañaban a veces de la lira, mientras que mucha poesía de segundo orden o bien carecía de acompañamiento o bien se acompañaba de caramillos. No sabernos cómo se ejecutaba.
Existe una gran diferencia en todos los aspectos entre Anacreonte y Baquilides, por citar a dos poetas destacados. Se encuadra bajo la misma denominación a poetas de la exaltación amorosa, como Safo de Lesbos, y a poetas cuyos asuntos son épicos, como Píndaro y Baquílides, y en cierta medida Tuteo, aunque un rasgo esencial separa a la poesía de éstos de la épica entendida al modo homérico, y es la menor extension del poema, o bien el poema extenso considerado como una sucesión de poemas breves engarzados, lo que fue destacado por Calímaco, en la época helenística, y teorizado en el siglo XIX por Edgar Allan Poe, quien afirmó en textos definitivos que no existe el poema largo, sino una serie mayor o menor de poemas cortos, lo que, trasladado a Francia por Baudelaire, tuvo una importancia decisiva en el surgimiento y desarrollo de la poesía moderna en Occidente.
La lírica griega arcaica no es tan conocida ni goza del mismo prestigio que la poesía épica, la tragedia ática y la comedia. Puede ser uno de los motivos su falta de unidad (que luego procuraremos señalar que no es tanta) y, sobre todo, que se ha transmitido mal y fragmentariamente. Son escasos los poetas líricos de los que se haya conservado una parte apreciable de su obra, o la totalidad de ella: Anacreonte, Baquílides, Píndaro y Teognis, aunque a éste tiende a considerárscle como a un conjunto de poetas, pese a que existió un Teognis de Mégara en la primera mitad del siglo VI.
Emilio Suárez de la Torre escribe en su «Antología de la lírica griega arcaica»:
Que el tebano Píndaro (522-5I8-post. 446 a.C.) sea una de las cumbres de la poesía griega (y europea) no se debe sólo al hecho de que hayamos podido apreciar con mayor abundancia, gracias a la transmisión, sus "epinicios". Si le damos la vuelta al argumento, fácil es comprender por qué dichas composiciones han sido privilegiadas en su conservación, probablemente desde la vida del poeta.
Es evidente que poemas destinados a ensalzar a vencedores deportivos pertenecientes a la aristocracia griega estaban abocados a ser más populares en su día que otros poemas de carácter intimista o sentimental; pero, a la larga. Píndaro y Baquflides prevalecieron porque eran grandes poetas, y si los «epinicios» de Píndaro se conservaron cuando ya se había perdido del todo el recuerdo de la aristocracia griega y de las hazañas deportivas de algunos de sus miembros privilegiados, obedece a la alta calidad de los poemas. El tiempo es un excelente crítico literario. De los trágicos griegos, de Esquilo y de Sófocles, se conservan pocas de las muchas obras que escribieron. Pero de haberse conservado la totalidad de lo que escribieron, ¿los consideraríamos del mismo modo que ahora con la misma grandeza?
«Antología de la lírica griega arcaica», irreprochablemente publicada por Cátedra (Madrid, 2002), en edición de Emilio Suárez de la Torre, nos vuelve a poner en contacto con la poesía que constituye la base de la gran poesía del hombre de Occidente. No es el español demasiado dado a la lectura de clásicos griegos y latinos, razón por la que esta antología es doblemente bienvenida, cuando, por lo demás, debe ser inencontrable la excelente de Juan Ferraté «Líricos griegos arcaicos» (1968), aunque no haya perdido su vigencia. Si un reproche hemos de hacerle a esta antología de Suárez de la Torre con respecto a la de Ferraté es que no sea bilingüe. En compensación, el libro de Suárez de la Torre es mucho más explicativo (aunque en su prólogo Ferraté da la talla de gran crítico), y cada poeta va precedido de una introducción. Los poetas antologados son éstos, dispuestos por orden cronológico; Arquíloco de Paros, Semónides de Samos, Hiponacte de Éfeso, Calino de Éfeso, Tinco, Mimnermo de Colofón, Solón, Teognis de Mégara, Jenófanes de Colofón, Safo, Alceo, Anacreonte, Alcmán, Estesícoro, Íbico, Simónides, Píndaro y Baquílides. Abarcan, de los primeros a los ultimos, un considerable espacio de tiempo, desde Arqufloco, nacido en la primera mitad del siglo VII a. de C., hasta Baquílides, emparentado con Simónides y contemporáneo. de Píndaro. Su poesía, asimismo, es distinta y tiene poco que ver el rechazo de la lira de Hornero «con sus cuerdas teñidas de sangre» por parte de Anacreonte con las invocaciones homéricas de Píndaro y Baquílides, o el verso guerrero de Tirteo y la celebración de la batalla de Platea por Simónides. Oportunamente, Suárez de la Torre hace ver que no es la pasión amorosa exclusiva de Safo ni el asunto único de su poesía. No sólo el tema amoroso: otros temas fundamentales de la poesía de Occidente, como son el paso dcl tiempo y el desamparo y miedo ante la vejez, aparecen en estos poetas. La gran metáfora de «la nave del Estado» ya se presenta en Alcco. Y, en fin, de Píndaro es esta afirmación sobre la condición y gloria de la poesía: «La poesía nos arrebata con la seducción de sus palabras» (Nemea VII. II).
La Nueva España · 5 enero 2003