Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

La feria de los Santos

No nos hagamos ilusiones: por muy abarrotadas de gente que estén las viejas ferias han desaparecido. Si ha desaparecido la aldea, ¿cómo van a sobrevivir ferias y mercados, si no es como curiosidad, excentricidad o exotismo, como los indios en una reserva?

Algunos se consuelan pretendiendo resucitar, exagerándola la antigua habla rústica, pero por mucho que la hablen algunos urbanícolas entusiastas no van recuperar la aldea perdida, de] mismo modo que no van a recuperarse los Carnavales, pese a que los subvencionen los ayuntamientos «progresistas», ni volverán a tener su profundo sentido las viejas fiestas, aunque cuatro bancarios se obstinen en bailar la sardana en una plaza de Barcelona, como decía Caro Baroja.

El laicismo, el socialismo, la sociedad del bienestar y del con-sumo, los muchos días de ocio del trabajador urbano, el multitudinario vehículo automóvil, etcétera, le han dado machete cubano al mundo rural.

Hoy, los mercados están llenos de gente: uno va a Cangas de Onís los domingos, o a Potes los lunes, y no se cabe. Pero la mayoría de los asistentes son solamente «mirones». Gentes de la ciudad que, no teniendo cosa mejor que hacer, acuden a ver al aldeano en el mercado como si fueran al zoológico.

Los mercados y ferias, por lo demás, son incompatibles con el mundo nuevo. ¿Se imaginan a dos ganaderos «tomando la robla» después de haber pagado la vaca en «euros», esa moneda convencional, burocrática y abstracta? ¿O bien pidiendo alguien un crédito bancario, que es uno de los motores de la presente economía, para comprar un kilo de patatas? Las viejas ferias y mercados han desaparecido, y hoy sólo quedan remedos en ellas, por muy animadas que puedan estar.

Sin embargo, queda e] recuerdo en muchas localidades de la famosa feria de los Santos. celebrada por Todos los Santos. a mediados del otoño. Ya se han recogido todos los frutos y el año camina sosegadamente hacia el invierno. Las antiguas ferias cambiaban el curso de la vida rural o urbana. Luis Menéndez Pidal señala en un artículo sobre la feria de los Santos en la capital asturiana, publicado en el Almanaque de «El Carbayón» de 1883, que «la gente acude y la feria empieza y Oviedo todo se convierte en un inmenso mercado».

Hans Gadow, en su libro «Por el norte de España» (1897), describe cómo el mercado afecta a la vida de la villa: «Potes, tan tranquila que no es fácil entender cómo y por qué existe, rebosa de vida y de gente los lunes, el día de mercado. Por la mañana temprano empiezan a llegar los primeros campesinos, se sientan con sus bultos en una esquina de la calle y esperan; poco a poco llegan todos los demás (...). Empiezan a llegar grupos de hombres y mujeres a caballo, en burro o a pie, y los anchos cestos que cuelgan como un par de alforjas en los costados de los animales están repletos de los productos del campo. Continúa llegando gente hasta muy avanzada la mañana; a pesar de que todos parten temprano hacia Potes, muchos tienen que recorrer un largo camino. Ya hacia las ocho o nueve de la mañana la calle está hasta arriba de gente. El pueblo parece una colmena de abejas alborotadas». Pero una buena feria, como la de Santa Lucía, moviliza a toda una comarca, según una enumeración de Pepín de Pría, que llena el recinto ferial de quesos, vino, pan de escanda, maconas, potes, calderas y guadañas, herramientas agrícolas, cerámicas, castañas y salmones, paños, sayales y otros tejidos, etcétera.

En la feria de los Santos de Oviedo, «la ciudad se inunda de bestias, que unen sus estentóreos rebuznos y relinchos a los de las muchas que en ellos se albergan; el templo de Minerva mira engalanados los poyos de su severa entrada con alforjas y cebaderas; las tapias de la plazuela de Riego cúbrense de gigantescos paraguas azules y encarnados, y los comerciantes de baja estofa andan hechos un azacán para sacar a las puertas de su establecimiento todo lo que en sus antros dormía el sueño del olvido polvoriento, mohoso y cargado de orín», según Menéndez Pidal. Y no sólo se vendían mercancías, herramientas y ganados. En la feria de los Santos de Gera se contrataban maestros, según nos recuerda Fernández Lamuño en su reciente libro sobre las escuelas de Tineo. Los maestros procedían de León, de Laciana y las Babias, y se comprometían a enseñar durante el invierno a aldeas que pronto quedarían aisladas por la nieve.

La Nueva España · 01 noviembre 2003