Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

El mayorazgo de Labraz

En «El mayorazgo de Labraz», novela publicada en 1903, hace cien años, ya está el novelista don Pío Baroja de cuerpo entero. Se había dado a conocer en 1900 con un libro de cuentos y esbozos, «Vidas sombrías» y con una novela dialogada, «La casa de Aizgorri»: en ambas obras, la tierra vasca ocupa un lugar principal. Siguen a estos libros «Inventos, aventuras y mixtificaciones de Silvestre Paradox» (1901), «Camino de perfección» (1902). «Idilios vascos» (1902) en realidad se trata de una remodelación de «Vidas sombrías», a las que se les añade el relato «Elizabide el vagabundo» y «El tablado de Arlequín» (1903), es una colección de artículos, entre los que se encuentra el titulado «Burguesía socialista», en el que don Pío dice verdades como puños, y en el que viene a exponer con cien años de antelación, casi lo mismo que expone Dalmacio Negro en el artículo «¿Es imprescindible el PSOE?», recién publicado), y en fin, «El mayorazgo de Labraz» (1903).

En estos libros, tan diferentes, se define la obra posterior de Baroja, abundante y variada, con sus enormes virtudes y sus defectos, que el propio Baroja no se preocupaba de disimular. La tierra vasca surge en «Vidas sombrías», «La casa de Aizgorri» e «Idilios vascos»; Madrid, en «Silvestre Paradox» (y la tendencia a la aventura en su continuación, «Paradox rey»); y en «El tablado de Arlequín» se reafirman unas ideas poco complacientes. En «Camino de perfección» conviven lo mejor de Baroja y lo peor. El propio don Pío los consideraba como «un libro casi exclusivamente de viajes», y en este sentido, es excelente. Pero también es un libro con pretensiones ideológicas y de tesis, al igual que «El árbol de la ciencia»; y aunque algunos profesores un tanto cegatos pretendieron cimentar sobre ellos el prestigio de Baroja como «intelectual», lo cierto es que tanto «Camino de perfección» como «El árbol de la ciencia» constituyen la parte de la obra barojiana que más ha envejecido.

Se solía censurar a Baroja a causa de su «estilo descuidado» (como se decía hace tiempo), y no por sus pretensiones ideológicas, que en ocasiones resultaban excesivas. Uno de los primeros en salir en defensa de los «descuidos» de Baroja fue ni más ni menos que don Juan Valera en una crítica a «Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox»: «Alguien censura de desordenada y de casi sin pies ni cabeza la novela de que estamos tratando -escribe quien debe ser reconocido no sólo como gran novelista, sino como uno de los mejores críticos del siglo XIX-. Yo considero severísima y punto menos que infundada tal censura». Que Baroja no fuera un purista de la lengua no es motivo para discutirle su condición de novelista enorme, el mayor de las letras españolas, al lado de Cervantes y Pérez Galdós. Y en «El mayorazgo de Labraz» demuestra que no sólo es capaz de narrar admirablemente, sino también de construir una novela. No obstante, Baroja dice de ella, con exceso de modestia, a mi juicio: «Es una novela desigual, mal compuesta, pero que tiene un fondo de romanticismo y cierto color y movimiento. Al principio quise hacerla toda en diálogo al estilo de una tragedia de Shakespeare». Una circunstancia fortuita le evitó insistir en el camino emprendido en «La casa de Aizgorri» (y al que volvería en «Paradox rey»), ya que la editorial Heinrich, de Barcelona, le pidió una novela, por lo que se dejó de experimentos, y convirtió lo que iba a ser una «novela dialogada» en novela corriente. Las «novelas dialogadas» estuvieron de moda por aquellos años, pero tratándose de un híbrido de novela y teatro, no pasan de ser curiosidades, salvo cuando el texto posee verdadera fuerza, como es el caso de las «Comedias bárbaras», de Ramón del Valle-Inclán.

En «El mayorazgo de Labraz» están muy presentes el pueblo y luego, hacia el final, el campo abierto, las montañas y el invierno. Con excepcional sentido narrativo, Baroja resuelve elipsis viendo pasar las estaciones: «Pasó el invierno y parte también del verano». La historia, sobre la decadencia de una familia de abolengo, con protagonista ciego incluido, podría parecer apropiada a primera vista para Ricardo León. pero entre Baroja y el autor de «El cantar de los cantares» hay un abismo, y Baroja salva las debilidades del argumento añadiéndole «color y movimiento», como él dice, y una amplia galería de personajes que están vivos y puestos en pie; y, sobre todo, añadiéndole la emoción que domina las últimas páginas de la novela.

La Nueva España · 18 noviembre 2003