Ignacio Gracia Noriega
«Moby Dick» y el naufragio del «Essex»
«Moby Dick» se está volviendo a poner de moda. No está mal que así sea, pues se trata de una de las mayores fabulaciones escritas en Occidente. «Moby Dick» es una alegoría, una profecía e incluso una blasfemia, pero sobre todo es un mito verdaderamente grande. Como escribe Günter Blöcker, «la literatura moderna está bajo la doble ley del mito y del laboratorio, y muy frecuentemente se crea el mito en el laboratorio (...) "Moby Dick" es el gran libro que marca el principio de la nueva literatura, no sólo por ser un mito, sino por presentar huellas evidentes del trabajo de laboratorio». En efecto, Melville, a sus experiencias de ballenero y de vagabundo de los mares, añadió muchas otras experiencias ajenas a la suya para componer su libro y una erudición lo suficientemente exhaustiva como para incluir en la novela una enciclopedia sobre las ballenas bastante completa. De manera que a veces no sabemos si estamos leyendo las páginas de una novela o un tratado de historia natural, tal como lo lee Ismael, en el capítulo XXXII, adecuadamente titulado «Cetalogía». Pero toda esta abrumadora erudición sobre ballenas de Melville no se expone a la manera de Verne o Salgari, muchas de cuyas páginas constituyen resumidos manuales de geografía, historia, náutica, balística, etcétera..., hasta el extremo que, en mis tiempos bachilleres, se aceptaba la lectura de estos autores porque «se aprendía geografía». Leyendo «Moby Dick» se puede aprender mucho sobre ballenas; pero nunca como quien estudia un manual, porque tales conocimientos están perfectamente incrustados en el relato.
Saludamos una original y magnífica edición de «Moby Dick», patrocinada por el Ayuntamiento de Gijón. El volumen, tan aparatoso como si se tratara de un libro de regalo, justifica ese formato con las hermosas ilustraciones de José Ramón Sánchez. La obra de Melville va precedida de algunas erudiciones sobre la relación de Asturias corolas ballenas, en las que no se expone nada que no se supiera ya; las notas bibliográficas son insuficientes, ya que no se menciona a J. E. Casariego, gran estudioso del mar de Asturias. En cuanto a la edición del texto de Melville, le han suprimido el capítulo 45.
Mayor rigor y novedad (en el sentido de que contiene textos hasta ahora prácticamente desconocidos por los lectores españoles) presenta el libro «El desastre del "Essex", hundido por una ballena», que reúne relatos y testimonios de Owen Chase, Thomas Nickerson, el propio Herman Melville, Edward Dobson y otros a propósito del hundimiento del «Essex» en aguas del Pacífico el 20 de noviembre de 1820 y que fue, según Nathaniel Philbrich, «uno de los desastres marítimos más conocidos del siglo XIX». La obra está muy bien presentada por Alba Editorial, con traducción de Francisco Torres Oliver, quien incluye, a modo de apéndice, un breve pero útil glosario de términos náuticos.
En el hundimiento del «Essex» concurrieron varias circunstancias excepcionales. La primera y principal: el barco fue hundido por un cachalote de gran tamaño, de los que los balleneros llaman de primera clase, que lo embistió golpeándole con la cabeza hasta abrirle una vía de agua. La tripulación, de veinte personas, se vio forzada a embarcar en tres botes abiertos, y en lugar de dirigirse a Tahití, que era la tierra más cercana, por temor a que hubiera caníbales, buscaron las costas de América del Sur, a más de cuatro mil quinientas millas de distancia. Durante el terrible viaje, los náufragos tuvieron que practicar el canibalismo: primero comieron a los muertos y al foral mataron a un grumete. Este viaje supera en quinientas millas al del capitán Bligh, después de haber sido desposeído del mando de la «Bounty».
«El desastre del "Essex"» contiene los testimonios de primera mano del primer oficial Owen Chase, escrito al poco tiempo de regresar a Nantucket, y el del grumete Nickerson, compuesto cincuenta años más tarde. Melville leyó el relato de Chase (publicado en 1821), e incluso asegura haber visto a su autor cuando Chase mandaba el ballenero «Charles Carroll», y él navegaba en el «Acushnet», en 1841. No parece haber duda de que al final de «Moby Dick», el «Pequod», hundido por la ballena blanca, está tomado del hundimiento del «Essex».
La Nueva España · 26 diciembre 2003