Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Un año más, el Carnaval

Un año más, ha vuelto el Carnaval, y un año más, los ayuntamientos más o menos de izquierda, pero, en cualquier caso, absolutamente laicos, como mandan los cánones de la «corrección política», vuelven a confundirse con respecto al significado de esta fiesta. Fiesta que es, no lo olvidemos, una especie de glosa al santoral cristiano, del mismo modo que el Diablo es una acotación a Dios. «Creo en Dios porque creo en el Diablo», decía Chesterton. El Diablo está condenado a ser inseparable de Dios, del mismo modo que el Carnaval no puede ni podrá ser jamás otra cosa que la consecuencia de una festividad cristiana. Si Dios ha muerto, ¿cómo podrá haber fiestas?

«Pero, ¿dónde están las flores, los amigos, las coronas festivas? –se preguntaba Hölderlin– ¿Por qué no hay ya un Dios que signe la frente de los mortales?». No hay fiestas porque la «sociedad del ocio» ha terminado con su sentido profundo: no puede haber fiestas porque es fiesta siempre. Por eso el Carnaval cada año se celebra con mayor cansancio, con menos espontaneidad, como por cumplir un expediente burocrático. Los munícipes actuales quieren ver en el Carnaval la glorificación del libertinaje. Pero, ¿es que no hay libertinaje en las calles, en las carreteras, en los fines de semana nocturnos y juveniles? No habrá libertad (de hecho, a pasos agigantados estamos más controlados por los ayuntamientos, por los publicitarios, por los vencedores, por las infinitas manifestaciones del «Gran hermano» de Orwell, que, por cierto, tiene forma de pulpo); pero lo que es libertinaje... sobra. Vivimos en una sociedad contradictoria, que cree disfrutar de libertad cuando le basta y sobra con el libertinaje, y que quiere derechos sin deberes, ley sin orden y, como dice Aquilino Duque, amor libre sin cuernos ni sida. ¡Así cualquiera!

El Carnaval es lo más contrario a la actual sociedad de consumo, laica, descreída y urbana. «El Carnaval se inscribe de forma muy precisa en el ciclo de las estaciones», afirma Claude Gaignebet. Y en las ciudades no hay estaciones: hay fines de semana, «puentes» y esas cosas, pero no estaciones tal como las entendían nuestros abuelos, porque habiéndose abolido la sociedad agraria y unos usos campesinos comunes a toda Europa desde el Neolítico, el movimiento de las estaciones no rige las cosechas, sino las necesidades del mercado. Y con los alimentos refrigerados, congelados, envasados, etcétera, los calendarios han dejado de tener la menor importancia, y lo mismo da que sea 2 de febrero que 25 de junio, que la época del salmón, que la de las cerezas, que la de las sardinas, que la de las setas, que la de la caza. Con lo que se gana de relativa variedad en la mesa se pierde en autenticidad y sabor.

El Carnaval nunca fue fiesta urbana, al menos en Asturias. Siempre se celebró en las aldeas, cuando no en pleno campo. Por eso afirmaba Caro Baroja que hay recuperaciones que resultan imposibles, como si se ponen cuatro bancarios a bailar una sardana en una plaza de Barcelona. Yo recuerdo que cuando era niño se celebraba el Carnaval en algunos caseríos del valle de Mijares, con buñuelos «de viento» y sidra dulce, y algunas personas mayores se disfrazaban. Una parienta mía lo hacía con una bata de lunares y con una máscara antigás que le cubría el rostro; completaba el disfraz con una escoba vieja, y decía que era «el charrán». Hoy el Carnaval ha dado un giro completo y se ha convertido en cosa de gente joven, mientras que la gente mayor se queda en casa. Respecto al libertinaje carnavalesco, más se ve por la calle cualquier viernes por la noche, o en algunos programas de la TV. Lo de los travestidos ya no supone ninguna novedad, porque raro es el cómico o dúo de cómicos que no se disfracen de mujer o hagan reír al «respetable» (que, de este modo, deja de serlo) con las mayores bajezas escatológicas que se les pueden ocurrir a mentes perturbadas.

Los festejos carnavalescos suponían la despedida de la carne y del jolgorio con motivo de la llegada de la adusta Cuaresma. Pero no habiendo Cuaresma, ¿qué sentido puede tener el Carnaval? El Carnaval es la bulliciosa y multicolor despedida de la carne (del sexo y de las chuletas) porque se aproximan días cenicientos. Pero hoy día no hace falta que venga la Cuaresma para proscribir el chorizo y el «entrecot». Los dietistas y los «cuerpos Danone» han desarbolado el último reducto que les quedaba a las carnestolendas.

La Nueva España · 6 de marzo de 2004