Ignacio Gracia Noriega
Graham Greene, agente secreto
Por lo general, los agentes secretos suelen ser, cuando escriben, unos escritores bastante evidentes: tal es el caso de Ian Fleming o de Graham Greene, que siempre gozó del visto bueno de la crítica, a pesar de sus asuntos, que pueden encuadrarse en lo que se da en llamar la «literatura popular». No obstante, como escribió un crítico, Greene es «ejemplo de la influencia que los temas de espionaje ejercieron sobre la literatura culta». Por otra parte, tuvo mucha suerte con las adaptaciones cinematográficas que cimentaron su fama. Grandes directores dirigieron sus películas más famosas: John Ford, «El poder y la gloria», con el título de «El fugitivo»; J. L. Mankiewicz, «El americano impasible»; George Cukor, «Viajes con mi tía»; Otto Preminger, «El factor humano»; Edward Dmytryk, «Vivir un gran amor», y Carol Reed, «El ídolo caído», «Nuestro hombre en La Habana» y «El tercer hombre», que fue su mayor éxito cinematográfico, y uno de los grandes éxitos de los años cuarenta (aquellos años en que sin efectos especiales, ordenadores ni otras zarandajas se hacían películas maravillosas). Y a esto hay que sumar que Graham Greene era un hombre público, muy conocido en todo el mundo. Escritor viajero, en la línea de Somerset Maugham, al igual que Maugham conocía los gustos del público y sabía ser ameno: cosa que el público le agradecía comprando sus libros o viendo las películas basadas en ellos. A lo largo de su vida cultivó con esmero la figura de escritor católico aunque «progre». Pero intelectualmente era menos sólido y, en general, menos brillante que G. K. Chesterton, el gran escritor católico inglés y gran creador de intrigas policiales resueltas con imperturbable eficacia por el P. Brown.
A Greene le tocó vivir años conflictivos y confusos: la ascensión de los fascismos y nacionalismos, el prestigio de Stalin entre los intelectuales de izquierdas, la II Guerra Mundial, el final del imperialismo británico y la «guerra fría». Hizo «novela católica» en «El poder y la gloria», en la que se acerca a la figura de un sacerdote como Georges Bernanos se acercó en «El diario de un cura rural»: ahora bien, Bernanos es más profundo, porque los problemas del cura de Graham Greene son de carácter político. Corno escritor y ciudadano brujuleó a babor, porque siempre estuvo mejor visto ser «intelectual de izquierdas», y mantuvo amistades políticas absolutamente impresentables, como Fidel Castro y el general Omar Torrijos. Y en alguna de sus obras, como el cuento «El billete de lotería», revela su escepticismo. Procuró no pontificar en sus escritos, y eso hay que agradecerle. En otros, acertó en sus previsiones: por ejemplo, en «El americano impasible», novela en la que señala la presencia norteamericana en Vietnam cuando todavía era colonia francesa y se llamaba Indochina. Y procuró atenerse a las imposiciones de la «corrección política», porque sabía lo duro que le resulta a un escritor recibir el oprobioso sambenito de «reaccionario». En un texto de carácter ensayístico le llega a reprochar a Shakespeare no haber tenido un sentido «progresista». Autor del guión de «El tercer hombre», y animado por el éxito de la película, escribió una novela a partir del guión. Las películas se basan en novelas, y es mucho menos frecuente que haya novelas basadas en películas. En la versión cinematográfica de «El tercer hombre» destaca sobre todos los demás personajes el de Harry Lime, interpretado en plena vena genial por Orson Welles. Welles fue toda su vida un irreprochable y valeroso liberal norteamericano, pero también un espíritu renacentista, y en la famosa escena de la noria de «El tercer hombre» se impuso el renacentista al demócrata, y Welles, al oír la palabra «democracia» que pronuncia Joseph Cotten, contesta con la famosa declaración de que las tiranías italianas de los Medici, los Sforza y los Borgia permitieron el arte de Miguel Ángel, Rafael y Leonardo, en tanto que Suiza, en quinientos años de fraternidad y democracia, sólo fue capaz de crear el reloj de cuco. Greene, en el prólogo a «El tercer hombre», se cree en la obligación de pedir disculpas por estas palabras.
La Nueva España · 21 marzo 2004