Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

«La paz del sendero»

Ramón Pérez de Ayala fue más conocido y estimado, y hoy recordado, como novelista y ensayista que como poeta. En cierto modo, se considera la poesía como algo extravagante en su obra; «extravagante» en el sentido de que se sale de la norma reconocida en la literatura ayalina. Y, no obstante, hemos de darle la razón a García Nieto cuando áfirma que Ramón Pérez de Ayala es no sólo un «poeta fundamental», sino «un profundo conocedor del fenómeno poético», señalando, a modo de ejemplo, que «siempre que habla de poesía diagnostica con precisión». Ello se debe, sin duda, a que era un buen conocedor de la poesía griega y latina, de la inglesa y de la española clásica. Hora es ya de afirmarlo sin ningún tipo de reticencia: Ramón Pérez de Ayala figura entre los escritores verdaderamente cultos que escribieron en lengua española; y no se crea que fueron demasiados. Cierto es que a veces resulta pedante, no sólo cuando exhibe conocimientos, sino en el amaneramiento, irónicamente arcaizante, de su prosa narrativa. La prosa de Pérez de Ayala, tan rebuscada, tan petulante en ocasiones, no es la más adecuada para escribir novelas: pero, liberada de excesos, queda como una excelente prosa ensayística. Para escribir ensayos es necesaria una buena prosa; para la novela son necesarias otras cosas antes que la prosa, y la prueba la encontramos en que escritores que cuidaron al máximo su prosa, como Pérez de Ayala o Gabriel Miró, o el mismo Azorín, no son buenos novelistas; en cambio, ¡qué novelista inmenso es Pío Baroja, a pesar de su prosa descuidada! (pero que no por ello deja de estar llena de encanto). De hecho, abandona la novela muy pronto, a los 45 años de edad, y reserva para el sosiego de la vejez el cultivo del ensayo. La poesía la había abandonado mucho antes, después de haber publicado tres libros, «La paz del sendero» (1904), «El sendero innumerable» (1916) y «El sendero andante» (1921), aunque alguna vez manifestó el propósito de volver a ella, ya que había planeado dedicar un libro a cada uno de los cuatro elementos, y siendo «La paz del sendero» el poema de la Tierra, y «El sendero innumerable» el del Mar, faltábanle el aire y el fuego. A estos libros hay que añadir los poemas que introducía en sus obras narrativas, a la manera de Kipling, bien como epígrafes, bien como glosas, y que incorporó a su «Poesías completas».

«La paz del sendero», que contiene poemas fechados en 1903, y publicado en 1904 con un prólogo de Rubén Darío, es un libro primerizo, un poco altanero, bastante sentimental y recorrido por una nostalgia que forzosamente ha de parecer literatura en un poeta de tan sólo 23 años. Incurre en el prosaísmo, que tanto se le reprocha, algo más que en sus poemarios posteriores, y no cabe duda de que su verso resulta algo duro. Pero también contiene cosas meritorias y hasta encantadoras, como el delicioso anacronismo de recurrir a estrofas monorrimas de cuaderna vía para componer precisamente el poema más conocido de esta colección: «Con sayal de amarguras, de la vida romero, / topé tras luenga andanza con la paz de un sendero».

Muchos años después de publicado este libro, en el prólogo a sus «Poesías completas» de Austral (1942), Pérez de Ayala cita a Wordsworth: «La poesía se origina del recuerdo de la emoción en un estado de recogimiento». Y, en gran medida, «La paz del sendero» trasmite, en sus mejores momentos, una cierta emoción recibida en «estado de recogimiento». El poeta ¡don Ramón! ha ido al campo, a la casona familiar y solariega. El que luego sería novelista urbano por excelencia se presenta a los lectores como poeta rural. Incluso se intenta trazar un personaje a la manera del Montenegro valleinclanesco; que Ayala perfila en algunos cuentos: «Espíritu recio» o «La venganza de don Cristóbal». Es de temer que el libro recoja impresiones del señorito que va al campo, pero no. El libro se ahonda. Esta «paz del sendero» es de crepúsculos y de luna, de animales domésticos, de viejos muebles casi humanos como el tocador de caoba, o el piano de teclas amarillas. Aquí está «la triste Asturias, la bóveda plomiza, / parece que nos muestra a Dios hecho ceniza». Y la colegiala que regresa y encuentra que «todo esto es muy chiquito», como al comienzo de «Pepita Jiménez». Y la soma de Ayala: «¿Conoces al señor don Miguel de Unamuno? / —Unamu... Unamu... Don Ramón, no me suena./ ¿Es de la Pola?». El poeta celebra la naturaleza («El poema de tu voz») y la vida en el campo («Coloquios»). Hubiera llegado a ser un gran poeta Ayala, ya que llegó a saber que, en poesía, sólo valen los temas eternos: Dios, Amor, Muerte. Yo añadiría Tiempo.

La Nueva España · 16 mayo 2004