Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

El cantar de los cantares

Hay algo misterioso en El cantar de los cantares, y uno de sus misterios hondos es que haya prevalecido en una recopilación en apariencia austera, como la Biblia. Y escribo «en apariencia», porque la austeridad no es la norma de nuestro libro sagrado, y así tenemos, entre otros, el Libro de Ester, en el que, según Ernst Jünger, «se mantiene todavía en plena floración el exuberante mundo de Herodoto; así, por ejemplo, en el primer capítulo, cuando habla del convite de varios meses que se celebra en el palacio que tiene en Susa el rey Asuero, el que domina ciento veinticinco provincias, desde la India a Egipto». En El cantar de los cantares se mantiene este lujo oriental. Entre ambos libros, El cantar de los cantares y el de Ester, existe cierta subterránea relación y de género que va más allá del ambiente recargado. En Ester, cada una de las mujeres debía ser preparada durante un año antes de presentarse ante el rey, «pues así se cumplía el tiempo de sus atavíos, esto es, seis meses con óleo de mirra y seis meses con perfumes aromáticos y afeites de mujeres». Judit, cuando decide ir contra Holofemes, «se quitó el áspero sayal que llevaba puesto, se despojó de sus vestidos de viuda, se bañó y se perfumó, se peinó, se ciñó la cabeza con turbante y se adornó con los vestidos de fiesta que solía ponerse cuando vivía su esposo Manasés. Se calzó las sandalias, se cubrió de collares, ajorcas, anillos, pendientes, de todas sus joyas». La mujer, según Zaratustra, es el reposo del guerrero, y todo lo demás es locura: por lo tanto, ha de estar presentable. En El cantar de los cantares, la mujer ha llegado al esposo. Se trata de un epitalamio o canto de bodas. En Ester se refiere cómo Ester, una judía, hija del pueblo esclavizado, llega a ser la reina de Asuero. Se trata de un cuento de hadas, como lo son todos los de plebeyos que atraen la atención del príncipe, aunque, en este caso, la historia se refiere con evidente intencionalidad política.

Yo no dudo de que El cantar de los cantares sea el más bello epitalamio jamás escrito; y el más bello de la literatura española, si nos atenemos a la admirable versión de fray Luis de León. Escribe fray Luis en el prólogo: «Ninguna cosa es más propia a Dios que el amor, ni al amor hay cosa más natural que volver al que ama en las mismas condiciones y genio del que es amado; de lo uno y lo otro tenemos claras experiencias». Pero el amor que se expresa en este caso puede ser perfectamente profano. Con equidad escribe Manuel Revuelta, en La Santa Biblia, bajo la dirección de Evaristo Martín Nieto: «Siempre ha extrañado que esté en la Biblia el llamado Cantar de los Cantares, que a primera vista no parece ser sino un bello poema erótico profano, al estilo de los antiguos cantares árabes, con expresiones extravagantes, comparaciones incongruas y la total ausencia del nombre de Dios». Al margen de la interpretación habitual, en la que se señala que la Esposa es la Iglesia, y el Esposo, Cristo, el poema es de una excepcional carnalidad, que fray Luis no rehúye en su traducción. En este sentido, El cantar de los cantares resulta ser una joya un tanto extraña en el conjunto de la obra poética de fray Luis de León, poeta que habitualmente no acude a las imágenes, siendo, al entender de Azorín, esa limpieza y esa sequedad lo que constituye la esencia de su poesía.

Pero la contención clásica de su verso se enriquece aquí con exuberancia y colorido orientales. Verso tras verso van apareciendo maravillas, luminosas y plásticas: «El ganado apacienta entre mil flores» y se suceden las comparaciones: «Tu cabello parece a las manadas / de cabras que de Galaad salen pintadas»; «una manada, linda mía, de ovejas / me han tus hermosos dientes parecido». La abundancia es digna de la corte de Asuero: «Sesenta reinas todas coronadas / y ochenta concubinas me servían, / las doncellas no pueden ser contadas, / que número ni cuento no tenían». Y la esposa tiene prisa: «Carros de Aminabad muy presurosos / los mis ligeros pasos parecían»; y elogian las compañeras: «Cuán bellos son tus pasos y el tu andar, / los tus graciosos pies y ese calzado».

Bello, asimismo, es el magnífico libro en que Manuel Moleiro publica este Cantar, obra de Javier Alcains: todo un prodigio de color, de tratamiento de los espacios, que resaltan la calidad del papel; de estilización de las figuras, de imaginación fogosa. El hermoso texto de fray Luis, hermosamente ilustrado, más oriental y lujoso que nunca.

La Nueva España · 8 junio 2004