Ignacio Gracia Noriega
Nathaniel Hawthorne
La literatura norteamericana del siglo XIX es épica, con dos importantes excepciones: Nathaniel Hawthorne y Edgar Allan Poe. Se trata de una literatura de descubridores. James Fenimore Cooper, ese Walter Scott del otro lado del Atlántico, descubre los bosques, los cielos altos, los grandes espacios abiertos y también el mar; William H. Prescott descubre la Historia (Dostoievski le comparaba con Homero) y Washington Irving la Historia y la Fábula, el exotismo y el costumbrismo; Henry W. Longfellow, el paraíso amenazado; Henry David Thoreau, la rebeldía y el refugio en la naturaleza (algo parecido a lo que, un siglo más tarde, Ernts Jünger denominaría «la emboscadura»); Herman Melville, el Mar y el Mal (no es el primero que lo hace: también Shakespeare y Stevenson contemplaron al mar con estremecimiento, aunque la gran metáfora de Melville posee mayor fuerza); Mark Twain consolida el costumbrismo norteamericano, y traslada a Charles Dickens a los grandes ríos y a las nuevas tierras; y Walt Whitman descubre la ciudad. En rigor, la ciudad también la descubrieron otros, por la misma época: Poe, en Norteamérica, y Charles Baudelaire y R. L. Stevenson, en Europa. Pero la ciudad de Whitman es algo más que calles ocupadas por multitudes e iluminadas por mecheros de gas, porque la ciudad es el Mundo. En Hawthorne y Poe también aparecen elementos épicos: el bosque de los aquelarres, en el primero, y la imponente alucinación blanca, en el segundo, al final de «Las aventuras de Arthur Gordon Pym».
Poe y Hawthorne son dos maestros del relato de terror. Pero el tratamiento del terror en Hawthorne es muy diferente del de Poe. El terror de Hawthorne es de hondas raíces religiosas, sus temas obsesivos son la culpa y la expiación (en la novela «La letra escarlata» y en el cuento «El velo negro»), mientras que en Poe, aunque en algunas ocasiones hay remordimiento y en otras no (no lo hay en «El barril de amontillado»), ese remordimiento, por ejemplo, en «El corazón delator», es de índole civil o, si se quiere, miedo a la policía. Un antepasado de Hawthorne fue de los jueces que mandaron encender las hogueras de Salem, en el siglo XVII, y tal abominación, hecha en nombre de la fe, pesó sobre el descendiente. La literatura de Hawthorne es tenebrosa (como lo será, en el siglo XX, la del novelista norteamericano Julien Green, también obsesionado por la culpa, desde un punto de vista católico), y no expresa dudas, sino certezas: pero tales certezas no resultan en modo alguno estimulantes. Un crimen cometido por otro repercute en toda la comunidad, y la expiación continúa más allá de la muerte, como sucede en «El velo negro» o en «El joven Goodman Brown», cuyo epitafio no fue esperanzado, porque su muerte había sido sombría. Un fondo de bosques impenetrables, más allá de los cuales se encuentran lo desconocido o el horror (esos hechiceros indios que preludian lo que se sugiere en «El corazón de las tinieblas», de Conrad, o, sencillamente, el macabro Olimpo de Howard P. Lovecraft), contribuye a crear una atmósfera viciada. Hawthorne, espíritu religioso, no da el gran paso de identificar la religión con el Mal, pero lo sugiere; la Naturaleza es el Mal, en «La hija de Rapazzini», o en «Ethan Brand». En Hawthorne, perteneciente a una antigua familia de Nueva Inglaterra, están muy presentes los primeros escritores norteamericanos, el sentido fundacional de William Bradford o el puritanismo de Jonathan Edwards y de Cottont Mather, el autor de «Magnalia», a quien Hawthorne presenta como personaje de rasgos diabólicos en uno de sus relatos.
Nathaniel Hawthorne nació en Salem el 4 de julio de 1804. Fue amigo de Longfellow, Emerson, Franklin Pierce y Herman Melville. Empleado de Aduanas, vivió en Concord, cerca de Emerson, viajó por Europa y, al ser elegido su amigo Franklin Pierce presidente de los EE UU, recibió el nombramiento de cónsul en Liverpool, en el año 1857. Murió en 1864. Escribió varias novelas, entre las que destacan «La letra escarlata y «La casa de las siete torres, y espléndidos cuentos. «Wakefield antecede a «Bartleby, el escribiente, de Melville, y con él se inicia una parte muy importante de la literatura moderna. Hawthorne, junto a su vecino y amigo Melville, es el gran novelista norteamericano del siglo XIX, y el mayor novelista norteamericano de todos los tiempos, con Melville, Henry James y William Faulkner.
La Nueva España · 13 julio 2004