Ignacio Gracia Noriega
Un centenario barojiano
«La lucha por la vida», la trilogía de Baroja sobre el hampa de Madrid compuesta por «La busca», «Mala hierba» y «Aurora roja», cumple los cien años como si hubiera sido escrita ayer. Y más moderna, sin duda, que muchos libros de los hoy de moda y considerados como el colmo de la modernidad. Incluso es posible que algún editor «políticamente correcto» tuviera reparos, si no se tratara de un clásico, de publicar a estas alturas un texto tan agrio, tan violento, tan lúcido y a la vez sin concesiones. Algunos objetarán, incluso, que ese Madrid descrito por Baroja ya está muy «visto y leído»; pero no olvidemos que ese mundo de «bajos fondos» procede de esta trilogía, y todas las versiones posteriores, aunque se hayan hecho con talento (citemos las mejores: las de Gutiérrez Solana, Ramón Gómez de la Serna, o «La forja», de Arturo Barca), tal vez no habrían sido posibles si Baroja no hubiera dirigido su mirada al Madrid del suburbio y, desde luego, si no hubiera sido propietario de una panadería, lo que le puso en contacto con representaciones muy extremosas del subproletariado urbano. Tentado por el submundo madrileño, bien por curiosidad o por necesidad (más de una vez tuvo que entrar en tabernas inconcebibles para ir a buscar a algún panadero borracho), Baroja vio cosas que no fue capaz de ver ningún otro escritor de su época. El propio Baroja creyó, al escribir su trilogía, que estaba trasladando al submundo madrileño los «misterios de París» de Sué o de Ponson du Terrail. Naturalmente, estaba equivocado. Según él mismo confiesa, «antecedentes de este tipo de literatura los había y los hay en muchas partes: en la novela picaresca española, en Dickens, en los rusos y en la novela folletinesca francesa de los "bas fonds", que tiene su obra maestra, si no desde un punto de vista literario desde un punto de vista social y popular, en los "Misterios de París", de Eugenio Sué». Ahora bien, «La lucha por la vida» no es Sué, pero tampoco es «La horda», de Blasco Ibáñez, por lo que Baroja protesta, con razón: «Si en literatura el rapto debe ir seguido del asesinato para ser legítimo, aquí hubo una ligera sospecha de rapto, pero no de asesinato, y eso que mis libros tenían una salud precaria y no necesitaban mucho para morirse». A Baroja, que tan poca importancia parece concederle a sus obras, no le gustaría que le hubiera imitado Blasco Ibáñez. Seguramente le habría parecido bien ganar tanto dinero como Blasco por sus novelas; pero en lo que se refiere a que el valenciano se comparara con el, !hasta ahí podríamos llegar!
Baroja es el mayor novelista español del siglo XX. Podría haber sido el mejor novelista español después de Cervantes de no haber existido Pérez Galdós; porque don Benito es mucho don Benito, y ante él hay que quitarse el sombrero. Pero no hay ningún otro novelista de lengua española, incluida la tropa hispanoamericana, que se aproxime, ni de lejos, a este trío. «Pío Baroja ha ido haciendo de la novela, como todos los grandes novelistas, lo que la novela en realidad es, es decir, Historia», afirma Corpus Barga, y es verdad: no sólo porque haya escrito novelas históricas, sino porque las que no lo son de propósito se integran en la Historia, del mismo modo que las novelas de Faulkner pueden integrarse en el libro. El Madrid de «La lucha por la vida» no sólo es historia sino que forma parte de la Historia, porque Baroja lo ha visto y lo ha descrito, y de no haber sido por él, hoy no existiría. Se trata de un documento social implacable, pese a que, como advierte Julio Caro Baroja, su tío «tenía poca fe en los programas políticos y menos en los de tipo científico concreto». Su antipatía hacia el socialismo se manifiesta en estas páginas, aunque no por ser antisocialista deja de denunciar una situación social cruel, con mayor eficacia que otros escritores societarios y comprometidos. Roberto Hastings, medio inglés, medio español, es el personaje batojiano, hombre de acción, aventurero, materialista y romántico, que no cree en la fraternidad y sabe que la vida es lucha. En cambio, Manuel, el protagonista, es más bien un testigo que aspira a salir de un pozo horrible convirtiéndose en algo parecido a un burgués. Nunca confió Baroja en determinada clase, más no por eso el telón de fondo pierde vigor; más bien lo gana, pues se trata de un cuadro imparcial y poderoso (aunque Baroja lo compare a una «fotografía retocada»). Y aunque ve a sus personajes desde afuera, se conmueve ante una mendiga o se indigna por la miseria de un niño.
La Nueva España · 14 septiembre 2004