Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Los caminos de Jovellanos

Jovellanos recorrió la mayor parte de Asturias, dejó constancia de sus recorridos en sus diarios y en las cartas a Ponz, y puede decirse, sin exageración alguna, que ningún otro viajero español viajó por su tierra natal con tanta dedicación, con tanta atención, con ánimo a la vez tan fervoroso y constructivo. Decía Unamuno -y no es la primera vez que lo repito- que el requisito principal para amar una tierra, un país, es conocerlo, y se le conoce recorriéndolo, entrando en sus aldeas y villas, cruzando sus ríos y montañas, deteniéndose ante sus obras de arte o ante la belleza de su paisaje. En una palabra: se conoce a la propia tierra pisándola.

Jovellanos recorrió Asturias, ante todo, como asturiano. También lo hizo como ingeniero, como economista, como arqueólogo, como experto en arte. Entendía que el problema principal de Asturias era su aislamiento, entre montañas y un mar encrespado. Por ello buscó salidas a Castilla y al mar. Su punto de partida y de regreso era Gijón. Viaja por la Asturias central, a Pajares, a Avilés, a Pravia; por la occidental a Salas, a Tineo, a Cangas del Narcea; y por la oriental, a Llanes y a Covadonga. En su «Diario» anota lo que le sucede y lo que observa; señala el pésimo estado de los caminos, que las más de las veces ni ese nombre merecen, y el de las posadas, que están a la altura de los caminos, o son peores. Por ejemplo, comenta acerca de la posada en la que posó en Llanes: «Mala, pésima, pulgas, humo». Para viajar en aquella época era preciso armarse de mucho valor, de mucha paciencia y disponer de mucho tiempo. No se podía tener prisa; y aun así, hombres como Jovellanos eran capaces de hacer, ellos solos, mucho más que una legión de ejecutivos modernos y frenéticos, armados de ordenadores y teléfonos móviles y viajando constantemente de aeropuerto en aeropuerto, en veloces aviones y en otros aparatos igualmente supersónicos.

Los viajes de Jovellanos referidos en las cartas a Ponz abarcan la Asturias central, desde León a Gijón por Pajares, con etapa en Oviedo para visitar la Catedral y otros monumentos, y una desviación a Occidente para ocuparse de los vaqueiros de alzada, a quienes dedica la carta novena. Antonio Ponz, erudito ilustrado, había comenzado la redacción de su monumental «Viaje de España», obra con la que pretendía hacer un recuento de los monumentos artísticos españoles, pero prestando atención también a la industria, la agricultura, la minería, el comercio de la lana. Para ello contó con corresponsales como Jovellanos, que, en diez cartas, le envió tina síntesis de la región. No figura Asturias en el «viaje» de Ponz, pero disponemos en compensación de las cartas de Jovellanos, de auténtico y permanente interés.

En otro orden de cosas, las comunicaciones fueron el gran problema que se planteba Jovellanos, en relación principalmente con las explotaciones carboníferas. Jovellanos, en contra de la opinión del ingeniero Fernando Casado de Torres, que prefería un camino fluvial, Nalón abajo, hasta San Esteban de Pravia, preveía una carretera carbonera desde el valle de Langreo hasta el puerto marítimo de Gijón.

También le preocupó la salida a Castilla, ya que el aislamiento de Asturias es su mayor daño. «Situada en el extreino septentrional del reino y confinada entre la más brava y menos frecuentada de sus costas y una cordillera de montañas inaccesibles, sabe usted que los españoles nacidos en la otra banda tienen de ella poco más o menos la misma idea que de Laponia o la Siberia, y que juzgándola por los miserables que la abandonan, y que de ordinario no son otra cosa que la redundancia de su población, la tienen por región miserable y estéril, o por una cruel madrastra que no pudiendo alimentar a sus hijos, los emancipa y echa de sí para que vayan a servir en los más ruines ministerios a los moradores de otras provincias», le escribe a Ponz.

Atraviesa Jovellanos el puerto de Pajares, deteniéndose en la abadía de Santa María de Arbás del Puerto, en el límite entre Asturias y León, pero en territorio leonés, y, según anota, «después se baja al lugar de Pajares, venciendo la molestia del puerto a que da su nombre, el cual, aunque harto áspero y desacomodado por la incuria con que se ha mirado hasta ahora su importante camino, es, sin embargo, el más franco y suave de todo el Principado».

También se acerca al Camino Real de la Mesa, «sin duda llamada así por alusión, pues es una grande y tendida llanura entre dos altos», añadiendo que el vulgo dice que «allí comió Pelayo y juró no dejar moro vivo en Asturias». El paisaje es quebrado, de imponente belleza. Muy abajo, en el valle, donde el río Quirós, más adelante llamado. río Trubia, desemboca en el río Nalón, se levanta el primer horno alto de Asturias, en 1794, obra de Casado de Torres. Esta era, a grandes rasgos, la Asturias de Jovellanos: arriba, en las montañas, era preciso abrir caminos; abajo, en el valle, veía las explotaciones mineras, las factorías, la industria transformadora. El problema de las comunicaciones no se resuelve a su debido tiempo, y aquel tiempo perdido, casi medio siglo, es el que pesa sobre Asturias como una losa. A finales del siglo XVIII, los mejores asturianos soñaban con hacer de Asturias una Inglaterra a escala reducida. Como hombre práctico que era, Jovellanos miraba más hacia la eficiente Inglaterra que hacia la Francia revolucionaria. Uno de sus fracasos fue que el español ilustrado nunca se resignó a dejar de ser afrancesado.

La Nueva España · 5 noviembre 2004