Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

«Peter Camenzind»

Peter Camenzind» es la segunda novela de Hermann Hesse (1877-1962), publicada en 1904, hace ahora la friolera de cien años, y aunque previamente había publicado otro libro narrativo, «Hermann Lauscher», en 1901, y algunas tentativas poéticas, son «Peter Camenzind» y «Bajo la rueda» (1905) las obras que le dan a conocer al público alemán. Hesse había nacido en Kalw, en el ducado de Württemberg, durante el verano de 1877; pero, cansado de ser alemán, se hizo súbdito de Suiza, cuya brava naturaleza de alta montaña tan presente está en las páginas de «Peter Camenzind» (de hecho, la aldea de Nimikon, en la que nació el protagonista de la novela, me recuerda a Camarmeña). Hesse era pacifista, lo que no fue inconveniente para que un volumen de leyendas medievales adaptadas por él formara parte del macuto de los soldados alemanes de la Gran Guerra. Su actitud personal y política y su calidad literaria estaban tan fuera de duda que en 1946, recién terminada la II Guerra Mundial, fue galardonado con el premio Nobel de Literatura: ni más ni menos que un escritor en la lengua de los vencidos.

Ser pacifista significa acatar una utopía. En el mundo occidental, generalizando, el pacifismo procede de Karl Marx o de San Francisco de Asís. Los cofrades del marxismo en realidad son militantes en favor de uno de los bandos en pugna, en los tiempos recientes por antinorteamericanismo, por antioccidentalismo o por quitarle la poltrona a Aznar, o bien por las tres cosas. En cambio, Hesse (cuyo Peter Camenzind es un enamorado del santo de Asís, cuya biografía Peter Camenzind se propuso escribir en la ficción y que Hesse escribió en la realidad) creía que la paz no era posible, pero sí deseable. Verdaderamente, Hesse es un utopista escéptico, que cree en el progreso, pero sólo dentro de un tiempo interior, y entiende que los altos ideales de Joseph Knecht, el protagonista de «El juego de los abalorios», se desmoronen al contacto con la vida cotidiana.

La obra de Hesse es bien conocida en España, donde fue un autor de éxito, e incluso de mucho éxito, cuando se supuso que algunas de sus obras, como «Siddharta» y «Viaje a Oriente», podían ser un atajo del estamento «hippie» hacia el budismo. Pero Hesse no preveía a los «hippies» (¿cómo iba a prever tal descomposición y un nihilismo tan cutre, por muy pesimista que fuera?), sino que procedía de Arthur Schopenhauer, con lo que sus intereses venían de otros caminos. Entre los escritores del Norte (pienso en este momento en el danés Karl Gjellarup, ese premio Nobel, junto con Henryk Pontoppidan, de quienes todo el mundo asegura no haber leído), existe una curiosidad hacia el budismo debido a que disfrutan de una cierta tendencia a la abstracción; mas en lugares donde está tendencia no existe, como, por ejemplo, en España, los «hippies» se cansaron pronto del budismo y se dedicaron a fumar hierba y a ponerse flores donde les cupieran.

Hesse publica en 1919, recién acaba la Gran Guerra, «Demien», una de sus obras fundamentales, y acaso la más demoníaca. Poco después publica «El último verano de Klingsor», novela en la que vuelve a tratar, como en «Peter Camenzind», el conflicto entre el artista individualista y la sociedad, en la que no consigue integrarse del todo. «El lobo estepario» (1927) es novela de un individualismo y un pesimismo sombríos, en tanto que en «Narciso y Golmundo» (1930) nos traslada a una Edad Media perfilada y poética, como de cuadro de Fray Angélico: la Edad Media que le encantaba a Chesterton. Anteriormente, y después de un viaje a Asia, regresa impresionado por las culturas de la India, aunque reconociendo que tales conocimientos y religiosos no son aplicables a la vieja cultura europea. Publica entonces «Siddharta», en 1922, y «Viaje a Oriente», que no es, pese al título, el relato de su viaje por Oriente, sino el de un viaje iniciático. En 1943, en fin, aparece en Suiza, mientras se combate en el resto de Europa, una de las grandes novelas del siglo XX, «El juego de los abalorios», extensa reflexión sobre la propia cultura, sobre ese «juego de los abalorios», hecho de música, matemáticas y del conocimiento más escogido. Tan sólo otra novela puede colocarse a su altura, por su ambición totalizadora de la cultura, por su concepción casi épica del conocimiento: «Doctor Faustus», de Thomas Mann.

«Hermann Lauscher», «Peter Camenzind» y «Bajo la rueda» fueron tres novelas muy leídas hace medio siglo entre jóvenes. Por entonces era fácil leer a autores como Hesse y a otros grandes autores a precios asequibles (mi ejemplar de «Peter Camenzind» de aquellos años costaba quince pesetas). Hoy sólo se lee a los hispanoamericanos de turno y a falsos cosmopolitas carpetovetónicos. En «Hermann Lauscher» había un aroma a Hoffmann que a mí me encantaba, aunque los críticos consideraban superior a «Peter Camenzind». Hoy ésta no sería novela «políticamente correcta»: se bebe mucho vino, se practica la caridad, dos jóvenes son amigos sin asomo de homosexualismo y se exalta a San Francisco de Asís, la naturaleza en estado puro y la libertad de los espacios abiertos y de las grandes montañas. Cosas todas ellas ajenas a la literatura moderna, tan enfermiza y pedante. Calculo que los jóvenes de hoy sacarían provecho leyendo a Hesse, un escritor a quien se leía cuando yo estaba en el colegio, pero que, en la Universidad, dejó de leerse.

La Nueva España · 4 de enero de 2005