Ignacio Gracia Noriega
Alonso de Quintanilla,
servidor de la reina
Resulta un poco sorprendente que nadie se acordara de Alonso de Quintanilla con motivo del aniversario de la muerte de Isabel la Católica, hasta que mi colega Carmen Ruiz-Tilve, cronista oficial de Oviedo, le dedicó un artículo en LA NUEVA ESPAÑA haciendo repaso de las calles de Oviedo. Porque Quintanilla fue, sin duda, el asturiano más destacado de su tiempo, pese a que le extrañara a Antonio de Nebrija que se pudiera llegar tan alto, siendo hijo de la «patria oscura de Asturias». Asturias, a finales del siglo XV y comienzos del XVI, ni siquiera era la «Siberia de España», como llegaría a ser denominada más tarde, y por milagro no figuraba en los mapas, en el lugar de Asturias, la inscripción de «aquí leones». Leones, ciertamente, no los había, pero sí osos, que ahora están al borde de la extinción. En la Asturias de ahora no hay leones heráldicos y metafóricos, ni osos apenas, ni mucho menos hombres de la talla de Alonso de Quintanilla, que era un hombre político con enorme sentido de Estado y uno de los asturianos con mayor peso en la corte de toda la historia de Asturias y de España. Ahora los asturianos, después de la defenestración de Álvarez-Cascos, no pintan nada en la corte o, si se prefiere, en la «capital del Estado de las autonomías, según mandato constitucional» (que, pese a tanta autonomía como hay, sigue siendo la Corte donde se continúa cortando y cociendo el bacalao). Evidentemente hubo bastantes asturianos de gran influencia y poder políticos; algunos incluso ocuparon los cargos más altos. Al que haya llegado al más alto le iguala Alonso de Quintanilla, que fue en una pieza hombre de gobierno y de espada, hacendista y estadista, político realista y hombre visionario. Porque era realista precisamente apoyó un proyecto que parecía fantasmagórico, el de Cristóbal Colón de llegar a las Indias por Poniente. Y no eran los días en que Colón fue con su propuesta a los Reyes Católicos, tiempos en los que don Alonso estuviera desocupado. Se estaba a punto de conquistar Granada y el asturiano ya tenía madurado su proyecto de organizar un Ejército permanente, fundamentado en la Santa Hermandad.
Alonso de Quintanilla, contador mayor de las Cuentas de los Reyes Católicos, nació en Paderni, en familia de labradores acomodados, hacia el año 1420. «Honra y prez de su patria –según el P. Carvallo– fue el primero que levantó bandera para poner remedio en la reformación de España, inventando el oficio, y magistrado de la Santa Hermandad, que son unas compañías y cuadrillas que hacen los pueblos para reprimir los robos y tiranías del reino, y como dice Mariana, el inventor de este concejo saludable fue nuestro Alonso de Quintanilla...», pues por entonces «toda la tierra estaba llena de terror y de hombres facinerosos, de manera que ningún hombre honrado podía estar seguro». Para que hubiera seguridad en los caminos de España tuvo Quintanilla que abandonar Asturias con veinte años de su edad, trasladándose a Valladolid, entonces capital y corte de España, hacia 1440, como doncel de Juan II; posteriormente fue preceptor del futuro Enrique IV y secretario del marqués de Villena: no es de extrañar que Nebrija se extrañase de las buenas facultades del asturiano. Enrique IV le nombra regidor de Medina del Campo y dos años más tarde ocupa el cargo de Contador de Acostamientos. Aquí empieza Quintanilla a sentirse seguro y en su salsa, pues lo suyo eran la administración y el tesoro público, aunque haya desarrollado asimismo otras actividades. En 1467 se le concede fundar, dirigir y administrar una fábrica de moneda en Medina del Campo, y en septiembre de 1469 pasa al servicio de doña Isabel como contador mayor. Lo que no fue inconveniente para que también se le encomendaran misiones diplomáticos, o de gobierno, después del sometimiento del reino de Navarra. Y dado que, como dice Clausewicz, la guerra es la continuación de la política por otros medios, conquistó la villa de Arévalo, financió parte de la conquista de Canarias de su bolsillo y participó en la toma de Granada. En 1467 instituye la Santa Hermandad, para poner en su sitio a bandoleros y demás facinerosos que actuaban libremente por los caminos de España. Fue la época de Quintanilla una época grande. Se expulsó a los moros. Colón se disponía a descubrir América, Nebrija escribía la «Gramática de la lengua castellana» y Quintanilla ponía en orden la hacienda pública e intuía la Guardia Civil. Fue, como afirma Juan Uría Maqua, uno de los artífices de la grandeza de España en aquellos tiempos. Murió en el año 1500, en Medina del Campo.
La Nueva España · 12 de enero de 2005