Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Escritores cervantistas

Se aproxima un nuevo centenario de la publicación de la primera parte de «El Quijote», ese libro singular con el que nace la novela moderna, y no parece probable que, en esta ocasión, tenga que intervenir la Asociación General del Arte de Imprimir como lo hizo con motivo del 23 de abril de 1916, tercer centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, llamándole la atención a los cervantistas profesionales por su inactividad e indiferencia ante la efeméride. Quien más, quien menos, las instituciones se van preparando para el aniversario, y, sin ir más lejos, el Ateneo Jovellanos de Gijón ya está organizando un ciclo de conferencias sobre «El Quijote» para el otoño. Que todo sea para bien, y lo mejor sería, sin duda alguna, que los lectores actuales le perdieran el miedo a «El Quijote» y, en general, a nuestros clásicos. Pues «El Quijote» es un libro divertidísimo y una excelente novela de aventuras, muy superior, en todos los aspectos, incluido el del entretenimiento, a cualquier libro de moda y de mayor venta, a las obras de los consabidos Ken Follet, Alberto Vázquez Figueroa o Antonio Gala. Ciertamente, durante el tiempo que llevamos de segunda restauración borbónica, se ha promocionado muchísimo a autores españoles: pero a todos de la misma cuerda. Promocionar a Muñoz Molina o a Alonso Millás es como promocionar nada. Habría que promocionar a Cervantes, a Quevedo, a Calderón de la Barca, a Fray Luis de Granada, a Saavedra Fajardo, a Bances Candamo (cuyo tercer centenario me parece que se le olvidó a mi dilecto concejal de Cultura de Avilés), a Jovellanos, para que la gente no acabe creyendo que leer libros es una pérdida de tiempo. Si con motivo de la publicación de la primera parte de «El Quijote» algunos españoles se animaran a leer el libro, podría decirse que el aniversario no ha transcurrido en vano. Vamos a recordar, con este motivo, a algunos escritores asturianos que tuvieron en cuenta la novela de Cervantes para escribir las suyas. A lo largo del siglo XVIII «El Quijote» fue más apreciado e imitado en Inglaterra que en la propia España. Smollet y Lawrence Sterne jamás ocultaron lo mucho que le debieron a Cervantes, y Henry Fielding proclama en el título de su «Joseph Andrews» que se trata de una novela escrita a la manera de «El Quijote». A finales del siglo XVIII, el clérigo asturiano, de Villaviciosa, Alonso Bernardo Rivero y Larrea publica una novela en dos tomos, «Historia fabulosa del distinguido caballero don Pelayo, infanzón de la Vega, Quijote de la Cantabria», en la que el protagonista sale también al mundo en compañía de un criado, Mateo de Palacio, especie de Sancho Panza, pero asturiano. Don Pelayo y Mateo viajan no por La Mancha, sino por el Norte, hacia la Montaña, pues el caballero regresa al solar de sus mayores. En el habla rústica y disparatada de Mateo de Palacio se aprecian balbuceos del bable. Jovellanos juzgó esta novela con excesiva dureza. Más justicia le hace Cotarelo Mori en «Imitaciones castellanas de El Quijote», señalando que Rivero y Larrea es «el único, entre los imitadores de Cervantes, que supo crear un tipo a la vez ridículo y simpático». Añado, por mi cuenta, que es una novela que se lee con agrado, aunque, es natural, quede muy por debajo del libro cervantino.

Juan Francisco Siñériz y Trelles (1778-1857), natural de El Sueiro, en El Franco, publica en 1836 una novela en cuatro tomos titulada «El Quijote del siglo XVIII o historia de la vida y hechos, aventuras y hazañas de Mr. Le Grand, héroe filósofo moderno, caballero andante, prevaricador y reformador de todo el género humano», obra que conoció varias ediciones y fue traducida al francés, recibiendo en la edición de Barcelona de 1841 el título de «El Quijote de la revolución». En un próximo artículo sobre Siñériz me referiré más extensamente a ella.

El humorista ovetense Atanasio Rivero es autor del cuento «Pollinería andante», cuyo protagonista es Sancho Panza, caballero en una borrica, pero, sobre todo, se hizo famoso con «El crimen de Avellaneda», publicado en 1916, donde afirma que el seudónimo de Avellaneda encubría a Gabriel Leonardo Albión y Argensola, quien escribió el falso «Quijote» en colaboración con Mira de Amescua. También divulgó Rivero la superchería de que «El Quijote» estaba escrito con doble sentido y él había descifrado el texto oculto por un procedimiento matemático. Hasta el propio Rodríguez Marín estuvo a punto de «picar». Constantino Suárez se refiere a esta superchería, le habría encantado conocer a Atanasio Rivero, alegre e intrépido mixtificador.

La Nueva España · 19 de enero de 2005