Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Don Quijote y el licenciado Vidriera

Si Cervantes no hubiera escrito el Quijote, habría sido uno de los más extraordinarios y sorprendentes escritores de toda época; mas el frondoso y exuberante árbol quijotesco impide ver el resto del bosque. ¿Qué se podría decir del creador del teatro épico en Numancia, del antecedente de las fantasías de espada y brujería en Los trabajos de Persiles y Segismunda, del autor de El licenciado Vidriera, esa novela tan peculiar y, a la vez, tan complementaria y distinta del Quijote? Pues Vidriera tiene más que ver de lo que pudiera suponerse con don Quijote, siquiera sea porque ambas novelas tratan de dos locos. El distinto tratamiento de Vidriera y don Quijote da pie a los comentarios que siguen. Cervantes sabía que no hay dos locos iguales y que, por ello, Quijote y Vidriera eran locos distintos, y, en el fondo, ambos estaban cuerdos.

Miguel de Cervantes crea dos tipos de locos formidables, en una época en la que todavía no se aprovechaban las patologías como asunto literario. Don Quijote es el loco que cree estar viviendo en un mundo distinto de aquél en el que vive, en un Inundo de caballeros andantes, castillos encantados y damas a las que ha de rescatar de algún mago. Si se produce conflicto entre el mundo ilusorio de don Quijote y lo que damos en denominar «mundo real» por el que transita, para don Quijote no tiene la menor importancia, ni le desalienta ni le torna a la realidad, pues si los molinos de viento le dan voltereta y revolcón, él lo toma por accidente normal de su oficio, pues sabe a qué se arriesga quien se enfrenta a gigantes de fuertes brazos. En cambio, Vidriera no puede permitirse caer al suelo, pues siendo de cristal, corre el riesgo de quebrarse. Don Quijote se tiene por un caballero andante común y corriente, que vive las aventuras que son de esperar en un mundo de magos y castillos, aunque este mundo a veces aparece bajo formas algo raras, porque hay magos tan poderosos que son capaces de convertir por arte de encantamiento un castillo en un mesón, y una blanca y gentil doncella en la poco agraciada Maritomes, asturiana de cuello corto. Así, el mundo mágico de la caballería andante no representa para don Quijote nada extraordinario: es el mundo normal en el que ha optado vivir.

En cambio, Vidriera entiende que el mundo exterior no ha cambiado lo más mínimo, sino que quien cambió fue él, que antes era de carne y huesos, y ahora es de vidrio. «Imaginóse el desdichado que era todo hecho de vidrio, y con esta imaginación, cuando alguno se llegaba a él, daba terribles voces pidiendo y suplicando con palabras y razones concertadas que no se le acercase, porque le quebrarían; que real y verdaderamente él no era como los otros hombres; que todo era de vidrio, de pies a cabeza».

El mundo exterior, que para don Quijote no representa ninguna amenaza (o, si se prefiere, es el escenario en el que se desarrollan las aventuras que busca todo caballero andante que se precie), supone para Vidriera una amenaza terrorífica. A don Quijote, del exterior le ha de venir la gloria, y a Vidriera, la destrucción y la muerte. Por ello, cuando camina por una ciudad o villa, lo hace por el medio de la calle. En el campo abierto estaba más seguro que entre casas, y entre pajas mejor que sin otra protección. Todos los objetos, incluso los de uso común e imprescindible, habían de ser considerados teniendo en cuenta el daño que pudieran causarle, por lo que, del mismo modo que don Quijote juzga imprescindible vestirse de caballero antes de salir a los caminos, Vidriera, siendo de vidrio, tuvo que cambiar también de vestimenta, por lo que «pidió le diesen alguna funda donde pusiese aquel vaso quebradizo de su cuerpo, porque al vestirse algún vestido estrecho no se quebrase, y así le dieron una ropa parda y una camisa muy ancha, que él se vistió con mucho tiento y se ciñó con una cuerda de algodón, No quiso calzarse de ninguna manera...». Vidriera, de vidrio en un mundo realísimo, sufre mucho más que don Quijote, que armoniza su condición de caballero con el mundo de caballerías que ve y por el que se mueve: menos mal que no era de vidrio. La locura de Vidriera es más interiorizada que la de don Quijote, la cual es de carácter efusivo y necesita del mundo exterior para manifestarse. Ambos reaccionan de modo distinto al recuperar la razón: don Quijote muere, mientras que el que fue Vidriera, cuya vida había comenzado a eternizar por las letras, «la acabó de eternizar por las armas», siendo, hasta su muerte, un prudente y valentísimo soldado.

La Nueva España · 12 junio 2005