Ignacio Gracia Noriega
Adalbert Stifter
Adalbert Stifter (1805-1868) es un escritor austriaco, poco conocido en España, pese a que se han traducido algunos de sus cuentos maravillosos («Creta blanca» y «Cristal de roca», del conjunto «Piedras de colores», en Cátedra, en buena edición de Juan Conesa). Bien es cierto que, en su tiempo, fue también poco conocido y hubo de ser Nietzsche quien llamara la atención a los lectores de lengua alemana sobre la rara excelencia de su arte narrativo. Nacido en Oberplan, al sur de Bohemia, el 23 de octubre de 1805 (precisamente un año antes de que Austria naciera como Estado independiente), la infancia en la aldea tuvo para él una importancia decisiva. Su familia era de labradores, pero su padre, además, era tejedor y comerciante en lino. De su madre recibió buena parte del material que más tarde desarrollaría literariamente; pues de sus labios escuchó leyendas, historias de encantamientos y canciones y la lectura de la Biblia. A los 12 años, al morir su padre en un accidente, aquella etapa mágica de su vida se desvanece. Debe ayudar a su abuelo en las faenas agrícolas, pero éste, en 1828, no queriendo que el nieto reduzca su vida a la de un aldeano más, le envía a estudiar al monasterio de Kremsmünster, en el que, sorprendentemente, se adapta casi de inmediato al ambiente urbano, resultando ser un estudiante aventajado y sumamente sociable con los compañeros de estudios, de diversas procedencias geográficas y sociales. Brillante estudioso de latín, filosofía, ciencias naturales, física y arte, es a la vez un dibujante de talento, por lo que durante algún tiempo duda entre si dedicarse ala pintura o a la literatura. En Kremsmünster, que considera como «uno de los más maravillosos lugares de la tierra», descubre también los Alpes. En el año 1826 se traslada a Viena para estudiar leyes y en 1828 publica «Julios», su primera narración; con lo que su vocación se inclina, al fin, hacia la literatura, para felicidad de sus lectores. A ésta seguirán colecciones de cuentos, como «Estudios» y «Piedras de colores», y novelas cortas, como «El oquedal», «El fuerte de los necios», «El caminante del bosque» y «De los recuerdos de mi bisabuelo». En aquel tiempo, los escritores austriacos vivían bajo sospecha, por lo que Stifter se dedica preferentemente a dar clases particulares y, para su sorpresa, en 1843 el mismísimo Mettemich le reclama como profesor de Física y Matemáticas para su hijo. Esto indica que el moderado liberalismo de Stifter resulta admisible para Mettemich y, aunque opinaba que el sistema debía evolucionar hacia un nuevo orden, dentro de la razón y de la libertad, en realidad era un conservador liberal que en 1848 fue elegido como compromisario de la Asamblea Nacional de Francfort. La gran revolución que se extiende por Europa aquel año le sorprende y apena, pues estaba convencido de que el pueblo soberano era incapaz de distinguir entre libertad y demagogia. En mayo de ese año se traslada a Linz, donde se dedica al periodismo y defiende la Constitución de 1849, la cual, aunque recortaba las libertades públicas, era un mal menor en la medida que establecía los derechos fundamentales y permitía la libertad de las ciencias. A finales de 1849 es nombrado consejero escolar e inspector de Enseñanza Primaria en Oberösterreich y, a partir de entonces, la reforma de la enseñanza pasa a ocupar un lugar principal entre sus preocupaciones. Sus últimos años no fueron felices. Fracasa como educador en su propia casa y como escritor no parece despertar interés. No obstante, en 1865 recibe el título de consejero áulico con motivo de su jubilación. Aquejado por una larga e incurable enfermedad, se dio muerte a comienzos de 1868.
En su etapa final escribió dos obras muy extensas, «Veranillo de San Miguel», una novela de iniciación, a la manera de «Wilhelm Meister», de Goethe, publicada en 1857, y la novela épica «Witiko» (1865), desarrollada en Bohemia en el siglo XII y en la que un pueblo surge por la acción de un héroe. Stifter estaba capacitado para las vastas arquitecturas novelescas tanto como para las novelas cortas o los cuentos de cierta extensión. De éstos destaca el titulado «Cristal de roca», en el que dos niños se pierden en las montañas la tarde de Navidad, en media de una gran nevada. Se trata de un relato lleno de encanto, de ternura y de fuerza épica, pues los dos niños se enfrentan a la naturaleza poderosa y desatada y logran salir por su esfuerzo de la nieve y de la montaña.
La Nueva España · 14 julio 2005