Ignacio Gracia Noriega
Sir Thomas Browne
La literatura inglesa de los siglos XVI y XVII presenta analogías con la española, no sólo el teatro, en el que Shakespeare y Lope de Vega, sin ser semejantes, se comportaban respecto a su público de la misma manera: lo que importaba era entretener, y escribir con rapidez e incluso en colaboración para que el público disfrutara de novedades. También hay equivalencias entre los escritores barrocos españoles e ingleses.
La gran figura del Barroco español fue don Francisco de Quevedo, tan gran prosista como poeta. Y en Inglaterra está John Donne, asimismo gran poeta y prosista. En el caso de Browne puede hablarse «barroco sombrío», como de muchas páginas de Quevedo; un tema de Quevedo, el de la sepultura, es asimismo el asunto de un libro de Browne. La sintaxis de Browne era latina. Quevedo también acostumbraba a escribir en latín con palabras españolas.
Thomas Browne nació en la parroquia de St. Michael, en Cheapside, Londres, el 19 de octubre de 1605, hijo de un mercero que no por ello dejaba de ser caballero. Después de estudiar en Oxford, viaja al continente en 1630 para continuar sus estudios en Montpellier, Padua y Leyden, donde obtiene el título de médico. Doctorado en Medicina por Oxford, en 1637 se establece en Norwich, en Norfolk, donde residirá el resto de sus días. Padre de doce hijos, el mayor, Edward, fue también médico prestigioso. Miembro honorario del Real Colegio de Médicos en 1664, Carlos III le nombra sir en 1671. Murió en Norwich en 1682, el 19 de octubre, el mismo día de su nacimiento.
De acuerdo con las categorías con que se juzga la Literatura española, Browne sería más culterano que conceptista. «Este autor reserva el idioma común para producir sorpresa; la tela de su discurso es una latinidad delicadamente calculada» escribe William Entwistle. «Las frases largas ondulan en polisílabos a través de ritmos cadenciosos, de suerte que su prosa tiene la elegancia repulida de un caballero de Van Dyck». La profesión de médico debió de dejarle el suficiente tiempo libre para escribir con sumo cuidado y perfección no pocas obras. Porque, aunque en vida publicó tan sólo Religio Médici, en 1643, a la que habían precedido el año anterior dos ediciones no autorizadas; Pseudoxia Epidemica, su obra más extensa, en 1646, y la «Hydriotaphia» y «The Garden of Cyrus» en 1658, dejó al morir diversos libros inéditos: Certain Miscellany Tracts, publicada en 1684; A Letter to a Friend en 1690; Posthumous Works en 1712; y «Christian Morals» en 1716, además de algunos opúsculos menores. Su obra más conocida, difundida y citada es Urn Burial, esto es, Urna sepulcral. Ya en el siglo XVII había sido traducido al francés, al holandés y al latín, lo que no entrañaría la menor dificultad. En su tratado sobre los sueños escribe: «Nos pasamos la mitad de nuestros días en la sombra de la tierra y el hermano de la muerte (el sueño) exige un tercio de nuestras vidas. Gran parte de nuestro sueño está zurcido de visiones y de objetos fantásticos en los que nos engañamos. El día nos suministra verdades, la noche, ficciones y falsedades que dividen inconsolablemente el natural cómputo de nuestros seres. Y así, habiendo pasado el día en austeras tareas y racionales indagaciones de la verdad, de buen grado nos entregamos a ese estado de ser, en el que las más equilibradas cabezas han cometido todas las monstruosidades de la melancolía y que a los ojos abiertos no son mejores que la locura y el desvarío». Muy acorde con el espíritu barroco era un pesimista, y en otros aspectos de su actividad un personaje contradictorio, que como médico seguía los métodos de investigación de Bacon pero creía en las brujas, y era tolerante en materia religiosa, lo que no fue inconveniente para que contribuyera a enviar a la muerte a dos desdichadas muchachas, acusadas de hechicería. Más apreciado por su estilo que por sus asuntos (aún siendo extraños y de suma originalidad), de él quedan las frases de amplio aliento, llenas de palabras sonoras. Los ingleses están de acuerdo en que nadie como él, salvo Robert Burton, escribió citas latinas con tanta elegancia.
La Nueva España · 9 noviembre 2005