Ignacio Gracia Noriega
Don Juan Valera y el Quijote
Estamos en año de celebración cervantina. A lo largo de él, se ha hablado mucho del aniversario de la publicación de la primera parte del Quijote, y no tanto de la novela y de su autor, don Miguel de Cervantes Saavedra. Tampoco se ha hecho mucha mención de los numerosos escritores, españoles y extranjeros, que se ocuparon de la gran obra cervantina; en ciertas épocas, más los extranjeros que los españoles. Durante el siglo XVIII, el Quijote tuvo mayor repercusión literaria en Inglaterra que en España: Steme, Smollet y Henry Fielding escribieron novelas que le deben mucho a don Quijote, y Fielding titula una de sus novelas «La historia de las aventuras de Joseph Andrews y de su amigo Mr. Abraham Adams escritas a la manera de Cervantes, autor de don Quijote». Según don Miguel de Unamuno, que además de ser un buen español, no incyttría en la ridiculez de ser afrancesado, los ingleses entendieron el Quijote mucho mejor que los franceses. Entre los muchos escritores extranjeros que se ocuparon del Quijote, algunos con más ahínco y devoción que los propios españoles, se cuentan los ingleses Coleridge, Hazlitt y Chesterton, los alemanes Ludwig Tieck Heinrich Heine y Thomas Mann, los rusos Turgueniev, Dostoiewski y Nabokov y el gran crítico francés Charles de Sainte-Beuve. El novelista norteamericano William Faulkner, uno de los grandes pilares de la novela moderna, si no el más grande, aseguraba que todos los años leía el Quijote. En lo que se refiere a España, la preocupación quijotesca es más bien moderna, y en buena parte de estirpe noventayochista. Anteriormente se produjeron imitaciones de la novela, como las de los astúrianos Ribero y Larrea y Juan Francisco Siñériz; aunque ninguno de los dos alcanza la talla de Henry Fielding o de Sterne, «El Quijote de Cantabria», de Alonso Bernardo de Ribero y Larrea, no merece el severo juicio adverso que le dedica Jovellanos.
En España, el Quijote estuvo secuestrado por los cervantistas (que le reprocharon a Azorín que, no siendo cervantista, hubiera escrito un libro tan poco cervantista como «La ruta de Don Quijote»), lo que hace más meritoria la labor de los escritores que abordaron el Quijote por libre, como Unamuno, Clarín, Maeztu, Ortega y Gasset o Ramón Pérez de Ayala, sin olvidar al peruano Juan Montalvo, autor de «Capítulos que se le olvidaron a Cervantes. Ensayo de imitación de un libro inimitable», modelo de prosa castellana.
Entre los grandes escritores que se ocuparon de Cervantes, sin « cervantismos» ni demás prejuicios, destaca don Juan Valera, que dedicó un discurso extenso a la «novela inmortal», coleccionado en «Disertaciones y juicios'literarios». Mas no es este ensayo el único texto de Valera que alude a la gran novela y a su autor: sus «Consideraciones sobre el Quijote» fue su último escrito, publicado poco antes de morir. En el prólogo a una traducción de los dramas de Shakespeare hecha por Jaime Clark, reprocha a sus compatriotas que se hayan ocupado menos de Cervantes que los ingleses de Shakespeare: «Los que en España han escrito sobre Cervantes son en número cortísimo comparados con los que en Inglaterra han escrito sobre Shakespeare. Nuestras alabanzas a Cervantes son tibias en comparación de las que se han dado a Shakespeare en Inglaterra». Y no sólo existe esta dejadez hacia Cervantes, sino hacia los demás clásicos, incluido el menospreciado Calderón de la Barca, en quien pensaba Goethe cuando decía que Shakespeare debería haber vivido en la Corte española de Felipe IV, para aprender la técnica teatral.
«Sobre el Quijote y sobre las diferentes maneras de comentarle y juzgarle» es el discurso leído por Valera ante la Real Academia de la Historia el 25 de septiembre de 1864. Lo comienza aludiendo a lo mucho que se ha escrito sobre la novela desde el segundo tercio del siglo XVIII, por lo que, entre tantas opiniones, pretende poner la suya «por cima de todas». Acto seguido, afirma algo tan curioso como cierto: a los españoles les llegó el culto a Cervantes desde afuera de España: «Ensalzado Cervantes hasta las nubes en todas las naciones de Europa, y singularmente en Inglaterra y Francia, ya miradas entonces, y no sin motivo, como al frente de la civilización del mundo, se avivó el fervor de nuestros literatos, y no pudieron menos de reconocer en el autor del Quijote a uno de los pocos seres privilegiados que, valiéndose de un neologismo expresivo y elegante, designamos hoy con el nombre de "genios"». Tal vez basta opinión tan lúcida, a este comentario, ya que no disponemos de espacio para ir repasando una a una las variadas erudiciones y juicios de Valera sobre la novela de Cervantes. Añade Valera al juicio expuesto que el hecho de que esas naciones europeas denigraran todo lo demás de España daba mayor fuerza al panegírico de Cervantes. Cervantes, fuera de España (y también Calderón, y Gracián) es su gran embajador de ámbito universal. En estos momentos tristes, de almoneda nacional, todavía nos quedan la lengua española y una de súa cumbres, el Quijote: libro que si los catalanes pretenden leerlo, habrán de leerlo traducido.
La Nueva España · 22 diciembre 2005