Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

«Los tres mosqueteros»

Acaba de aparecer una nueva edición de «Los tres mosqueteros» en la Biblioteca Avrea de ediciones Cátedra, como apareció, no hace mucho, «Los miserables», de Víctor Hugo, en Punto de Lectura. Se trata, en ambos casos, de reediciones oportunas, en primer lugar porque la literatura española presente incurre desde hace más de un cuarto de siglo en desaforada pedantería y en la monotonía más exasperante, y, por fortuna, ni Hugo ni Dumas eran pedantes ni monótonos: todo lo contrario; y en segundo, en el caso de «Los tres mosqueteros», porque aunque existen infinidad de ediciones de la conocidísima novela de Dumas en español, ésta, en cuidada edición y traducción de Javier La Orden Trimollet, tiene la pretensión de ser la definitiva, y no menos merece ser el cuidado volumen de más de mil cuatrocientas páginas con las ilustraciones de Maurice Leloir y R. de La Nézière, que trasmiten todo el sabor y el ambiente de la época. Son infinidad las personas que leyeron en español «Los tres mosqueteros», pero cabe preguntarse si leyeron verdaderamente «Los tres mosqueteros» en todos los casos. Como escribe André Maurois (frase que figura en la contraportada): «Nadie ha leído todo Dumas (sería tan imposible como escribirlo), pero todo el mundo ha leído a Dumas». Muy cierto. Y sobre Dumas, como sobre todo otro autor, hay opiniones. Personalmente, prefiero «El conde de Montecristo», porque el misterio que transmite la figura de Edmund Dantés es la gran fuerza de la novela, en tanto que en «Los tres mosqueteros» los personajes no resultan tan tenebrosos, incluida Milady; pero a Chesterton tenía su mujer que esconderle el ejemplar de «Los tres mosqueteros» para que no lo leyera en lugar de escribir. Yo ahora he releído «Los tres mosqueteros» y «Veinte años después» (pues ambas obras figuran en esta edición de Avrea) y volví a hacerlo de un tirón, como lo hice la primera vez, hará cuarenta o más años. Y es curioso: los episodios y los personajes reaparecían vivísimos. Y no era debido ello al cinematográfico o a la familiaridad que tenemos con D'Artagnan, Athos, Porthos y Ararais, con Milady y Constanza, con Richelieu y Planchet, como la tenemos con Don Quijote y Sancho, con Fausto y Falstaff, con Cyrano de Bergerac y Pickwick, sino a que tanto los episodios como los personajes están dibujados con trazos sencillos aunque poderosos, que no se borran. Es curioso esto de las relecturas: hace poco también volví a leer «El médico rural», de Kafka, y conforme leía iban resucitando imágenes que, subconscientemente, me acompañaron siempre. Y es que en la juventud se lee con mucha mayor atención que en la madurez, y lo que entonces entra y se reconstruye en la imaginación permanece para siempre. Releyendo «Los tres mosqueteros» se pasa por un camino conocido en el que van apareciendo viejos amigos y tenaces enemigos: porque en las novelas de Dumas el lector toma partida, y no me digan ustedes que no sienten inquietud ante la perversidad de Milady o no desean que el conde de Montecristo culmine sus venganzas. Yo no sé si ponerse de parte de los héroes de Dumas será políticamente correcto o no lo será; pero lo cierto es que mientras leemos, sus enemistades son las nuestras, y también sus afectos. Ahora bien: en literatura, como en todo, es más fuerte el odio que el amor y se transmite, también en literatura, mucho mejor. Los personajes de Dumas han sido rápida pero hábilmente presentados, y no son, pese a ser personajes de un trepidante relato de aventuras, los mismos al comienzo de «Los tres mosqueteros» que al final. Muy significativamente, la segunda parte de esta gran novela se titula «Veinte años después». Al cabo de veinte años, han sucedido muchas cosas, tanto en la vida ordinaria como en las novelas de Dumas, que se caracterizan por la acción frenética y sin tregua. Si el comienzo de la trilogía de los mosqueteros se caracteriza por la alegría, por la alegría de vivir, en «Veinte años después» se constata el paso del tiempo. El tiempo ha pasado y se ha desvanecido la juventud, no sólo la de los héroes, sino la nuestra, cuando leíamos a Dumas por primera vez. Añade Maurois que en 1850 se decía que si Robinson Crusoe continuara en su isla, seguro que estaría leyendo «Los tres mosqueteros». No había caído yo en la cuenta. Si alguna vez me preguntan (que no me lo preguntaron nunca) qué libros llevaría a una isla desierta, tengo previsto contestar la Biblia, las «Las mil y una noches» y a Shakespeare. Pero no veo inconveniente, en llevar también «Los tres mosqueteros» y «Veinte años después».

La Nueva España · 17 enero 2006