Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

El sombrero del mago

Son tan múltiples y tan portentosas la personalidad y la obra literaria de G. K. Chesterton que, al cabo, no se sabe con qué quedarse: con el narrador, con el ensayista (en realidad, todos sus artículos son ensayos breves, si es que existe un rango entre ensayo y artículo), con el polemista e incluso con el poeta: porque aunque se le conoce más por su prosa, también escribió verso, y poemas como «Lepanto» debieran ser leídos de nuevo en España, a la que se glorifica en esta época en la que se está haciendo almoneda de ella. En Lepanto se detuvo aquello mismo que ahora vuelve al ataque, y un optimista como Chesterton ensalza la batalla porque entendía que en toda época nace y vive el hombre capaz de salvar a Europa, como San Francisco de Asís en la suya, quien evitó «que toda la cristiandad llegara a su fin bajo la doble presión destructiva del Islam desde el exterior y las herejías pesimistas desde el interior». Hoy, el Islam continúa presionando, como en la Edad Media. pero, a diferencia de entonces. los equivalentes de los «herejes pesimistas» gobiernan y dictan, claudicantes y «políticamente correctos». Por primera vez en la historia de Europa, que Chesterton nos dice que es la historia de la civilización, el enemigo está dentro de casa y acechando afuera, pero nos queda el consuelo de poder leer a Chesterton, que es lo más entretenido, agudo, sagaz y «políticamente incorrecto» que darse pueda. Y será seguramente porque estamos hastiados de «corrección política» y otras zarandajas, pero es lo cierto que Chesterton vuelve a editarse, tanto en su faceta de novelista, como en la de articulista y ensayista, en el grueso y espléndido volumen titulado en español «Correr tras el propio sombrero y otros ensayos», de la editorial Acantilado, de Barcelona, la cual editorial ya ha publicado otros libros de Chesterton: su «Autobiografía», en 2003; la deliciosa y sustanciosa «Breve historia de Inglaterra», en 2005, y se dispone a publicar su esplendoroso ensayo sobre R. L. Stevenson: un escritor de quien todo el mundo dice que es «un escritor con encanto», siguiendo a Savater, sin reparar que el primero en señalarlo fue Chesterton, que es otro escritor con encanto no inferior al del autor de «La isla del tesoro» y «El señor de Ballantrae».

Existen diversas colecciones de ensayos y artículos de Chesterton en español, que han circulado en ediciones populares: «Alarmas y disgresiones», «Charlas», «La salsa de la vida», etcétera. Este libro va precedido de un «ensayo sobre el ensayo», en el que Chesterton afirma que «el ensayo es la única forma literaria que confiesa, por el propio nombre que lleva, que el acto temerario, conocido con el vocablo de escribir. es, verdaderamente, un salto en el vacío». Chesterton, acaso el escritor más sutil, y de mayor «ligereza» (en el sentido de que es todo lo contrario del escritor pesado) del siglo XX, adoraba dar saltos en el vacío. A ello le ayudaba su portentosa agilidad intelectual, en contraste con los muchos kilos que había acumulado, quien se solazaba porque de los cuatro ríos del Paraíso manaban claras e ininterrumpidas fuentes de miel, vino, whisky y cerveza. Chesterton amaba la cerveza y sabía que las palabras nobles, como vino o rosa, tienen el mismo sonido en todas las lenguas del hombre blanco, aunque no duren mucho los días de vino y rosas, como sabía Ernest Dowson (seguramente por haberlo leído en la versión de Ornar Kheyyam por Edward Fitzgerald). La ligereza de Chesterton era incompatible con la melancolía. Su lectura es mucho mejor «remedio para melancólicos» que los famosos cuentos de Ray Bradbury reunidos bajo ese epígrafe. Y con esto no repruebo a Bradbury, sino que prefiero a Chesterton.

Chesterton es un escritor fabuloso, no sólo porque escribe fábulas, sino porque es un escritor enorme. Su talla la da tanto en los grandes espacios (novelas como «La esfera y la cruz»o ensayos como «Ortodoxia»), como en las distancias cortas. «Correr tras el propio sombrero» recoge un buen número de ensayos en más de seiscientas páginas. Estos ensayos abarcan desde la crítica literaria hasta la polémica política o religiosa y el humorismo de mejor ley. Porque otra de las benditas virtudes de Chesterton es el humor. Pocos lo han manejado con tanta sabiduría, tanta precisión y tanto desenfado como él. Otra característica que se olvida es que era un excelente crítico literario, como aquí lo demuestran los artículos reunidos bajo el rótulo de «El pobre Shakespeare», en los que vuelve sobre los libros y los autores de siempre, porque perduran sobre épocas y modas: el libro de Job, Chaucer, Samuel Johnson, Dickens, Kipling y, claro es, Shakespeare, y también G. B. Shaw, que, sin alcanzar la altura de los citados anteriormente, proporcionó muy buenos ratos a los lectores ingleses cuando Chesterton y él polemizaban civilizadamente. En «Los monstruos de la Edad Media» se muestra partidario de aquella época «delicada y enorme», encamada aquí en los Bestiarios, en S. Francisco y en Giotto. Y una de las partes del libro se titula «El defensor». ¿Habrá tomado Pedro Salinas la idea de sus «defensas» de estos artículos de Chesterton? ¿Por qué no?

La Nueva España · 30 abril 2006