Ignacio Gracia Noriega
Fray José de Sigüenza
Habrá prosa más adecuada que aquélla en que la letra se parece al objeto y las palabras reflejan lo que describen? Es el caso de la de fray José de Sigüenza, el historiador de la orden jerónima y, como una parte de ella, del monasterio de San Lorenzo de El Escorial, hacia quien Miguel de Unamuno sintió admiración profunda, y sobre quien escribe en Andanzas y visiones españolas: «Tomad la estupenda Historia de la Orden de San Jerónimo, del P. F. José de Sigüenza, que la escribió en El Escorial y mientras éste se construía y que asistió a los últimos momentos de Felipe II. A fe que apenas se encontrará en castellano estilo que mejor convenga al del monasterio que el estilo literario de la obra del P. Sigüenza, obra que es una especie de Escorial de nuestra literatura clásica -modelo de sencillez, de sobriedad, de majestad y de limpieza-. Puede producir a primera vista un cierto efecto de monotonía y desnudez, ya que en ella se suceden los relatos de las vidas de aquellos recogidos varones jerónimos, no de otro modo que en el monasterio se suceden las ventanas de sus celdas, todas unas a otras iguales. Pero ¡qué descanso en la lectura de esas vidas! Soy de los que han leído las 1.240 páginas en folio y de apretada letra de los dos tomos de esa historia en su edición de la Nueva Biblioteca de Autores Españoles, bajo la dirección de don Marcelino Menéndez y Pelayo, y aseguro que esa prolija lectura fue para mi espíritu un descanso tan grande como el de contemplar la masa del monasterio desde el prado de la Herrería en que tendí mi cuerpo».
No puedo decir, como Unamuno, que leí la obra entera de fray José de Sigüenza, aunque sí una de sus partes, que con el rótulo de La fundación del Monasterio de El Escorial, publicó la editorial Aguilar en 1988 y en 643 páginas. No sé si habrá muchos más que la hayan leído, pero los que no lo hagan pierden una de las prosas más bellas del siglo XV1, de calidad equiparable a la de Malón de Chaide, aunque ambas prosas sean distintas: más suntuosa la del agustino, más rectilínea la de jerónimo. Aunque no por rectilínea debe entenderse prosa corta, sino prosa en la que entra todo lo que tiene que entrar, sin rodeos ni desviaciones; así, por ejemplo, esta precisa descripción del asesinato del rey Enrique III: «Llególe aquí la nueva de aquella tan extraordinaria muerte del desventurado Rey Enrique, de Francia, que le mató el día 1 de agosto de este mismo año un fraile dominico sacerdote, lanzándole por las tripas un cuchillo, y murió sin confesión, dejando a todo el mundo con harta sospecha de su poca fe». De manera concisa y eficaz se nos comunica cuanto se debe referir de aquel suceso, y aún queda espacio para conjeturar que la fe del rey debía ser escasa. Sigüenza forja su prosa no sólo para relatar historias, sino para describir el monasterio, por fuera y por dentro: su arquitectura, el trabajo de los canteros, la extensión y vastedad de los salones, la pormenorización de la colección de pinturas... Es, por tanto, una prosa plástica y a la vez clara, que enumera con impecable precisión: «Las piezas más principales que hay en este colegio son las aulas: una de Teología y otra para Dialéctica y Física, que ahora llaman Artes. La de Teología es de setenta y cinco pies; la de Artes, de ochenta y cinco; el ancho, el mismo que es de veintisiete; asientos y espaldares y bancos de facistol para escribir, de nogal bien labrados, y corren alrededor; por la parte de las ventanas, hacen dos asientos, unos altos para los maestros y gente de respeto, otros bajos para los estudiantes». Y así, páginas y más páginas, hasta que aquí y allí la prosa se eleva y hasta se hace naturalista para describir la muerte del rey Felipe, o escueta para relatar la batalla de San Quintín (comenzose una batalla reñida, aunque duró poco»), o imaginativa y colorista al comparar el monasterio de El Escorial con otros grandes monumentos del mundo, y señaladamente con el Templo de Salomón en Jerusalén. Porque Sigüenza domina con tanto rigor y tanto conocimiento su prosa, que puede escribir de cualquier manera, según le convenga, y siempre queda sobre las frases y las palabras la fuerza y el brío de su estilo.
Fray José de Sigüenza nació en la villa cuyo apellido lleva en 1544. Profesó en la Orden de San Jerónimo en el monasterio del Parral, en Segovia, en 1567. La mayor parte de su vida transcurrió en El Escorial, donde sucedió como bibliotecario ni más ni menos que a Arias Montano. Desempeñó altos cargos en la orden y murió en 1606, siendo prior de El Escorial. Es autor de varios tratados, de una Historia de Cristo, y la «Vida de San Jerónimo, cuya segunda parte es la Historia de la Orden de San Jerónimo. Menéndez Pelayo sitúa a Sigüenza como uno de los mayores estilistas españoles, después de Juan de Valdés y Cervantes. Entre la prosa de eclesiásticos de la segunda mitad del XVI -fray Luis de León, fray Luis de Granada, San Juan de la Cruz; Malón de Chaide-, destaca la suya, tan clara
La Nueva España · 22 octubre 2006