Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Elizabeth Barrett Browning

En la consideración de Elizabeth Barret Browning se suele tener más en cuenta la anécdota que lo que pudiera entenderse como más profundo: el asfixiante ambiente familiar en que transcurrió una parte de su vida y los amores con un poeta como Robert Browning, una figura de dimensión literaria superior a la suya. Su vida, como la de las hermanas Brönte, empezó de manera desgraciada, no por el entorno familiar, sino por el accidente que sufrió a los 15 años, una caída de caballo que le lesionó la espalda y repercutió sobre su salud durante el resto de su vida; pero a diferencia de las Brönte, tuvo la suerte de que Robert Browning se cruzara en su vida y la rescatara de un entorno más bien tenebroso. Tanto ella como las Brönte tuvieron que padecer a un padre muy especial; Chesterton no duda en calificar de loco a Edward Barret, pero qué habría sido de la representación femenina en la literatura inglesa del XIX, de no haber sido por aquellos padres terribles. Con Browning y su perro spaniel llamado Flush, sobre el que Virginia Woolf escribió una novela encantadora, Elizabeth Barrett abandonó Inglaterra para siempre, para vivir en Italia el resto de sus días. Como otros grandes poetas ingleses (Keats, Shelley, Byron), fue a morir a orillas del Mediterráneo, aunque de manera menos espectacular, porque Keats murió y fue enterrado bajo un epitafio que alude a su nombre escrito sobre el agua, y Shelley pereció ahogado en un frágil velero en medio de una tempestad y fue quemado en la playa a la manera vikinga. La muerte de Elizabeth Barret Browning fue de carácter más privado. Murió en su cuarto, acompañada únicamente por Browning, «y de lo que pasó entonces nada sabemos a pesar de lo mucho que se ha escrito». La poetisa rechazaba la muerte, porque se sentía preservada por el amor:

Así como renuncian
por amor, nobles damas, a su rango y fortuna,
yo renuncio a la tumba y cambio mi visión
del cielo, por la vida contigo en esta tierra.

Elizabeth Barrett nació en un antiguo caserón de Coxhoe Hall, Durham, en 1806. Su infancia fue feliz hasta la temprana muerte de su madre. Siendo niña, leyó a Esquilo y a Eurípides el griego, guiada por un ciego, míster Boyd. Pero las cosas empezaron a torcerse. Después de la caída del caballo, muere la madre. La familia se traslada a vivir a Sidmouth y más tarde a Londres, donde enferma gravísimamente, y vivió bastantes años poco menos que como una prisionera en su domicilio de Wimpole Street, hasta el que habría de acercarse el poeta que la rescataría. La relación entre ambos había sido al comienzo epistolar y un tanto ceremoniosa. Elizabeth era muy atractiva, según la describe Mary Mifford: «Una fina, delicada figura con una cabellera de negros rizos cayendo a cada lado de su expresivo rostro; grandes y tiernos ojos orlados de negras pestañas y una sonrisa como la luz del sol». Además, era poetisa: en 1838 había publicado «The seraphim and other poems», y sus «Poems», aparecidos en 1844, la hicieron famosa. Esta fama atrajo hasta su reclusión al poeta Robert Browning, educado y culto, que también sabía griego y había visitado Italia por primera vez en 1838, de donde volvió impresionado; solía decir que Italia había sido su Universidad. Un amigo común, míster Kenyon, los presentó, y se sucedieron numerosas cartas, más bien crípticas, en contraste con los poemas amorosos de Elizabeth, tan claros. El motor de su amor era fundamentalmente la poesía: «Sus versos me gustan con toda el alma», le escribía Browning. Ambos poetas marcharon a Italia, después de contraer matrimonio en 1846, estableciéndose en la Casa Guidi de Florencia, a la que Elizabeth dedicó uno de sus libros («Casa Guidi windows», 1851), y en la que habría de morir, en 1861. Su obra imperecedera es una colección de cuarenta y tres sonetos de título enigmático, «Los sonetos del portugués», que Browning consideró los más hermosos de la lengua inglesa después de los de Shakespeare. No debe entenderse en este desmesurado elogio pasión de marido. Los «Sonetos del portugués», así llamados porque Browning la llamaba «mi pequeña portuguesa», o porque ella escribió un poema a Camoens, son cumbres de la poesía amorosa, plenos de sentimiento y de belleza, serenos a la vez que apasionados como corresponde a una poesía escrita (soneto XXV), «entre el cielo estrellado y el truncado destino».

La Nueva España · 3 noviembre 2006