Ignacio Gracia Noriega
El presidente Alicia
Puede parecer excesivo que un filósofo de la talla de Gustavo Bueno dedique una monografía a un personaje de la irrelevancia intelectual de Zapatero, actual secretario general del PSOE: como matar una pulga a cañonazos. El propio Bueno lo describió anteriormente como un abogado de provincias que lee a María Zambrano; aunque si lee a la Zambrano no es por «pensadora», sino por republicana. No obstante, y a pesar de que muchas de las opiniones del actual jefe de Gobierno resultan risibles, una ideología, cuando se traslada al ámbito de la política, no debe ser considerada sólo por su contenido, sino, sobre todo, por su difusión. Aseguraba Anatole France con muy buen criterio que una tontería confirmada por varios millones de personas no deja de ser una tontería, pero, desgraciadamente, las tonterías proferidas por alguien que puede decirlas gracias al apoyo recibido de algunos millones de personas son más peligrosas que las que se le ocurren a un ciudadano particular, porque llegan a multitud de ciudadanos.
Como si fuera un Feijoo del siglo XXI (la figura de Feijoo, por cierto, fue la que guió a Bueno hasta la cátedra de Oviedo, en el umbral de los años sesenta del pasado siglo), el ilustre filósofo se propone combatir las supersticiones de esta época, y una de las más insistentes es la de la política. Hasta el momento, Bueno se encaró a algunos mitos importantes (el mito de la cultura, de la izquierda, de la felicidad, etcétera); en esta ocasión, en «Zapatero y el pensamiento Alicia. Un presidente en el País de las Maravillas» (Ediciones Temas de Hoy, 2006), aborda un caso muy concreto, con rigor de lógico y meticulosidad de entomólogo.
Y no lo hace gratuitamente, ni porque el político mencionado le resulte más o menos simpático, sino porque Zapatero es un «progre» de manual, en el que confluyen muchas de las peculiaridades analizadas y desmontadas por Bueno en «El mito de la izquierda». Hace falta ser muy del clan o estar muy despistado para no darse cuenta de que, cuando Zapatero confiesa que se le ocurrió lo de la «Alianza de las civilizaciones» mientras paseaba por los jardines de las Naciones Unidas (del mismo modo que Saulo cayó del caballo camino de Damasco o el poeta Caedmon obtuvo la percepción del mundo en una cuadra), nos está «colando un camelo»; pero es necesario analizar ese camelo para tener una idea de sus verdaderas proporciones, y de que lo que se presenta como un caramelo envuelto de manera muy atractiva (los buenos sentimientos humanitarios adobados con un rostro lampiño iluminado por una sonrisa angelical) puede «transformarse en sentimientos falsos, hipócritas y de mala fe». Zapatero se adorna de todos los tópicos posibles de una izquierda más bien desvencijada cuando se dirige ex cátedra al «pueblo soberano», evacuando frases tan grandilocuentes como carentes de contenido; mas a pesar de la apariencia bondadosa de santo laico que se encuentra en posesión de la verdad absoluta, no es capaz todavía de disimular la mirada helada y la rabia contenida cuando en alguna ocasión le sale el tiro por la culata. De manera que una cosa es la tramoya y otra la intención. En principio, tal parece que «el pensamiento Alicia» no encubre nada, es algo puramente volátil o sonoro, «como bronce que suena», que escribió San Pablo; pero lo malo del caso es que encubre demasiado.
Para tipificar el «pensamiento» de Zapatero (por llamarlo de algún modo), Bueno recurre al personaje del cuento de Lewis Carroll: Alicia cae por un agujero y se encuentra, a partir de entonces, fuera de la realidad. Lewis Carroll era el seudónimo literario de Charles Lutwidge Dogson, un buen lógico. Nadie mejor que un lógico para abordar a alguien que se encuentra al margen de la lógica, o «al otro lado del espejo». Por lo tanto, aunque «Zapatero y el pensamiento Alicia» pueda parecer un trabajo desvinculado de la obra de Bueno, es la aplicación muy rigurosa de la metodología de uno de los grandes lógicos de nuestro tiempo.
Como es habitual en Bueno, y muy conveniente en todos los casos, antes que nada se trata de precisar conceptos: labor imprescindible cuando se considera un «pensamiento» que tiene como rasgo distintivo su vaguedad, su vaporosidad. Bueno relaciona el «pensamiento Alicia» con el género literario de la utopía, palabra que Quevedo traduce muy sagazmente como «no hay tal lugar». Entre los antecedentes de ese «pensamiento» Bueno intuye el krausismo; no creo que Zapatero alcance a tanto, y más bien parece una adaptación «pura y dura» de los topicazos de la perniciosa «corrección política». El libro no aborda sólo los guiños ideológicos y los dichos y ocurrencias del actual jefe de Gobierno, sino sus colaterales como Franco y el franquismo, la solidaridad, la memoria histórica, los derechos de los simios, la II República (que «no fue una Caperucita Roja que llevaba alimentos a su abuelita España»). Bueno desmonta un tinglado para poner las cosas en su sitio, con incisiva ironía y aguda lucidez. Y como es un libro para todos, el ilustre filósofo procura ser claro y resulta contundente; el procedimiento es tan implacable como el análisis, y al cabo, si llegara a leer este libro, tal vez incluso Zapatero aclararía sus presuntas ideas; porque tratándose del rarísimo caso de un político que se dedica a pensar en ratos de ocio, cuando menos su carencia de ideas ha dado pie a esta obra de sólido contenido intelectual y crítico.
La Nueva España · 24 de noviembre de 2006